M.G.
En el año 1920 habían pasado ya los días de la Revolución de Noviembre de 1918 que destruyó el Reich Alemán y que desató decenas de consejos obreros por todo el país. Las aguas, sin embargo, estaban lejos de calmarse. Desde los primeros días de la República de Weimar, los partidos liberal y radical habían estado luchando por el poder con los social-demócratas. Pero en las elecciones de enero 1919 en medio de la oleada revolucionaria fue la social-democracia la que logró el poder, gracias a los votos masivos de la clase obrera. Era su momento. En Febrero de 1919, Friedrich Ebert, social-demócrata, fue elegido por el parlamento como presidente de la República. Por su parte, otro socialista, Philipp Scheidemann, sería primer ministro durante el primer semestre de 1919, para ser más tarde sustituido por Gustav Bauer, otro líder social-demócrata.
Estos primeros gobiernos socialistas tuvieron que afrontar una tremenda hostilidad por parte del partido conservador, que desde el principio estaba frontalmente opuesto a las instituciones republicanas y que se negaba a aceptar la nueva situación de la política alemana. La vieja aristocracia y la gran burguesía querían mantener el poder, y desconfiaban de la social-democracia visto el ejemplo ruso.
Por otro lado, el gobierno tuvo que capear un temporal de las fuerzas revolucionarias, encabezadas en primer lugar, por una parte de los propios afiliados a la social-democracia, que formaron los consejos obreros, así como a la oposición formada por las organizaciones a la izquierda de los social-demócratas (social-demócratas independientes, comunistas, comunistas de izquierda y anarco-sindicalistas).
Durante todo el año 1919 los diferentes gobiernos habían tenido que soportar grandes dificultades. En primer lugar, la propia Revolución de noviembre de 1918. Luego el aplastamiento de los espartaquistas en enero de 1919, el soviet de Baviera, la amenaza de la Revolución húngara, el Ejército Rojo al otro lado de Polonia… y por el otro lado la permanente posibilidad de un golpe de estado de la derecha que no veía en absoluto con buenos ojos la capitulación que se veía obligada a firmar Alemania con el Entente en 1919. Para las derechas la rendición ante los Aliados era una vergüenza nacional, y sin embargo, ella misma la había provocado.
El putsch de Kapp
En marzo de 1920 tienen lugar grandes cambios políticos en Berlín que nos dejan entrever las dificultades de la posición de los social-demócratas. Son incapaces de llevar a cabo la Revolución – les asusta esta posibilidad – y se decantan por gobiernos democráticos burgueses “de transición”. Durante algunas semanas en 1920, elementos derechistas habían estado agitando contra el gobierno y buscaban cualquier excusa para levantarse en armas contra él. Una de estas personas era Wolfgang Kapp, antiguo oficial prusiano, fundador del Partido de la Patria. Había estado escribiendo durante semanas al presidente Ebert acusándole de permanecer en el poder demasiado tiempo, de no ser elegido por toda la nación y ni siquiera por la Asamblea Nacional y, por supuesto, traía a colación la ineficacia del gobierno en diversos temas, especialmente su incapacidad para reflotar la economía alemana.
El gobierno alemán, como era de esperar, hizo caso omiso de las quejas de Kapp. Hacia mediados de marzo los reaccionarios creyeron llegado el momento para que la oposición fuera más abierta. Kapp logra el apoyo de un importante general, Walther von Lüttwitz, que comandaba entonces la 1ª División del Reichswehr. También contó con el apoyo del general Maerker. Ambas divisiones estaban en los alrededores de Berlín. Estos dos generales no dudaron en 1919 en apoyar sin reservas a Gustav Noske, ministro de la guerra, social-demócrata, en su guerra contra los revolucionarios y los pacifistas alemanes. En estos temas, los reaccionarios y los social-demócratas parece que sí podían cooperar tranquilamente.
A comienzos de 1919, el Reichswehr, el ejército regular, tenía alrededor de 350.000 soldados. Además había otros 250.000 más alistados en los Freikorps, cuerpos paramilitares. Según el Tratado de Versalles, Alemania tenía que reducir sus tropas hasta un máximo de 100.000, y se esperaba, por tanto, el desmantelamiento de los Freikorps.
En marzo de 1920, se dio la orden de desmantelar la Marinebrigade Ehrhardt. Los oficiales de esta brigada no querían cumplir la orden de disolver la unidad y apelaron al general Walther von Lüttwitz, comandante del Reichswehr en Berlín. Von Lüttwitz, monárquico reaccionario, exigió al gobierno que abandonara sus planes de reducción de tropas. El gobierno no les hizo caso, y von Lüttwitz ordenó que la brigada marchase sobre Berlín. Las tropas ocuparon sin demasiados problemas la capital el 13 de marzo. Noske pidió al ejército regular que aplastara este golpe, y como era de esperar, éste fue ignorado. El general Hans von Seeckt, le respondió: “El Reichswehr no dispara al Reichswehr“.
El gobierno abandonó Berlín y se dirigió a Dresde, donde esperaban contar con el apoyo del general Maerker. Cuando se enteraron de que Maerker también apoyaba el putsch, fueron a Stuttgart. Mientras tanto, Kapp, jefe del levantamiento, comenzó a formar gobierno. Sin embargo, famosos conservadores declinaron su oferta y solamente pudo contar con un puñado de oficiales fieles. Los funcionarios del Estado también rechazaron masivamente colaborar con el nuevo gobierno, boicoteándolo desde el primer día. Por ejemplo, Kapp intentó buscar a alguien que mecanografiara la declaración del estado de guerra en Berlín y fue incapaz. Finalmente tuvo que mecanografiarla su mujer. Y, por supuesto, los obreros también pasarían a la ofensiva.
El gobierno, entonces, acorralado y con la espalda puesta en Francia al haberse trasladado a Stuttgart, por si tenían que huir del país, convocó al país a una huelga general para derrotar el golpe. Esta convocatoria recibió un apoyo masivo produciéndose numerosas víctimas en todo el país. Con el país paralizado, y con varios generales negándose a participar en el putsh, Kapp y Lüttwitz incapaces de gobernar, huyeron a Suecia el 17 de marzo. La huelga general terminaría oficialmente el 22 de marzo. Recordemos que en estos momentos se libraba entre Rusia y Polonia una guerra que de ganar los bolcheviques pondría el Ejército Rojo a las puertas de Berlín. En agosto se libraría una batalla alrededor de Varsovia, que ganarían los polacos, pero entonces el resultado de esta guerra no estaba nada claro y animaba las esperanzas de la clase obrera – que por cierto seguía desconociendo la naturaleza del régimen bolchevique. La República de Weimar se salvó en esta ocasión por la defensa que de ella hizo la clase obrera, y porque parte de los militares consideraron que un golpe de estado era demasiado prematuro.
El Ruhr
En la región industrial y minera más importante del país, el Ruhr, junto al río Rhin, la respuesta contra el golpe militar fue masiva. Por ejemplo, en Bochum salieron 20.000 personas a la calle contra los militares golpistas y tomaron la ciudad. El 14 de marzo, un día después del golpe, en Elberfeld tuvo lugar una reunión de representantes del Partido Comunista de Alemania (KPD) y el Partido Social-Demócrata Independiente (USPD). Los partidos de izquierda decidieron una alianza contra los golpistas. El USPD y el KPD realizaron un llamamiento conjunto a “ganar el poder político por la dictadura del proletariado“.
Debido a este llamamiento y, en el contexto de una huelga general, numerosos trabajadores intentaron tomar el poder del estado a escala regional. En las ciudades más grandes del Ruhr, se formaron “consejos ejecutivos” que tomaron el poder. Estaban en su mayoría dominados por la USPD, aunque también participaban los comunistas y que contaban con representación de la FAUD anarco-sindicalista, que en el Ruhr tenía su mayor fuerza, el sindicato minero. Los milicianos controlaron las ciudades.
El Ejército Rojo del Ruhr, cuya fuerza se estima entre unos 50.000 y 80.000 participantes, a juzgar por las incautaciones de armas posteriores, logró librar la región de las fuerzas del estado en muy poco tiempo. El 17 de marzo, unidades rojas atacaron cerca de Wetter una avanzadilla del Freikorps bajo las órdenes de Hasenclever, que se había inclinado por el gobierno de Kapp. Las fuerzas obreras las derrotaron, capturando sus armas y a unos 600 soldados. Esta victoria permitió la ocupación de Dortmund.
El 20 de marzo, se formó en Essen un Comité Central de Consejos Obreros. Otro se formó en Hagen. La ciudadela de Wesel también fue atacada el 24 de marzo. El gobierno socialista, para entonces ya había recuperado el gobierno, y lanzó un ultimátum exigiendo que los Consejos Obreros pusieran fin a la huelga y terminaran con el levantamiento armado para el 30 de marzo y el 2 de abril, respectivamente. Los Consejos se negaron a cumplir los plazos. Todas las negociaciones fracasaron, ayudadas por las acciones militares sin autorización del comandante regional Oskar von Watter.
La consecuencia de la negativa fue una nueva huelga general regional a la que fueron más de 300.000 mineros (cerca del 75% de la fuerza de trabajo en las minas). Este nuevo levantamiento arrastró también a Düsseldorf y Elberfeld. Hasta finales de marzo toda la cuenca del Ruhr estaba en manos de los trabajadores. Los milicianos, normalmente veteranos de guerra, incluso recibían salarios de los Consejos Obreros. Operaban en pequeños grupos, moviéndose en bicicleta. La antigua fortaleza de Wesel fue rodeada, pero aquí, el Ejército del Ruhr sufrió su primera derrota.
La estructura del Ejército del Ruhr era, muy heterogénea y sujeta a frecuentes cambios, como es lógico en momentos así. En general, se podía diferenciar entre la parte occidental y la oriental. La zona este, estaba dominada por el USPD, había estado organizada antes, pero no apoyaba la extensión de las acciones armadas contra el recién restaurado gobierno socialista. Por el otro lado, la movilización fue más lenta en la zona occidental, pero ésta estuvo en manos predominantemente de los sindicatos. La idea de continuar la lucha tuvo aquí su mayor apoyo.
El 2 de abril, la fecha marcada por el gobierno, unidades del ejército entraron en el Ruhr para aplastar el levantamiento. Como nota a destacar, esta fuerza tenía unidades que unos días antes habían estado apoyando al gobierno golpista de Kapp. Con el apoyo del gobierno socialista, el levantamiento fue aplastado por el General Watter, desde el norte. Desde Münster entraron sus columnas combinadas del Reichwehr y Freikorps por el norte.
Durante varios días se sucedieron masacres y las ejecuciones de masas. Quien tenía armas al ser detenido, era fusilado, incluso los heridos. El 3 de abril, Ebert prohibió estos juicios sumarios, temiéndose lo peor. El 12 de abril, el general von Watter prohibió a sus hombres de llevar a cabo un “comportamiento ilegal”. El Reichwehr se detuvo en el Rhin, ya que las tropas de ocupación británicas, que estaban al otro lado, amenazaban con entrar en acción por el Tratado de Versalles.
Al final de la lucha, los obreros participantes en el levantamiento habían perdido más de 2000 vidas, mientras que el Reichwehr y los Freikorps, unas 273. Entre 1919 y 1922 hubo unos 35.600 asesinatos políticos en Alemania.