Las protestas contra la carestía de la vida, el desempleo y la corrupción están creciendo desde finales de año en el Norte de África, extendiéndose tanto en Túnez como en Argelia por cada vez más localidades e involucrando a más sectores sociales, de manera que la situación en ambos países se ha vuelto tremendamente inestable, para preocupación de los Estados Unidos y de la Unión Europea, los dos máximos garantes internacionales de los sistemas políticos oligárquicos que se perpetúan en el Magreb presentándose como “Estados-tapón” ante el avance del fundamentalismo islámico en la región.
Buteflika en Argelia y Ben Alí en Túnez (como Mohamed VI en Marruecos) se presentan ante el exterior como “hombres fuertes” que precisan de mano dura para someter y mantener a raya al enemigo interno, a costa de sumir a sus poblaciones en la miseria y tenerlas disciplinadas bajo un puño de hierro, aplastando u obstaculizando al máximo cualquier intento de organización popular o para el cambio político, aplastando a las minorías étnicas y fomentando a través del aparato estatal organismos sociales, sindicales y políticos afines para asegurarse la continuidad del sistema. Todo ello con el apoyo o la complicidad de una “comunidad internacional” que valora, por encima del respeto a los derechos humanos, el contar con aliados estables en el marco de la “guerra contra el terrorismo” y con buenos socios comerciales.
La inmolación de un vendedor de frutas en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid en protesta por las arbitrariedades del régimen y la falta de perspectivas de vida fue la chispa que generó un movimiento de protesta primero en esa localidad y su entorno y después en todo Túnez, exigiendo una apertura democrática y el cambio de rumbo de una política económica anti-popular dictada por los organismos financieros internacionales. La población de las cuencas mineras, la abogacía, los periodistas, la juventud de los barrios populares, están siendo los sectores más activos y con mayor visibilidad en las protestas. El canal de televisión Al-Yazira y las páginas y blogs de internet, pese a todos los controles e intentos de callar su voz, se han convertido en dos fuentes de información y de contacto muy importantes para coordinar y ampliar un movimiento que intentan ocultar y minimizar los medios oficiales, los únicos permitidos.
Las manifestaciones se han extendido en los últimos días a la vecina Argelia, que vive una situación política y social muy similar. El alza en el precio de los alimentos y otros productos de primera necesidad, el creciente desempleo sobre todo entre la población juvenil y un asfixiante sistema que impide la expresión de las demandas populares por otras vías han conducido a que miles de personas tomen las calles en manifestaciones multitudinarias que han sido violentamente reprimidas. El gobierno argelino enfrenta la coyuntura con el método del palo y de la zanahoria, decretando por un lado la bajada de impuestos sobre los productos básicos y facilitando su importación y por el otro, como su homólogo tunecino, reprimiendo a sangre y fuego las protestas, amenazando con hacer caer todo el peso de la ley contra sus líderes y asegurando, en un guiño a sus valedores internacionales, que todo obedece a una mano en la sombra que quiere desestabilizar al país, aludiendo al peligro yihadista. Argelia, además de ser una plaza fuerte en la lucha contra el avance del fundamentalismo islámico en el Magreb, es una gran exportadora de gas y pieza clave en el abastecimiento energético de Europa.
Es clave que seamos capaces de difundir y de apoyar del modo más efectivo posible la lucha de los pueblos norteafricanos. El mejor modo de frenar el avance del integrismo en la región no es favoreciendo gobiernos corruptos, oligárquicos y fieles seguidores de las políticas de austeridad del FMI, que precisamente hacen ganar auditorio al discurso fundamentalista entre los sectores sociales postergados, sino promoviendo cambios de fondo estructurales en las políticas económicas y sociales que eleven el nivel de vida de las clases populares, favorezcan su protagonismo político con independencia de clase y aumenten su control sobre los ricos recursos naturales de la región.
Está claro que esta política no la favorecerá una “comunidad internacional” cuyos intereses pasan por el “buen clima político” para sus inversiones y el control y suministro barato de unas materias primas estratégicas para numerosos Estados occidentales.
Los únicos que pueden abrir el camino hacia un Magreb laico con auténtica democracia y con justicia social son los movimientos populares que nacen del seno mismo de las clases oprimidas y expresan sus intereses, dando una batalla sin cuartel contra las lacras que las atenazan. Afiancemos nuestros lazos con ellos.
Manu García
10 de enero de 2011