Tras varios meses de tiras y aflojas, el Congreso español ha aprobado una reforma laboral que recoge las dos demandas fundamentales de la patronal en esta coyuntura: abaratar y facilitar aún más el despido para la patronal y seguir avanzando en la “flexibilización” (empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo) de las plantillas y los sectores laborales.
Ante esta ofensiva tan fuerte de las clases dominantes, se hace imprescindible mejorar los mecanismos de respuesta de l@s de abajo para hacerla frente y conseguir imponer un modelo alternativo, al servicio de los intereses y las necesidades populares. Para ello es de capital importancia reflexionar acerca de las experiencias de lucha de l@s trabajador@s, por ello traemos a nuestra portada esta interesante aportación del compañero Carretero, que ha vivido muy de cerca el reciente proceso huelguístico en el Metro de Madrid.
En la actual coyuntura de despliegue de la crisis más profunda del sistema mundo capitalista en los últimos cien años, se impone un análisis tentativo de las tareas que, aquellos que pretendemos transformar el mundo en una dirección más social y democrática, hemos de encarar de manera urgente.
Tras la absoluta auto-derrota infligida a y por los sindicatos mayoritarios entorno al primer acto de la oleada de ajustes salvajes que se han puesto en marcha en el Estado Español (el paro-farsa de los funcionarios), la huelga del Metro de Madrid ha logrado convertirse en un jalón importante en el proceso de constitución de una alternativa al intento de que sean las clases trabajadoras las que paguen la crisis (lo que no puede hacer más que agravarla). La huelga de Metro, como primer intento serio de parar medidas concretas del ajuste, se transformó en poco tiempo en una lucha cuasi-épica que deja en su cierre, posiblemente en falso, varias lecciones a atender:
En primer lugar, gracias a la huelga del Metro se ha hecho de nuevo visible una enseñanza radical de la realidad: la lucha sirve para algo. Quizás los que hayan visto el resultado final del proceso desde la empresa privada no sean tan enteramente conscientes de esta moraleja profunda de la lucha del suburbano, pero los funcionarios públicos pueden verlo con plena claridad, al comparar los resultados de su pasividad fatalista con la actitud beligerante de los trabajadores del Metro. Las medidas no han pasado tal y como estaban planteadas, el pago de la factura se ha vuelto más equilibrado entre los distintos sectores implicados (con rebajas de emolumentos de los directivos, que sustituyen a parte de la cercenación de sueldos de los empleados).
Que la lucha sirve para algo y que es, por tanto, un camino que puede y debe ser recorrido es, pues, parte de la narrativa fundamental que la huelga de Metro inaugura. Una enseñanza, por otra parte, esencial en un momento en el que el radical fracaso del paro-farsa de los funcionarios había amplificado el sempiterno mensaje derrotista del social-liberalismo.
Pero, en segundo lugar, la huelga del suburbano también ha demostrado que la fuerza de los sectores populares, en este concreto momento, no es aún suficiente para derrotar claramente los planes de ajuste, para frenarlos en seco. No hay suficiente masa crítica en el movimiento antagonista ni está lo bastante organizado para revertir de verdad el proceso de descomposición social profundizado por el neoliberalismo en su última etapa.
Reorganizarnos, confluir, esculpir los organismos necesarios para la lucha es, ahora, más imprescindible que nunca, pues la exigencia de los tiempos está muy por encima de nuestro rutinario vegetar en nuestros espacios tradicionales.
Así, la falta de una trama contrainformativa que fuera más allá de los ámbitos militantes, se hizo sentir con fuerza a los tres días de huelga, ante la avalancha mediática que intentó anegar a los trabajadores y a su lucha. Lo que nos enseña que debemos de dotarnos de una fuerte red de medios de comunicación que no sólo sirvan para el debate interno, sino también para llegar a toda la gran masa de ciudadanos que permanecen al margen de nuestros pequeños mundos auto-referenciales.
Asimismo, las inefables maniobras de los sindicatos mayoritarios que llevaron la lucha a su final nos enseñan los límites siempre presentes de la socialdemocracia y sus estructuras en circunstancias como las actuales. Creerse que el reformismo social puede ser operativo en el marco de la crisis y que, por lo tanto, existe la posibilidad de una lucha de posiciones a corto plazo, es el resultado del abandono ideológico que lleva a no comprender la dimensión de la apuesta que los ajustes actuales representan, el tamaño titánico del proceso de descomposición a que se quiere someter a nuestras sociedades.
Pero, para sobrepasar a la socialdemocracia y alcanzar a dotar de sentido a la rabia de los sectores populares, atenazados y golpeados por las medidas gubernamentales y de los inversores financieros, se vuelve imprescindible que la acción de los mismos se transforme en consciente y (diré la “maldita” palabra) organizada.
Porque la huelga del Metro de Madrid hubiese sido imposible sin grandes dosis de consciencia de clase y sin niveles de organización interna dignos de envidia. Pese a la pacata narración de la lucha de muchos sectores que, por su propia tradición dogmática, se niegan a reconocer la presencia de los grupos organizados en el Metro de Madrid, el trabajo de décadas del sindicalismo libertario organizado (vía Solidaridad Obrera) en la empresa ha constituido la base sobre la que se ha podido levantar el edificio de la huelga. Decir que la huelga era “espontánea” (para no reconocer méritos a quienes se califica de “no conscientes” por definición), no ayuda en nada a comprender la dinámica real de la lucha. Cómo, más allá de palabrerías entorno al “Partido-Guía”, la presencia de grupos organizados y conscientes es necesaria para prender la chispa antagonista.
Organizarnos, pues, organizar la resistencia a los planes de ajuste. Organizarnos, además, en toda la profundidad de la palabra: en los lugares de trabajo, en los barrios, en las fábricas que se pretende cerrar (recuperándolas y poniéndolas a producir, si es posible), en los centros de estudio, en todos los ámbitos sociales. Organizar a los trabajadores de las grandes empresas y también a los precarios.
Generando dinámicas asamblearias interconectadas en las que las clases populares puedan compartir sus propios problemas y hacer avanzar sus propios intereses democráticos: desde la necesidad de parar los desahucios, a la de organizar la Huelga General, pasando por la imposición a los poderes públicos de la contratación de servicios a cooperativas de parados, o por la confección de un programa serio y común de transformación social, que se hace cada vez más necesario.
Se trata, en definitiva, de tomar en nuestras manos nuestras vidas, no de un simple proceso reivindicativo, pues como ya adelantamos, la apuesta de los próximos decenios va a ser demasiado alta para quedarse con una simple “defensa de lo existente” frente a la apisonadora neoliberal. Más allá del electoralismo o la sumisión, del tribu-urbanismo o la dogmática, en la interrelación y organización de nuevas expresiones asamblearias y de masas del contrapoder popular (los nuevos soviets, sindicatos y colectividades) , está la única salida.
Debemos aprender de los compañeros griegos y, como ellos están tratando de hacer, de los movimientos sociales latinoamericanos, cómo encarar las situaciones dramáticas que nos esperan reforzando la posición de fuerza de las clases trabajadoras. Y ello, si es posible, sin cometer sus mismos errores.
El futuro ha comenzado. El mundo en que vivíamos es ya el pasado.
José Luis Carretero Miramar.