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Cada tres o cuatro días Alemania conoce una nueva revelación escandalosa sobre el caso del “trío de Zwickau”, la célula “Clandestinidad Nazi” (NSU), protagonista del más grave activismo terrorista de los últimos veinte años: diez asesinatos, nueve de ellos racistas, catorce atracos bancarios y dos atentados con bomba en barrios emigrantes con decenas de heridos a lo largo de trece años.
Un día es enterarse de que uno de los atentados se cometió casi en presencia de un agente de los servicios secretos al que no se interrogó con la bendición del ministro del interior de la región concernida.
Otro es saber que ese agente era conocido como “el pequeño Adolfo” por sus ideas ultras. Otro es enterarse de que 40 de los 140 miembros de la organización de la que salió la célula terrorista en Turingia (Alemania del Este), eran confidentes pagados por la policía.
Luego viene el escándalo de Berlín: un neonazi llamado Thomas Starke, que ayudó a los asesinos a esconderse y les suministró explosivos, fue durante diez años confidente de la policía de Berlín, una relación que se mantuvo hasta enero de 2011 diez meses antes de que los dos varones del trío se suicidaran en Eisenach, el 4 de noviembre, al verse acorralados por la policía después de atracar un banco.
El ministro del Interior de Berlín, Frank Henkel, conocía el caso del confidente Starke, pero lo ocultó a la comisión del Bundestag que investiga todo el asunto. Cuando se supo, Henkel alegó que obedecía instrucciones del fiscal, pero la fiscalía lo desmintió, es decir una doble mentira.
Entonces se supo que también la inteligencia militar, cuyas desafortunadas siglas son MAD, “loco” en inglés, había intentado reclutar como informante a Uwe Mundlos, uno de los tres componentes de NSU.
Que pocos días después del suicidio de Mundlos y de su compañero Uwe Böhnhardt, los servicios secretos destruyeran archivos sobre el caso que debían pasar a la justicia, ya no sorprende a nadie. Sin embargo aun hay cosas más graves.
Según fuentes judiciales otro neonazi del entorno del trío llamado Ralf Wohlleben, funcionario del partido neonazi legal, NPD, también fue confidente policial. Y eso ya son palabras mayores, señalan los observadores.
Wohlleben es el único personaje del entorno de NSU encarcelado como cómplice de asesinato. Él fue el suministrador de la pistola Ceska-83 con la que Mundlos y Böhnhardt cometieron nueve de sus diez asesinatos. También fue clave en la consecución de las dos viviendas conspirativas utilizadas por el trío en sus trece años de clandestinidad.
“Desde 1998 hasta 2002 o 2003, Wohlleben mantuvo el contacto entre el trío y sus familias”, explica a La Vanguardia el periodista Marcus Böttcher, coautor de “Das Zwickauer Terror-Trio” el libro más completo sobre el caso publicado hasta la fecha.
El abogado de Wohlleben niega que éste también fuera confidente, pero si se confirma, “el escándalo alcanzaría un nivel absolutamente increíble”, dice Böttcher.
“Para la ingenua opinión pública y para nuestra comisión parlamentaria de investigación, debería estar claro que no se trata de “fallos” ni chapuzas policiales, sino de una cooperación y compadreo entre los servicios secretos, la policía y los extremistas de derechas”, dice el escritor y jurista Wolfgang Bittner, autor de una novela negra sobre la conexión entre policía y neonazis. Si eso es así, la pregunta es ¿cual sería el sentido de tal compadreo?
Desde 1990 los neonazis tienen a su cuenta 182 víctimas mortales, 15.000 acciones violentas y más de 150.000 delitos de trasfondo ultraderechista en Alemania.
La reunificación de 1990 creó un caldo de cultivo particularmente favorable para ellos en la desindustrializada y desempleada Alemania del Este, explica Hajo Funke, profesor de la Universidad Libre de Berlín. Gente como Mundlos, Böhnhardt y Beate Zschäpe, la chica del trío y amante de ambos, eran “hijos de la anomia” del Este, jóvenes sin futuro ni perspectivas, explica Funke, que recuerda que, “en el plazo de medio año el brutal desempleo del Este como problema número uno del país dio paso en los medios de comunicación al exceso de refugiados, con pogroms consentidos y un aumento exponencial de la violencia neonazi a partir de 1995”.
“Cuadros nazis del oeste organizaron la escena del Este”, recuerda Funke.
En aquella época, la prensa del Este, en manos de nuevos propietarios del Oeste, publicaba sin comentario cartas racistas con amenazas a los emigrantes. El eslogan del establishment en materia de refugiados -la mayoría de los Balcanes- era “la barca está completa”, pero los socialdemócratas se resistían a votar una política más restrictiva.
Los pogroms inducidos en las ciudades del Este consiguieron hacerles cambiar de actitud y votar en consecuencia, explica Victor Grossman, un veterano observador del Este.
Ese contexto dio alas al ambiente de la ciudad de Jena (Turingia) del que sugió el trío. Zonas enteras de la ciudad se hicieron peligrosas para emigrantes y ciudadanos con aspecto de izquierdistas, sin que la policía moviera un dedo.
Funke habla de los servicios secretos (BfV) de Turingia como, “un medio muy cómplice con aquella escena”. Encubrir nazis y perseguir izquierdistas ha sido, al fin y al cabo, el papel fundamental del BfV desde su creación en la posguera.
NSU, NPD y el ministro de Interior alemán
http://euskalherria.indymedia.org/media/2012/09//82045.pdf
Las cloacas del Estado Aleman estan llenas
http://sareantifaxista.blogspot.com.es/2012/09/las-cloacas-del-estado-aleman-estan.html