Para lo mucho que se está hablando estos días sobre la necesidad de retomar el valor del intercambio comarcal, y la necesidad o no de mediatizarlo mediante un valor de cambio como es la moneda social Eco, vamos a transcribir algunos datos que a nivel comarcal se han dado históricamente sobre estos aspectos para lanzar un poco de luz sobre los hechos, y que cada cual pueda valorar con perspectiva histórica lo que parece está costando tanto de asimilar.
Así pues, comenzar diciendo que en una comarca tan peculiar como la nuestra con marcadas diferencias entre la sierra, los páramos y el valle, y la dificultad con la que a nivel de vías de comunicación se cuenta (a lomos de un animal), hace necesario que para lograr ese autoconsumo, muchos de los bienes se deban intercambiar. Este intercambio solía hacerse con el excedente de las distintas cosechas que a nivel doméstico principalmente se producían. Con el aumento del poder adquisitivo y la entrada generalizada del consumo todo esto se fue desmantelando hasta llegar al punto en el que nos encontramos hoy.
Así pues, tenemos que hablar de diferentes niveles de intercambio de bienes y servicios, en primer lugar a nivel local. Este se realizaba producto por producto o bien servicio por producto, como por ejemplo el médico al que se le pagaba la iguala, que primero se daba en especie y más tarde en dinero, al molinero con la maquila (un kilo por fanega o tres cuartillos) o al hornero que cedía el horno para que la comunidad amasara sus panes, con el pan de poya que se le dejaba, de ahí el nombre que recibían de hornos comunales o de poya los cuales llegaron a ser propiedad de los vecinos hasta que pasaron a manos particulares. Un caso interesante es el del barbero de El toro al que se le pagaba anualmente con trigo. Existe constancia también de que en Barracas en la carnicería, a la que se acudía poco ya que la gente tenía animales en casa, se pagaba con animales vivos de mayor peso que el de la carne comprada.
El caso de las tiendas comarcales quedaba reducido a la anécdota ya que tan solo se acudía para comprar productos que en la comarca no se podían producir como por ejemplo arroz, chocolate, sal, especies y alguna cosa más como vino (quienes no lo producían), o pescado, sobre todo sardinas, las cuales también se vendían de manera ambulante. En cualquier caso muchas de estas cosas se solían comprar a granel o en los mercados, ya que salían más baratas; o accediendo a pagar en especie, como en el caso de los páramos con trigo, o miel; en Espadán con aceite, y otros como los jamones que sacaban del propio puerco, y es que como reza el refrán, el que a la tienda va y viene, la tienda mantiene. Muchos de estos productos eran almacenados y transportados por ejemplo a la ciudad, como ejemplo de una red mayor de intercambio, en la que ya a menudo entraba en juego la moneda.
Volviendo a un segundo escalón del intercambio comarcal, había algunos productos como los huevos que tenían un valor de intercambio, toda la gente disponía de ellos en su corral doméstico, y como dato podemos encontrar el de un huevo por dos sardinas. En Matet, dos huevos por tres sardinas, lo cual es lógico ya que solía incrementarse si existía desplazamiento, y lo que se pagaba no era precisamente gasolina. En algunos pueblos como Gátova se pagaba con fascal, jareta, trenilla de esparto, que se utilizaba en agricultura para atar ramucha, aliagas de las que posteriormente llevabas al horno, etc.
Resulta interesante el caso de los vendedores ambulantes, como quincalleros, vendedores de loza, botigueros o ropa, a los que también se les solía pagar con huevos, animales, y en algunos casos con dinero. El pelejero, que recogía las pieles de los conejos cambiaba estas por mixtos o agujas para coser.
Otro tipo de intercambio ya a nivel comarcal se producía con los pueblos de alrededor en ferias y mercados, donde se integran las actividades artesanales como la cerámica y cestería. El intercambio seguía basándose en el trueque: una barcilla de trigo por un cuarterón de aceite, el peso de garbanzos por el peso de alubias donde estas no se producían y viceversa, una olla por su capacidad de aceite, una cesta por lo que quepa en ella de patatas. Sacañet cambiaba los garbanzos a Soneja por cebollas.
Y ya por último para procurarse dinero que generalmente iba destinado a otros menesteres que no eran la alimentación, estaban los mercados de Caudiel y Segorbe, la plaza los puercos donde como su propio nombre indica se vendían las crías de los cerdos, la plaza los pollos, la replaceta del arroz, y otras que esperamos ir desvelando en próximas aportaciones. A lo que no hay que olvidar de añadir la ayuda mutua en las faenas del campo, la casa, o el municipio entre familiares, amigos y hermanos, observando pues un fuerte tejido social en el que predominaban las relaciones personales directas desde lo local a lo comarcal, y no al contrario (de lo global a lo particular), y donde la necesidad imponía que el dinero jugara en la mayoría de los casos un mero valor residual.
Para finalizar decir que existen un nutrido ejemplo de testimonios tanto orales como escritos sobre todos los aspectos aquí comentados, nuestros mayores son los que mejor pueden dar cuenta de ello.
Más vale la buena unión
que tienen mis compañeros,
que todo el oro y la plata
que se fabrica en Toledo.
Fuente: A escullar.