«Mi causa no es divina ni humana, no es lo Verdadero, ni lo Bueno, ni lo Justo, ni lo Libre, es lo mío; no es general, sino única, como yo soy Único. No admito nada por encima de mí».
Max Stirner El Único y su propiedad
Este es un extracto del libro El Único y su propiedad cuyo autor es Max Stirner (1806-1856) -seudónimo de Johan Caspar Schmidt-, filósofo alemán del cual no se conoce mucho. Se desenvolvió en el ambiente de la izquierda hegeliana. Tuvo una vida modesta y un final trágico, acabando sus días abandonado por la esposa, sin dinero, sin trabajo y endeudado. Moría de la picada de un insecto.
En el libro El Único y su propiedad (1844) Stirner nos habla de abstracciones egoístas o “Espíritus” que pretenden hacer del individuo un esclavo, servirse de este para su causa particular. Ya sea “Dios” como enseñan los cristianos o la “Humanidad” como desean los ideólogos modernos siempre se trata de Algo (ideal, creencia) que debería estar por encima del individuo. No son más que fantasmas, pensamientos abstractos.
Más tangibles, pero no por ello menos opresivas son las instituciones, tales como el Estado y la sociedad. Tienen igualmente intención de esclavizar al individuo con normas, deberes, etc. Los pilares de estas instituciones reposan en la moralidad, pero la moralidad es considerada por Stirner como un residuo del pensamiento religioso e igualmente despreciable. “Estado, religión o conciencia” no son otra cosa que tiranos.
Es decir, según Stirner, no se trata ya de perseguir un ideal, cualesquiera que sea este; no se trata de sacrificarse por nada espiritual; no se trata tampoco de someterse a ningún otro individuo o autoridad que no sea uno mismo; sino de centrarse en el propio interés, hacerse el centro de todo. Es la culminación del egoísmo y el solipsismo más radicales. El individuo como negación de todo lo demás. Así surge la idea del Único.
Stirner critica en el libro al liberalismo en varios aspectos. Los liberales pretenden establecer la dictadura de la “Razón”, de lo racional, para someter nuevamente al individuo a otra creencia. Éste tiene también claro que cuando faltan los medios para competir la “libre competencia” se reduce a una farsa. Igualmente crítico con el comunismo, cuyo ideal, según Stirner, es el de la “indigencia generalizada”. Si los comunistas obran como indigentes el egoísta debe obrar como propietario. No será ya el derecho, sino la fuerza la que determina la propiedad. «Si los hombres llegan a perder el respeto a la propiedad, cada individuo tendrá una propiedad», sentenció éste.
Frente al “orden razonable, la conducta moral y la libertad moderada” de los liberales está la “anarquía, la ausencia de leyes, el individualismo” de los egoístas. No más leyes, siquiera morales… ¡El Único no entiende de eso!, pues está claro que «la jerarquía durará tanto tiempo como se crea en principios». No se trata, de todas formas, de transformar el orden establecido sino de elevarse por encima de este. No la revolución, sino la insurrección, el alzamiento de los individuos egoístas. No hay aquí ningún tipo de objetivo político o social: el único objetivo a desarrollar es el del Yo y la individualidad…
Es cierto, inevitablemente el egoísmo de un individuo acaba chocando con el egoísmo de otros. Stirner también entiende que los seres humanos son seres sociales y necesitan de los demás. Mas, según éste, ser social no significa necesariamente formar parte de una sociedad. La sociedad es obra de un tercero. Ni el Estado ni la sociedad permiten a los individuos relacionarse libremente pues siempre se interponen como mediadores (para controlarlos).
De aquí nace la idea de la asociación de egoístas, la cual no es ni una “sociedad natural” (como la familia) ni una “sociedad moral”. No es ni Estado ni sociedad, pues nace de la negación de estos. No es tampoco una institución, no es una organización formal (con sus estatutos, leyes, etc), y por lo tanto estable. Por el contrario la asociación requiere que el acto de asociarse sea continuo, de lo contrario acabaría convertida en sociedad. La relación entre los asociados es la “de la utilidad, del provecho, del interés”. Si el individuo necesita de amor no por ello es necesario que se exponga a la tiranía del matrimonio. Si necesita alimento no por ello necesita subyugarse al Estado. Para eso precisamente existe la asociación. Será obra de la asociados procurarse los medios de subsistencia y las propiedades. Los asociados se utilizan unos a otros, se proporcionan tanto la amistad y el amor como la defensa. Y si se limita en parte la libertad –algo inevitable en todo tipo de relación- siempre es en provecho de la individualidad, que es el único objetivo a desarrollar por la asociación, y por el cual ha nacido. De hecho puede considerarse que proporciona una nueva forma de libertad ante la tiranía estatal y social.
Hay que señalar, ante todo, que la filosofía expuesta en El Único y su propiedad no se basa en la libertad (que de hecho es un concepto más abstracto), sino en la individualidad. «¿Por qué, si solo busco la libertad en Mi propio interés, no me convierto a Mí en el principio, el medio y el fin?… Yo existo; Yo no soy, como la libertad, algo futuro que espera, soy actual. Pensad maduramente en ello, y decidid si inscribiréis en vuestra bandera la “libertad”, ese ensueño, o el “egoísmo”, el “individualismo”, esa resolución».
No el “Orden” sino el enfrentamiento, la lucha continua, el movimiento sin cesación. Será la “declaración de guerra de todos contra todos”.