“Toda economía-mundo es una yuxtaposición de espacios ligados a niveles diferentes: un centro estrecho, regiones segundas bien desarrolladas, una periferia de márgenes externos. En el centro de una economía-mundo se encuentra siempre un Estado fuerte, dinámico, agresivo. Es el caso de Venecia en el siglo XV, de Holanda en el XVII, de Inglaterra en el XVIII y parte del XIX, de los Estados Unidos…”
Bolívar Echeverría, La modernidad “americana”, claves para su comprensión.
En más de un sentido, Santiago está lejos de Temukuikui. Muchas horas de viaje para llegar dan cuenta de un país desproporcionadamente largo como estrecho, configuración nada fortuita para una nación que sólo se entiende por sus paradojas. El calor primaveral de Santiago se había transformado en una neblina espesa sobre un paisaje boscoso, sorprendentemente más parecido al norte de Europa, que a América.
Campos con hileras perfectas de eucaliptos y pinos, extraños y nocivos para esta tierra, se extienden indiscriminadamente en el horizonte. La presencia humana evoca un ambiente de frontera. Construcciones recientes, pueblos apenas habitados, casas abandonadas, comercios somnolientos. La carretera, moderna y en perfecto estado, es la única causa de vitalidad. En su orilla se reúnen hombres con una disposición tan ruda como infeliz; venidos de quién sabe donde aguardan los camiones que pasan repletos, luciendo carteles idénticos : “trabajadores forestales”. Camiones de carga pesada transportan compulsivamente enormes troncos que quizás serán convertidos en muebles desechables para el insaciable afán de consumo de algún infeliz en cualquier parte del mundo.
Más de 500 años después de la invasión europea, los hombres que esperan en la carretera comparten los mismos motivos y la misma determinación que sus antecesores. Escapan del desempleo, así como los conquistadores escapaban de la miseria, y esperan el inicio de su turno en la tala irracional de árboles con la misma determinación de aquéllos europeos que atravesaron un océano y un inmenso continente para llegar aquí, están dispuestos a todo, incluso a trabajar en condiciones deplorables por un salario ínfimo.[1]
Tal vez sea que igual que los conquistadores, estos trabajadores están inmersos en la dinámica del sistema que les tocó vivir: 500 años antes como hoy, es la misma modernidad capitalista basada en la mercantilización de toda forma de vida que se resume en la transformación del trabajo humano en opresión de una minoría sobre una mayoría. Una dinámica parasitaria devastadora caracterizada por la expansión territorial y la explotación de los recursos naturales hasta el exterminio.[2]