La acción directa considerada como una de las más bellas artes

“Cuando entren en tu hogar,
¿cómo los vas a esperar?
¿Con las manos en la nuca
o en el gatillo de la Star?”

(La Furia, “Armas de Barrio” (Guns off B.)

¿Has pensado alguna vez que la precariedad, el paro y la privatización de los servicios públicos no son más que facetas de un poliedro que abarca muchas otros aspectos de la vida? ¿Y has pensado alguna vez que la base de esta relación podría residir en que unos (los obreros en activo, en formación, en paro o en jubilación) nacemos sin otra riqueza que nuestra fuerza de trabajo y, otros (los capitalistas), con la capacidad de apropiarse de cuanta riqueza producimos? Entonces sabrás qué se oculta cuando los políticos y los empresarios hablan de “nuestra economía” o “la economía de mercado”: el capitalismo, un sistema donde los trabajadores vamos construyendo un mundo al gusto de la clase dirigente, un mundo que acaba volviéndose contra nosotros bajo la forma de eventualidad, accidentes laborales, pérdida de poder adquisitivo, daño ecológico, represión policial, racismo, agresiones fascistas, guerras y otros muchos atentados contra nuestros derechos más fundamentales de hombres y mujeres libres.

A esta enajenación económica hay que añadir una enajenación de tipo político: la que cualquier forma de Estado ejerce sobre nuestra capacidad de decidir sobre los asuntos que nos conciernen a todos. El ejecutivo de Estado moderno no es otra cosa que un comité de administración de los negocios de la burguesía. Esto es bien sabido. Pero, ¿qué hay de aquellas personas que se dicen representantes de los intereses de la clase trabajadora, como los liberados sindicales o las cúpulas de cualquier partido anticapitalista? Un siglo y medio de traiciones los desacredita por completo: si no queremos saber nada de los diputados, ministros y demás rapiña, tampoco nos interesa la gentuza que firma reformas laborales y levanta Estados contra los obreros del campo y de la ciudad.

Tales burócratas y patronos, y no los inmigrantes, son los responsables de que seamos extraños a nuestros propios barrios, centros de trabajo y estudio. De que, agredidos por aquellas cosas que producimos y por aquellos individuos en quienes delegamos nuestra voluntad política, no hagamos más que levantar las paredes acolchadas de nuestra propia celda de reclusión mental. Esta negación del derecho a la ciudad, al hogar, late en lo más profundo del Capital y el Estado. ¿Qué hacer? Podemos resignarnos a vivir en la miseria. Podemos permitir al Estado que siga mediando entre nosotros y los patronos, domando nuestra ira, aparentando que no existe lucha de clases alguna. O podemos ser responsables y recuperar el gobierno de nuestros actos: nos queda la acción directa, considerada como una de las más bellas artes. El arte de esculpir nuestro cuerpo sin el cincel de los roles de género y la religión; de pintar paisajes libres de ejércitos, cárceles, transgénicos y contaminación; de bailar todos al mismo nivel; de cantar nuestra vindicación. El arte de reinventar el mundo y la vida.

Así describe el anarcosindicalista Juan García Oliver qué aspecto tenía España en los años veinte del siglo pasado: “Desde que la Confederación Nacional del Trabajo se lanzó a luchar por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, los de enfrente, los que eternamente habían vivido bien a costa de la mansedumbre de los obreros, se declararon en guerra contra los Sindicatos Únicos. Y no se conformaban con guerrear contra unas aspiraciones abstractas, sino que llevaron sus ataques hasta la eliminación física de los hombres del sindicalismo.

“La parcialidad de los gobernantes era evidente. Caían acribillados a balazos patronos y pistoleros del Libre. Pero caían asesinados muchos sindicalistas. Lo lógico habría sido que las cárceles fueran ocupadas por burgueses, pistoleros libreños y sindicalistas y anarquistas. Pero no era así. A las cárceles solamente iban a parar los sindicalistas y anarquistas. Por decenas primero. Por centenares después. Pero ni un solo burgués.”

El espectáculo de la paz social había concluido. La legalidad demostraba ser aliada de los capitalistas, toda vez que los sindicalistas iban prescindiendo de la magistratura para imponer sus justas reivindicaciones. Esa violencia excepcional dejaba en evidencia que el papel mediador del Estado se basaba en la sumisión tácita de los explotados a la violencia cotidiana. La tan empuñada Star, también denominada Pistola Sindicalista, simboliza mejor que ninguna otra cosa el enfrentamiento desnudo entre el Capital y el mundo del trabajo, la acción directa.

Pero que nadie se equivoque: la acción directa no equivale necesariamente a acción violenta. Entendemos esta última como una manifestación extrema que suele acontecer en el marco de procesos insurreccionales, fruto de la fricción entre las fuerzas revolucionarias y las reaccionarias. Nosotros nos estamos refiriendo al restablecimiento de nuestra voluntad política y económica, a la lucha consciente, desprovista de intermediarios y de subvenciones que nos conviertan en meros actores de una representación de teatro conocida de antemano, donde no halle lugar nuestra espontaneidad y nada importen nuestros deseos reales. Múltiples son las formas que puede adquirir esta acción directa, siempre y cuando no perturben la armonía entre medios y fines, condición indispensable para que aquélla se convierta verdaderamente en una acción libertadora. Nosotros te proponemos que pierdas el miedo y, por medio de agrupaciones horizontales y asamblearias libremente federadas entre sí, te organices y luches junto a tus iguales, junto a aquellos que, hastiados por el capitalismo, quieran dejar atrás la innoble supervivencia y entregarse por fin al elevado placer de vivir.


Garcia Oliver…