Alrededor de 500 personas secundaron este sábado 11 de diciembre la convocatoria contra el desalojo de la ya mítica okupa coruñesa. La manifestación comenzó con la lectura de un comunicado en el campo de Marte, desde donde se descendió por la calle de la Torre en dirección al centro de la ciudad. Al pasar junto al local de la constructora e inmobiliaria Juan Perez Paz, propietaria del inmueble en el que se sitúa la okupa, se arrojaron globos de pintura contra sus vidrieras.
Antorchas encendidas y bengalas hicieron más vistoso el recorrido mientras numerosos encapuchados pintaban consignas pro-okupación y anticapitalistas en todo cuanto improvisado lienzo encontraron a su paso (desde autobuses urbanos hasta sucursales bancarias, pasando por iglesias e inmobiliarias). La policía local, que escoltaba el acto viéndoselas y deseándoselas para parar el tráfico en una manifestación no legalizada de la que no tenían ni puta idea de cual sería su recorrido, se cuidaron mucho de hacer nada para impedir el actuar de los manifestantes, salvo, según la prensa burguesa, avisar a los comercios que pudieron de que cerraran sus puertas antes de que pasara la protesta.
Al pasar por la calle Real, repleta de personas dedicadas a los rigores del consumo navideño, se lanzaron globos de pintura contra la subdelegación del gobierno y se colgó una pancarta en un andamio.
Antes de llegar a la plaza de María Pita algunos encapuchados la emprendieron a golpes de bandera contra alguna sucursal bancaria y contra el Burguer King (pues el McDonalds cercano se encontraba en pleno traslado y salvó milagrosamente el tipo). Fue ya enfrente del ayuntamiento cuando hicieron acto de presencia los tres furgones de los antidisturbios que custodiaban, hasta ese momento invisibles, el evento. La policía prefirió no intervenir para no agravar los incidentes y la manifestación continuó hasta la Casa das Atochas donde se convirtió en una multitudinaria fiesta en plena calle, no sin antes arrojar nuevamente objetos contra la cristalera de la inmobiliaria promotora del desalojo. La fiesta, abundante en música y percusión, se alargó hasta altas horas de la noche, poco más tarde de que la policía local, a petición de múltiples vecinos, solicitase con sorprendente corrección el final de tanto alboroto.
La prensa comercial del día siguiente, como no podía ser de otra manera, criminalizó el acto. Algo mucho más normal que las opiniones casi laudatorias que en vísperas daban sobre la casa, que, en algunos casos, casi parecían hacer pasar a los okupas por paradigmas del civismo, la urbanidad, el buen rollito y la democracia. La Casa das Atochas, aunque procure llevarse bien con el vecindario y promueva actos culturales, es okupa y antisistema, no un club de filántropos ni una ONG.