Antes de dos años

Sinpermiso

Antes de dos años el actual bostezo continental podría dar un giro y transformarse en algo mucho más activo y consciente. Europa podría conocer grandes turbulencias, si no se cambia la actual política. La política de austeridad vía recortes sociales, que asfixia toda posibilidad de recuperación, añade nuevos motivos de agravio. La degradación de la esfera social, el aumento del paro y la subida de la cuenta de la luz, incrementan la sensación de estafa. Mientras su gobierno prepara la privatización de las compañía de agua gas y electricidad, muchos griegos ya están comenzando a negarse a pagar peajes viarios, tasas hospitalarias y billetes de transporte público, que han subido un 40%. Tomen nota del fenómeno: en nombre de la legitimidad social, la gente común comienza a responder con la misma moneda utilizada por los descarados autores de la crisis.

El ciudadano irritado

La deuda griega ha aumentado en más de 40.000 millones en un año y ya asciende a más de 340.000 millones (147% del PNB). Si no cambia la política, en dos años Grecia e Irlanda habrán quebrado y otros estarán al borde de la quiebra. En lugar de unirse y crear una alianza en Bruselas contra esa política errada, los gobernantes de los países más afectados se dedican a renegar los unos de los otros, repitiendo uno tras otro que, “Irlanda no es Grecia”, “Portugal no es Irlanda”, “España no es Portugal, ni Grecia, ni Irlanda…”, etc., etc.

No es de extrañar el creciente malhumor contra los políticos y el establishment que se detecta por doquier. La imposición del Directorio europeo añade ofensa nacional al escarnio social. La evidencia de que unas elecciones no cambiarán nada, porque la soberanía está en otra parte, mina la propia mecánica representativa.

Con su economía doméstica y su esfera social en caída libre, también los europeos perderán la paciencia. Hay síntomas del fenómeno hasta en Alemania el país de Europa, que, según nos dicen “va bien”. Nadie explica cómo es posible que el sujeto de esa feliz Alemania que va tan bien sea el “Wutbürger”, el ciudadano irritado.

Casi dos tercios de los alemanes opinan que sus políticos son incompetentes y sus financieros irresponsables. Casi tres cuartas partes (72%) cree que los bancos y compañías de seguros “no han comprendido nada de la crisis y continúan con un más de lo mismo”. Tres cuartas partes (74%) dan por hecho que los políticos están más pendientes de los intereses del sector financiero que de los contribuyentes.

La diferencia de Alemania con otros países de Europa del sur es que su Estado social es mucho más desarrollado. Hay más tejido que recortar, pero la tendencia es la misma que en el conjunto de Europa. Con su Economía Social de Mercado, Alemania se afirmó desde la posguerra como un país socialmente mucho más estable y nivelado que la media europea. A partir de 1990, la desaparición del espantajo comunista restó sentido a la moderación.

Desde 1990 hasta hoy, los impuestos a los más ricos bajaron un 10%, mientras que la imposición fiscal a la clase media subió un 13%. En veinte años la clase media se ha reducido, pasando del 65% a englobar al 59%. Los salarios reales se han reducido un 0,9%, mientras que los sueldos superiores y los ingresos por beneficios y patrimonio aumentaron un 36%. En 1987 los directivos de las principales empresas (índice DAX) ganaban como media 14 veces más que sus empleados, hoy ganan 44 veces más. Incluso en Alemania, la clase media está descubriendo la precariedad.

El 22% de la población laboral está hoy empleada en condiciones precarias. El trabajo ha dejado de ser algo firme para convertirse en algo mucho más temporal y esporádico. El tradicional vínculo a una empresa se pierde. La precariedad se ha instalado en las relaciones laborales. Los sindicatos dicen que la tasa de paro (7,2%) debe duplicarse e incluso triplicarse, si se incluye en ella ciertas categorías de empleados paupérrimos, porque el gobierno falsea la estadística de una forma no muy diferente a la que los griegos falseaban sus cuentas. Que todo eso apenas trascienda a la opinión pública alemana, no quiere decir que la gente no lo sienta, y no hace sino demostrar que la situación con los medios de comunicación, secuestrados por intereses corporativos minoritarios, no es mejor que en otros países europeos.

La humanidad convocada

Si eso pasa en Alemania, quiere decir que toda Europa es sensible a este cambio de humor. La situación invita a los europeos a salir a la plaza Tahrir a ajustarle las cuentas al sistema en su conjunto. El día en que una mayoría de europeos se convenza que la mera pasividad malhumorada agrava más la situación y decida salir a la calle a protestar y recuperar la dignidad, el actual orden europeo quedará sentenciado y los países saltarán uno tras otro, como está ocurriendo en África del Norte.

Confundiendo la forma con el fondo, la revuelta árabe es explicada casi como consecuencia de las nuevas redes sociales y tecnologías. Quienes han estado vendiendo durante años el “conflicto de civilizaciones” y la islamofobia, se topan con la evidencia de una antigua y universal aspiración humana a la justicia y la dignidad. Pronto sabremos si estamos ante una revuelta internacional contra el Imperio. Si es así, el asunto no podrá quedar sin consecuencias en Europa. No olvidemos que los tiranos árabes eran, y son, administradores de intereses geopolíticos y energéticos cien por cien imperiales, de ahí el nerviosismo e incertidumbre que estas revueltas ocasionan en los gobiernos europeos, en Washington y en Israel, así como entre quienes defienden la dimensión imperial, es decir globalmente injusta y desigual, de nuestras democracias.

La desigualdad y la injusticia son desestabilizadoras. La gran desigualdad y la gran injusticia son muy desestabilizadoras. Sea Norte/Sur, entre países europeos o en una misma sociedad nacional, la inestabilidad, desesperación y ausencia de futuro de los unos, se proyecta y repercute necesariamente en el conjunto, complicando la tranquilidad de los otros. Todo indica que esa verdad general se va a hacer bien palpable en la Europa más próxima.

Puede que lo del Norte de África sea el principio de un cambio de ciclo en la conciencia social. Quienes invocan el fantasma del desorden como resultado de ese cambio, olvidan que la situación presente ya es el desorden para cada vez más gente. La unidad del mundo es el dato central del Siglo XXI, y si la injusticia y la desigualdad continúan dominando, éste será un siglo caótico y suicida. La humanidad entera está de alguna manera convocada.

Rafael Poch, amigo y colaborador ocasional de SINPERMISO, es el corresponsal en Berlín del diario barcelonés La Vanguardia.

La Vanguardia, 26 febrero 2011