Desde el inicio de la crisis financiera que actualmente sacude a gran parte del mundo desarrollado, algunos políticos nacionalistas y populistas democráticos han puesto en boga la contraposición entre la “economía real de la producción” y la “falsa economía de la especulación y la burbuja financiera.” Según este razonamiento, existiría un capitalismo aceptable que estaría relacionado con la producción de bienes y servicios, y otro inaceptable (o de dudosa calidad moral) vinculado a la especulación financiera, las “hipotecas subprime” o los mecanismos bancarios generadores del crédito y creadores del dinero. Esta falsa dicotomía -tan cara a la “nueva izquierda latinoamericana” y a los adeptos al “Socialismo del Siglo XXI”- esconde la relación complementaria entre el sistema financiero y el complejo industrial, además de consagrar al aparato productivo como un sinónimo de virtud y laboriosidad, sin tener en cuenta la cruda realidad de la explotación del trabajador, la desigualdad en los ingresos, la imposición del trabajo asalariado como única forma admisible para el obrero (amenazado por el fantasma de la desocupación), la destrucción del medio ambiente, la producción para una sociedad consumista y que no tiene en consideración las necesidades de los verdaderos productores (los trabajadores, no los empresarios).
El capitalismo ha evolucionado y se ha adaptado a los cambios históricos. Desde los inicios de la economía liberal que se originó en la Inglaterra del siglo XVIII, pasando por la expansión imperialista hacia los mercados periféricos, la caída del patrón oro y la crisis financiera de los años 30, el surgimiento del Estado de Bienestar en sus diversas formas – la NEP soviética, el New Deal keynesiano, el auge del fascismo o el peronismo-, la adopción del patrón dólar, el retorno del neoliberalismo reaganiano, hasta la caída del mundo soviético y la globalización capitalista, con preponderancia de los organismos financieros por sobre el aparato productivo. En toda esta historia económica moderna hay un elemento preponderante -junto a la propiedad privada y el trabajo asalariado, y no menos importante que estos- cuya denominación se ha convertido en sinónimo de capitalismo: economía de mercado.