La joven hija de un pintor anarquista, se encontró en 1966 en Cuba con las críticas públicas, por parte de la dirección revolucionaria, de las lacras soviéticas
En 1961 apareció en Nueva York Los hijos de Sánchez, del antropólogo norteamericano Oscar Lewis. Su investigación presentó el concepto de «cultura de la pobreza» a través de las historias de vida de cinco miembros de una familia pobre de Ciudad México: el padre, Jesús Sánchez, y sus cuatro hijos. El libro, extraordinario, haría escuela hasta devenir un clásico de la antropología del siglo XX.
Mientras la obra ganó celebridad —cuando se editó en Francia resultó el mejor libro extranjero publicado en ese país— tanto el autor como la editorial que lo publicó en español, el Fondo de Cultura Económica, fueron sometidos en México a una demanda que le imputaba al libro contar con lenguaje obsceno, escenas pornográficas e injurias hacia la nación mexicana y hacia algunos de sus prohombres. Al final, la acusación no trajo consecuencias y el libro disfrutó de varias ediciones en la patria de quien aparece en el libro bajo el nombre de Jesús Sánchez.
En sus páginas, este padre de familia expresa la filosofía que ha aprendido a lo largo de su vida:
Yo me ocupo nada más de mi trabajo. De política no conozco ni papa. Leo uno que otro párrafo del periódico, pero no lo tomo muy en serio; para mí no tiene mucha importancia lo que veo en los periódicos. Hace unos días leí algo sobre los izquierdistas, pero yo no sé cuál es derecha, ni cuál es izquierda, ni qué es comunismo. A mí me preocupa una cosa: conseguir dinero para cubrir mis gastos y que mi familia esté más o menos bien. El obrero debe preocuparse porque a su familia no le falte alimento en su hogar. La política es muy complicada, así que allá los que nacieron para ser políticos. Si viene una tercera guerra mundial algunos de esos señores que la están provocando irán al panteón, junto con muchos millones. Yo no me preocupo mucho, ¿verdad?1
En 1966 Eva Forest pasó cuatro meses en una zona rural del oriente de Cuba, en la actual provincia de Granma, para escribir la autobiografía de una «granja del pueblo», en la cual una colectividad rural se dedicaba al cultivo de la caña, la producción pecuaria y de cultivos frutales, organizada de ese modo después del triunfo revolucionario de 1959.
El punto de partida para llegar hasta allí no sería tanto el libro de Lewis como Una aldea de la China Popular, cuya descripción le fuera hecha por su propio autor, [el sueco] Jan Myrdal, en 1963. A partir de entonces, y con su previa admiración por la Revolución cubana, Eva Forest decidió que Cuba sería el campo de sus estudios.2
Tras vivir cuatro meses en la granja del pueblo, su investigación no arrojaría nuevos datos sobre la «cultura de la pobreza», sino constataría una realidad: la creación de una cultura popular sobre la revolución en Cuba y su consecuencia: el cambio fundamental en la comprensión de la vida.
La ruptura producida en la cultura de la pobreza por esta realidad se expresaba en un extremo opuesto al del mexicano Jesús Sánchez: los campesinos que hablan en el libro de Eva Forest se ocupaban de la política, aprendían a leer el periódico, descubrían la diferencia entre el comunismo y el imperialismo, tenían alimento para comer en familia tres veces al día, podían tener casa con piso de cemento, techo seguro y agua corriente y no dejaban de confrontar una vasta diversidad de problemas, provenientes tanto del legado de la antigua vida como generados por la nueva experiencia. Conociéndolos, Eva Forest les llamó «los nuevos cubanos».
Eva Forest llegó a esa granja del pueblo en julio de 1966, en el cenit de la política independiente de la Revolución cubana con respecto a las metrópolis del socialismo mundial en la época: la URSS y China, lapso que duraría hasta 1968.
La joven catalana, hija de un pintor anarquista, se encontró con este contexto en Cuba: las críticas públicas, por parte de la dirección revolucionaria, del «economicismo, el objetivismo, la manualización de la enseñanza, el burocratismo, el culto de la personalidad y otras lacras de la construcción socialista» [soviética], pero más aún: Fidel Castro declaraba que la experiencia de Cuba respecto a la toma revolucionaria del poder «era un ejemplo para todos», en contradicción abierta con las tesis de la Conferencia de Partidos Comunistas latinoamericanos, celebrada en La Habana en noviembre de 1964, que defendían «moderar» el discurso proguerrillero.
Eva Forest fue una de tantos extranjeros que llegaron a Cuba dominados por la enorme admiración mundial que despertaba la joven Revolución cubana.3 Eligió ir al campo a investigar los rasgos de la nueva vida que surgía. Se decidió por la granja «Mártires de Alegría de Pío», que representaba el medio rural de características ideales para investigar un amplio mosaico social, pero que además se encontraba en la zona por donde desembarcó Fidel Castro el 2 de diciembre de 1956 con el yate Granma.
Todo ello era necesario a los fines de su investigación: quería conocer cómo era la vida de esos campesinos antes de 1959, como vivieron el período de la lucha insurreccional en la zona y cómo experimentaban las transformaciones revolucionarias, desde estas dimensiones: las condiciones de trabajo, el desenvolvimiento de la vida cotidiana, las relaciones con la guerrilla revolucionaria y con el ejército de Batista, sus creencias religiosas, su opinión sobre el comunismo, su actitud ante una agresión al país y ante los problemas de otros pueblos del mundo.
El libro de Eva Forest ha aparecido apenas en 2007 después de una dilatada historia, que incluye la censura franquista a la casa editorial que en Barcelona quiso publicarlo primero. Solo un brevísimo fragmento apareció en 1967.4 Antes de iniciar sus trabajos, la autora quizás leyó un volumen aparecido en la Isla con el título Cuba: transformaciones del hombre, cuyas páginas se encaminaban hacia la misma dirección de sus indagaciones de 1966 en «Mártires de Alegría de Pío». En ese tomo se encuentra un fragmento de un testimonio elaborado literariamente por Calvert Casey, donde puede leerse:
Pero desde el día primero de año a esta parte la cosa se ha puesto brava y hemos tenido que parar la construcción de las naves para poder abrir las trincheras. Yo no le puedo decir dónde están, están por ahí llenas de armas. Tiene razón; esto no le gusta a nadie, pero hay que hacerlo por si vienen, porque parece que Cuba le da mucho miedo a mucha gente y no sé por qué, porque nosotros lo único que hemos hecho es construir las casas que usted ve aquí y las naves, y los comederos de los puercos y arar la tierra para sembrar todo lo que se ve y sacar agua para las hortalizas y levantar aquel tanque grande que usted ve allí que se llena de un pozo del agua más saludable del mundo.5
Solo cinco años median entre esta hermosísima «ingenuidad» política y las opiniones que recogerá Eva Forest, también de belleza inusitada, pero mucho más elaboradas. Ellas se explican no solo por la campaña de alfabetización que transcurre en ese propio año 1961, y después por el aseguramiento de las condiciones para la matrícula escolar rural, sino porque la relación del campesino con lo real se irá transformando aún en ese corto período a través de la participación en la organización de su proceso productivo, de dirigir las nuevas instituciones y de desempeñar un conjunto de funciones inéditas para ellos.
Los campesinos ya no solo eran los beneficiarios del agua corriente y de la carne de res una vez por semana: eran participantes del proceso en las disímiles formas en que lo describen en sus entrevistas: en la escuela, el Comité de Defensa, la tienda del Pueblo, el hospital, el tribunal popular, el Partido, la Federación de Mujeres, la cooperativa, el poder local.
En profundidad, el libro de Eva Forest es la constatación fáctica de un largo empeño teórico: la fundamentación de la solidaridad «política» contra el egoísmo «natural» como clave del orden institucional de la sociedad.
Los nuevos cubanos es un tratado contra la «naturaleza humana»
Hans Kelsen hacía reposar todo el andamiaje de la teoría política del marxismo en una hipótesis «psicológica»: «el que cree poder construir el palacio del futuro con un material distinto [el material del que habla Kelsen es el hombre mismo], el que funda sus esperanzas en una naturaleza [humana] distinta de la que conocemos, debe terminar sin remedio en el país nebuloso de la utopía».6
Sin embargo, Forest encuentra en sus entrevistas las claves de una transformación radical de la «naturaleza humana». El ex terrateniente asegura que el campesino es haragán, que trabaja solo cuando no tiene dinero, que si gana unos pesos deja de trabajar y se los gasta en alcohol, como mismo asegura que el deber de la mujer es mantenerse «bonita y arreglada» para atender al esposo en la casa.
Eva Forest tiene frente a sí a campesinos que trabajan más de 14 horas y renuncian al cobro de horas extras, renuncian «al trago» para ingresar a la Unión de Jóvenes Comunistas, buena parte de ellos defienden el trabajo de la mujer, aseguran que irían a Viet Nam a liberarlo del «yugo imperialista», aprenden valores comunitarios de solidaridad y comienzan a juzgar la vida desde una clave de lectura jamás empleada antes por ellos: «lo que más me gusta a mí de la revolución es que todos somos iguales». Esto es, empezaban a juzgar la vida como una construcción colectiva de seres libres y recíprocamente iguales.
Sus testimonios traen también el ruido de las piedras que se interpondrán en el camino: Eva Forest advierte que la visión «oficial» que brinda el administrador de la granja al inicio de la investigación será cotejada por otros testimonios. En efecto, en las entrevistas aflora la trama institucional completa de la que participan los campesinos, y revelan todos sus problemas: la planificación burocrática, la desposesión del control sobre los planes productivos y las metas a cumplir, la concentración creciente del poder en instancias de decisión alejadas de las bases, las acusaciones de «contrarrevolucionario» a compañeros que criticaban los errores cometidos en una siembra a destiempo o en una meta cumplida «por cumplir»; la exageración y desproporcionalidad en los planes propuestos.
Eva Forest no omitió una sola entrevista: recogió el testimonio de los combatientes de la milicia, de los obreros, pero también de los ex terratenientes, del preso, de la espiritista, del bodeguero privado y con ello armó el mapa completo del tejido político de la comunidad: su texto no es una «apología» ni una «crítica» sino una disección del cambio en la comprensión de la vida: donde el antiguo rico dice que escasea la carne, el antiguo pobre dice que jamás había comido tanta. La campesina pobre de toda la vida explica que ella no sabe «qué es eso de ser rica», pero que ella «se siente rica» con la vida que lleva.
El hombre no tiene naturaleza sino historia, como decían con palabras diferentes pero con el mismo sentido tanto Ortega como Gramsci.
En La guerra de guerrillas el Che Guevara aseguraba que los «leales y sufridos pobladores de la Sierra Maestra» nunca sospecharon el papel que desempeñaron como forjadores de la ideología revolucionaria, cuando el contacto con ellos hizo ver con nitidez a los guerrilleros la necesidad de realizar la reforma agraria y transformar la vida del campesino.
Pero también se trasformaron los campesinos por sí mismos: la libertad siempre es una pedagogía. Los testimonios recogidos en Los nuevos cubanos son la «historia» del campesino y su rebelión contra la «naturaleza»: del campesino que empezaba a «comprender la política» y usarla para manejar el curso de su vida contra la política del terrateniente que le decía que era «pobre porque era bruto» y «se lo merecía».
Con sus palabras, los campesinos afirman que no hay vida libre sin una vida política fundada en la igualdad. Ese contenido de la cultura política dura en Cuba hasta hoy: es la clave de los consensos y de sus rupturas. Es el hecho que permite comprender por qué Cuba resistió a la caída de los «socialismos» del Este y cuál es la naturaleza de las alternativas de desarrollo socialista que puede encontrar en su propia historia.
Aquellos campesinos comprendieron de golpe la identidad de clase del poder cuando veían lo que tuvieron siempre frente a sus ojos pero no conseguían explicárselo con palabras «claras»: que por ser pobres los tribunales no les servían, que eran extorsionados por los médicos en contubernio con los farmacéuticos, por los políticos que les prometían tablas para construir casas que jamás veían. Todo ello lo intuían, pero sus palabras recogidas en el libro están transidas por una obsesión: «estar claros», «aclararse»: estudiar, aprender, tomarse en serio el periódico, «qué bueno es discutir, ¿verdad?».
Esos campesinos aprendían a tratarse como compañeros. Ramón Hernández, responsable de la Central de Trabajadores de la granja, le dice a Eva Forest:
Cuando vayan por allá, por el mundo de ustedes, díganles a los compañeros, campesinos y proletarios de la tierra, hermanos de nosotros todos, que si nos necesitan vamos a ayudarles; que la libertad es muy linda para que uno no esté dispuesto hasta dar la última gota de sangre porque un hermano de un país subyugado sepa lo que es. Y aquí los habemos decididos y que a cada rato estamos preguntando: ¿A dónde hay que ir para serle más útil a la revolución? Porque, compañera, es muy lindo eso de pensar y ya ser un hombre, y duele tanta humanidad que está por ahí avasallada, sin poderse desarrollar…
Ramón Hernández era analfabeto antes de la Revolución.
Cuando a otro campesino, en plena lucha insurreccional le dicen que los rebeldes son bandidos, riposta argumentando que esos rebeldes son una «comisión de intelectuales» y de compañeros estudiantes que luchan por mejorar la vida de los campesinos. La frase revelaba el culto supersticioso del iletrado al saber, la jerarquía interpuesta por el saber. Pero la cultura popular sobre la revolución significa la conciencia de la adquisición de derechos. La conciencia de adquirir un derecho es propiamente un resultado revolucionario. Siete años después de triunfar la revolución, el ex analfabeto lo comprende todo: que el programa de la revolución es trastocar la «naturaleza» de la dominación por la condición «política» de la libertad, la condición misma de ser y tratarse como compañeros: aquellos que comparten el pan y defienden la libertad de compartirlo.
El título del libro parece obvio, pero no lo es: en las zonas campesinas del oriente de Cuba a una persona joven se le llama «nueva». Después de haber empezado a trabajar alzando caña a los 12 años, de trabajar sobre las 16 horas diarias en tiempo de zafra, y de conocer los estragos del hambre el resto del tiempo, una persona de 39 años se consideraba a sí misma un viejo. El carácter de «nuevos cubanos» tiene una doble acepción: es nuevo porque remite tanto a un origen, a un nacimiento, como a la juventud, que en esas zonas rurales es sinónimo de «útil». Una persona «nueva», está naciendo, y es siempre una persona «útil».
Eva Forest tituló su libro Los nuevos cubanos, conociendo bien este campo semántico: los campesinos le decían que con la Revolución se «hicieron hombres», se convirtieron en «hermanos», y «dejaron de ser esclavos», cuando dejaron la vida «estrecha que tenían y fueron capaces de vivir «amplios». Entonces, eran «nuevos», eran «útiles», eran por fin «hombres».
NOTAS:
[1] Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, Joaquín Mortiz, México, 1973, p. 509
[2] El propio Lewis haría luego trabajo de campo en Cuba, de lo que resultó el libro Four women: Living the Revolution.
[3] De la investigación que resultó en el libro Los nuevos cubanos participó Juana Hendrickson, a quien Eva Forest le dedicó el libro, una vez terminado. A JH pertenecen las fotos que aparecen en el pliego gráfico del volumen, que Hiru publicó en 2007.
[4] Eva Forest, «Una lección inolvidable», en Cuba: una Revolución en marcha, Ediciones Ruedo Ibérico, Suplemento 1967 de Cuadernos de Ruedo Ibérico, Francia, 1967 , P. 341-343
[5] Calvert Casey, «Que hable un campesino», en Cuba: transformación del hombre, Casa de las Américas, La Habana, 1961, p.164
[6] Han Kelsen, Socialismo y Estado, Siglo veintiuno editores, México, 1982, p. 276
La Haine