I
Soy individualista porque soy anarquista y soy anarquista porque soy nihilista.
Pero percibo al nihilismo también a mi manera particular.
No me importa si su origen es escandinavo u oriental, tampoco si tiene o no una tradición histórica, política, práctica o una teórica, filosófica, intelectual, espiritual. Me llamo a mi mismo nihilista porque se que el nihilismo significa negación.
Negación de toda sociedad, de toda cultura, de toda regla y de toda religión. Pero no anhelo al Nirvana más que al desesperado y débil pesimismo de Schopenhauer, que es peor que el violento repudio de la vida en sí. Mi propio pesimismo es entusiasta y dionisíaco como una llama que prende fuego a mi opulencia vital, que desdeña a toda cárcel teórica, científica y ética.
Y si me considero a mi mismo anarquista individualista, iconoclasta y nihilista, es precisamente porque creo que existe una más noble y más integra expresión de mi llena de voluntad y abundante individualidad que, como río que está desbordando, desea extenderse, arrastrando con impetuosidad a los setos y diques, hasta chocar contra las rocas de granito, partiéndose en pedazos y disolviéndose a su vez. No repugno a la vida. La elogio y la canto.
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