“El enigma no existe. Si una pregunta puede siquiera formularse,
también puede responderse.”
Ludwig Wittgenstein
En todas partes, aunque al mismo tiempo en ninguna, se repite y constata la “actualidad del anarquismo”. Los anarquistas parecen estar en todos lados. Se habla de su superioridad numérica, pero también se señala su inoperancia e ineficacia sobre el terreno a la hora de exponer posturas radicales. Sin embargo, al menos en el Estado español, la inexistencia de una oposición real en la calle que contribuya a expresar y organizar el actual malestar es un hecho que cualquiera puede constatar. Sin embargo, una pregunta nos asalta: ¿Dónde están los anarquistas? TS Eliot parece ser el último que pudo verlos: “¿Quién es el tercero que camina a tu lado? Si cuento, sólo estamos tú y yo juntos, pero si miro hacia delante por el camino blanco / siempre hay otro caminando junto a ti / un encapuchado que se desliza envuelto en un oscuro manto / no sé si es hombre o mujer: pero ¿quién es aquel al otro lado de ti?”. A la hora de escribir este poema, Eliot se inspiró en una de las tantas expediciones antárticas, donde se solía decir que el exhausto grupo de exploradores siempre tenía la impresión de que había uno más, una especie de fantasma, que los acompañaba durante el camino (1).
A pesar de esa supuesta actualidad, ese traer al presente se parece más a un ejercicio de diseño e hipotesis, a un juego de guerra, que a una descripción de la realidad. Con frecuencia, sus actividades necesitan de su expresión espectacular, por medio de acciones violentas, para salir a una superficie de la cual, en muchas ocasiones, se encuentra excluído. De manera deliberada han entrado en un complicado sistema de correspondencias donde al mismo tiempo que se critica los medios de comunicación parece necesitarse constantemente de los mismos. Al narrarse las acciones de los anarquistas, éstas parecen engrandecerse, como si se tratase de una información en diferido, donde la mediación amplifica su significancia, que no su significado real. El significado resulta un imposible, porque cada vez más se carece de los medios para difundir un determinado tipo de mensaje y su dificultad conduce a dar por sentado su imposibilidad, mientras que la significancia parece ser suficiente.
La lucha por un espacio dentro de un movimiento de contestación amplio o la urgente necesidad de reivindicarse como “anarquistas” —aunque la semántica no juegue del lado de los oprimidos—, convierten a los anarquistas en tipos generalmente previsibles, militantes del sacrificio e incluso a veces faltos de sentido del humor. Este modo de vida contribuye a una perpetuación del medio anarquista en un entramado de gustos, opiniones, comidas, hábitos, músicas y vestimentas reconocibles. La escasa importancia práctica que, a pesar de sus cualidades objetivas, demuestra el actual anarquismo contrasta con la excesiva importancia que a veces se otorgan a sí mismos los que se llaman “anarquistas”.
La historia no perdona ni a sus más enconados críticos. El actual escenario, mirando hacia atrás en un período de diez o veinte años, nos deja un saldo curioso. Alguna de las armas de la contestación surgidas a mediados de los años ochenta y que tenían a Hakim Bey, la difusión en el estado español de lo que se conoció como “guerrilla de la comunicación”, la experiencia de Luther Blisset, o la recuperacón espectacular de algunas de las ideas del discurso situacionista, como alguno de sus mejores exponentes, nos indica que nuestra época ya ha girado diez o veinte veces sobre sí misma. Y también nos muestra que no hay segundas partes posibles. La tecnología del propio sistema cuenta con una poderosa estructura de proyección, siempre en clave pasiva, de las ideas de la última o penultima contestación. Aquello que pasa a integrarse en el mismo sistema es un reflejo de la imagen primera. El siguiente escenario de dominación, por tanto, siempre estará integrado por parte de las luchas inmediatas que lo desafiaron. De este modo, podemos llegar a entender que la dominación actual, al menos en nuestras sociedades europeas, pasa inevitablemente por la ilusión de la participación. No se trata de dictaduras más o menos ineficaces, sino sistemas democráticos en los que, en cierta medida, la policía ha dejado de ser necesaria. El control se ha interiorizado de tal modo, que en cualquier lugar y momento existen ejemplos para la delación, la denuncia anónima, el chivatazo o la cruda violencias entre iguales. Este reflejo es en sí mismo una forma sofisticada de mentira que se convierte en la mentira suprema de su época.
En algún lugar, un veterano anarquista como Bob Black afirmó que “necesitamos anarquistas libres del estorbo que supone el anarquismo”. Entonces, y sólo entonces, “podremos empezar a plantearnos seriamente el fomento de la anarquía”. Y tenía razón. Los grupos anarquistas, y no sólo aquellos otros grupos que se reparten el escenario de la radicalidad (ciudadanistas, altermundistas…), en muchas ocasiones se han convertido en grupos conservadores, gente que no sabe hacer otra cosa, defensores de una Ideología, tipos perezosos capaces de jugar en ambos lados de la reforma y la revolución, ejemplos de excesos verbales, expertos en compartir procesiones y desplegar toda una propaganda en la que parece que el fianl de los tiempos estuviera cerca.
Este texto es un experimento propositivo, cuyo impulso parte de la confianza en que, a pesar de todo, el futuro pasa por el anarquismo, o al menos por las prácticas esencialmente anarquistas y antiautoritarias. Creemos que el activismo pasa actualmente por una redifinición de la idea de habilidades y la experimentación política, no como proyección de nuevos escenarios, sino como puesta a prueba de todas y cada una de estas armas.
Pese a ello, y para evitar desengaños, las Interzonas Anarquistas no constituyen el intento por estructurar una nueva teoría en medio del desierto, sino que inciden en el complicado plano de las habilidades. Por tanto, tan sólo, si acaso, pueden servir de punto de partida. Su naturaleza, aparte de su concepto base que es la idea de la interzona descrita por William Burroughs, es herencia directa o indirecta de otros conceptos, como las “afinidades selectivas”, y tantos otros que el lector atento podrá desentrañar (como, por ejemplo, el urbanismo unitario situacionista o la idea vaga del “pasearse”, e incluso el acto gratuito de André Gide).
La interzona como conexión y mapa de subversión…
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