Preámbulo
¡Japón, victima de otro terremoto!Ésta parece ser en recientes tiempos la única razón por la cual se menciona las condiciones sociales, la situación económica o la rica cultura de este país asiático. Y, todo es relacionado al potente desastre que se puede desarrollar con esas centrales nucleares que jamás debían haberse construido en ese archipiélago de islas en el cual constantemente se experiencia terribles terremotos. El futuro y la historia serán los testigos que confirmaran la irresponsabilidad por parte de los industrialistas y el gobierno japonés. Hoy día es imposible dar con la cifra exacta de las vidas inocentes que morirán contaminadas de radiación.
En los renglones que siguen, el Grupo Cultural de Estudios Sociales de Melbourne, Australia, expone otro crimen cometido por las autoridades japonesas en 1923 y callado en las páginas de la historia.
El anarquismo en el Japón tuvo una época heroica que, cronológicamente hablando, podríamos ubicarla entre los años 1903 y 1937. Es la historia de un movimiento de abnegados, de místicos y de mártires cuyo paralelo nos resultaría difícil hollar en otras coordenadas geográficas. Ser anarquista, en el Japón, hasta el desenlace de la segunda conflagración mundial, era una condena a muerte en potencia. A un profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Tokio, N. Morito, que se le ocurrió, en 1920, escribir un Estudio del Pensamiento Social de Kropotkin, a pesar de que ni era simpatizante del movimiento anarquista japonés, se le condeno a un año de cárcel y se le prohibió, en el futuro, el que ejerciera su profesión de pedagogo.
La primera masacre “legalizada” contra el ideal libertario tuvo lugar el 24 de enero de 1911 cuando doce anarquistas fueron ahorcados por el delito de lesa majestad. La policía y el ejército amannaron lo que pasó a ser conocido como la Gran Revuelta (Dai Yaku Jiken), con el fin de desembarazarse de las figuras más relevantes del movimiento anarquista, incipiente pero pujante. El evento tuvo resonancia internacional porque, entre los ahorcados, había un medico, un escritor, dos periodistas, un sacerdote budista, un funcionario, dos propietarios, un comerciante, obreros, estudiantes y campesinos, evidenciando todo ello la falsedad de la acusación. Una heterogeneidad de profesiones tan manifiesta era totalmente incompatible con la finalidad que, según la policía y el ejército, los acusados se habían fijado.
También hubo muchas condenas de prisión. De ello nos refrescan el recuerdo las agendas internacionales de información que, en un cable del 16 de enero de 1975, anuncian la muerte de Seima Sakomoto, uno de los encartados de la Gran Revuelta, condenado a la cárcel y muerto, este mismo día, a los 87 años de edad. Al asesinato colectivo del 24 de enero de 1911 siguieron muchos más. Destaca, por encima del resto, el que tuviera lugar en los primeros días de septiembre de 1923 cuando se atribuyo a los anarquistas y a los coreanos los incendios y pillajes que siguieron al terrible terremoto del primero de septiembre.
Aquí, reproducimos el artículo que envió Li Pei-kan a distintas publicaciones libertarias de Europa, en ocasión de que en el Japón se desarrollaba una de las represiones más terribles acaecidas en aquel país del “Imperio del Sol Naciente”.
El 20 de febrero de 1928 murió en la prisión de Akida, en la región más fría del norte del Japón, el compañero japonés Kiutado Uada. La noticia de su muerte me hirió profundamente. Desde hace mucho tiempo sigo y escribo para la prensa china sobre los acontecimientos que condujeron a la condena de Uada y al martirio de Daidscairo Furuta. Para el mundo europeo el nombre de Uada es nuevo; pero en el corazón de los trabajadores japoneses vivirá largamente su memoria, como la de Furata y de tantos otros mártires, de quienes se podría decir, por el recuerdo que de ellos ha quedado que no están muertos. Su vida, sus luchas, su martirio, representan una tragedia que sólo la pluma de un Shakespeare sabría describir dignamente. Yo intentaré un esbozo, que escribo con sangre y lágrimas, para que el mundo europeo sepa que en los países del misterioso Oriente han existido y existen todavía hombres que han muerto y mueren por el triunfo de la Anarquía.
LA MASACRE
El primero de septiembre de 1923 el Japón fue afligido por terribles sacudimientos sísmicos. En Tokio estalló simultáneamente el incendio en diversos puntos. La espantosa desventura que hería al país hizo nacer en el pensamiento del gobierno el plan de tomar ello como pretexto para aplastar los movimientos subversivos, desde el coreano opositor al anarquista. Al día siguiente de la horrible catástrofe, se hizo circular entre los sobrevivientes fugitivos de la burguesía atemorizada, el rumor de que “los socialistas y los coreanos habían lanzado bombas”, “incendiado casas”, “envenenado pozos y víveres”. Estos rumores cayeron en terreno fértil: la burguesía, alarmada, se puso en estado de defensa en cada barrio; las organizaciones militarizadas como la “Sociedad Nueva” y la “Asociación de los ex-combatientes” fueron pronto movilizadas. Todos los componentes de estas guardias blancas estaban armados de grandes sables, pistolas, y lanzas de bambú. Tenían como objetivo a los coreanos y a los socialistas y libertarios. Primer triunfo de la horda fue la destrucción de las habitaciones de muchos revolucionarios, y la detención, seguida de torturas, de una gran cantidad de compañeros. El 3 de septiembre, en la calle Okina fue arrestado el compañero Harissana, de 37 años, secretario de la asociación obrera “Yun Rodo Kumial”, con diez compañeros más. Fueron llevados secretamente a la comisaría de Kumaido, y allí se les mató a sablazos. Sus cadáveres fueron luego quemados, junto con algunas docenas de coreanos asesinados. Nuestros compañeros habían muerto gritando “¡Viva el proletariado!” En todas las comisarías los compañeros fueron injuriados y maltratados. Los policías, en gran número solían arrojarse del uno al otro los cuerpos de las victimas, o los golpeaban hasta que perdían el conocimiento. Algunos fueron atormentados así varias veces. Así R. Taheschi, atado con las manos a la espalda, fue sumergido en agua pútrida y encerrado después en el local de detención de Hahan. El 16 de septiembre el compañero Sakae Osughi, de 32 años, redactor del mensual anarquista “Rodo Sna”, su compañera Noe Ito, de 29 años, conocida en el movimiento anarquista japonés, y Munekosa Tatschlibana, muchacho de siete años, sobrino suyo, fueron transportados en automóvil al comando de la gendarmería, y allí estrangulados por el capitán de policía Amakasa, el suboficial Mori y dos cabos: Kamoshida y Houda. Los cadáveres fueron desnudados, luego arrojados a un pozo, mientras las ropas, para destruir toda huella, eran quemadas. Sin embargo, el 20 de septiembre el delito fue descubierto, y Amakasa detenido luego; los demás policías fueron exonerados por haber sido evidentemente considerados autores de la matanza, pero al público no explico el gobierno los motivos de la exoneración. El asesinato de Osughi, naturalmente, suscito la indignación del pueblo contra el gobierno; pero este no llego a poner término a la masacre de coreanos y socialistas en general. Junto a Osughi perecieron gran número de compañeros nuestros, algunos millares de coreanos inocentes, y ni siquiera los chinos quedaron inmunes.
DESPUES DE LA MATANZA
La clase dominante estaba preparando desde mucho tiempo la matanza de Tokio. Uada expresaba indudablemente la verdad cuando escribía en “Rodo Undo”, tres meses después de la muerte de Osughi: “La autoridad pretende que el asesinato de Osughi debe atribuirse a la iniciativa personal del capitán Amakasu y de sus cómplices. Esta es una vulgar mentira. Se sabe, en efecto, que los militaristas incubaban desde algunos años el deseo de degollar en la primera ocasión propicia a todos los revolucionarios, y que durante ese tiempo los comandantes, en su inspección a las tropas, anunciaban que: “el Estado espera hacer la guerra a los socialistas en el próximo porvenir”… De los acontecimientos anteriores se deduce con claridad más que suficiente, que los asesinatos en masa no partieron de la iniciativa personal de un individuo, sino del gobierno, que cedió a la presión insistente de los militares. Durante el proceso, Amakasu, el asesino de Osughi, pareció ser considerado con menosprecio por parte de la burguesía. Mas luego quisieron ver en él a un ferviente patriota de temperamento vehemente”. Confesó con arrogancia haber asesinado inducido por un patriotismo sincero, llevado de un impulso personal, cosa que nadie creyó. Por lo demás todo el proceso fue una comedia. Amasaku fue condenado a diez años de prisión, pero el 27 de enero del año siguiente la pena le fue reducida a tres años. Y se acabó por ponerlo clandestinamente en libertad antes de que terminase su primer año de prisión. Un ejemplo más de la tristemente famosa justicia burguesa. ¡Pero ello no podía ser tolerado en silencio! Y al poco tiempo aparecieron los vindicadores: amigos dispuestos a vengar con sangre al compañero caído, a estigmatizar la “justicia”, a espolear al pueblo: los anarquistas.
LOS VINDICADORES
Entre los amigos y compañeros de Osughi estaban Uada, Furuta, Muraki, Kuratschi y Sintani, quienes resolvieron vengar la muerte de Osughi matando al general Fukoda, que había sido el comandante de las tropas que actuaron en contra del ambiente social, y que, entre paréntesis, fue también el ejecutor de la ultima matanza de chinos en Tsi-Nan-Fu. Prepararon el asalto a una casa del pequeño suburbio de Tokio, Kubi Korbomura, fijando el 16 de septiembre para la ejecución, primer aniversario del asesinato de la familia Osughi. Kuratschi se procuró la dinamita, y Santani fabricó lo necesario para confeccionar la bomba. Descubriré ahora brevemente la vida de estos cinco compañeros: Furuta era un bravo militante de la idea anarquista y no contaba más que 25 años de edad. Durante varios años editó el periódico anarquista “El Campesino”. Junto con otros compañeros había fundado en la gran ciudad industrial de Osaka el grupo “Guillotina”. Un año antes de su detención había resuelto, con el compañero Naganama y otros del grupo, destruir una casa bancaria de Osaka. Del atentado resulto muerto el banquero. Naganama, Utschida, los hermanos Komiskai y otros fueron detenidos y recluidos en la prisión de Osaka. Furuta descendía de una familia acomodada. En cambio Uada procedía de una familia pobre. Muy joven aún tuvo que trabajar para ganarse la vida. Fue minero y ocasionalmente ferroviario. Autodidacta, a los 16 años era ya socialista. Poco después encontró en el anarquismo su campo de lucha. Magnifica figura de militante, animado de un entusiasmo inigualable. Trabajó junto con Osughi y los demás en la gran obra de liberación de los explotados. Leía con pasión y escribió un gran número de poesías. Muraki era un viejo anarquista y el amigo más intimo de Osughi. Simpático, afable, cortés. Desde hacia mucho tiempo sufría de afección pulmonar. Kuratschi era, como Uada, hijo de familia pobre. De oficio tejedor, fundó el sindicato en la fábrica donde trabajaba. Sintani había nacido también entre la miseria. Era metalúrgico desde la infancia y nunca frecuento ninguna escuela. La experiencia de la vida le condujo al anarquismo, considerando que era el solo medio de llegar a suprimir las injusticias y la iniquidad de la sociedad contemporánea, de la que el era, entre tantas, otra víctima.
EL ATENTADO DE FUKUDA
Despuntó finalmente el día de la venganza, que no fue, empero, el 16, sino el 1 de septiembre de 1924. Ese día se desarrollaba en Vinaki, suburbio de Tokio, una ceremonia conmemorativa del gran terremoto, y el general Fukuda iba a ser en ella el primer orador. A las 18 horas el automóvil del general llegó a la puerta de Yinnaku-kin, y Fukuda descendió de el dirigiéndose hacia la sala de la reunión. Un hombre que lo seguía le disparo un tiro de revolver sin herirlo. Iba a repetir el disparo, mas no tuvo tiempo, pues fue apresado por la escolta de Fukuda. Ese hombre era Uada. Fue conducido al puesto de policía de Hondfuschi, donde declaró haber obrado por iniciativa propia, porque estaba convencido de que Amakasu asesinó a Osughi a instigación de Fukuda, y había llegado a la determinación de matar a Fukuda para vengar a su compañero. Como consecuencia de ello la policía invadió los domicilios de muchos compañeros, sometiéndoles a largos interrogatorios. Cinco días después la casa del general Fukuda fue destruida por una bomba, pero Fukuda no se hallaba en su domicilio. Furuta y sus compañeros lanzaron otros explosivos, pero sin alcanzar, desgraciadamente, mejor éxito.
DETENCION DE LOS VINDICADORES
La noche del 13 de septiembre la policíaa detuvo a Furuta y Muraki en sus habitaciones. Las casas habían sido circundadas por fuerte contingente de policía. Uno de ellos llamo a la puerta pretextando la entrega de un telegrama. Furuta abrió, la policía se apodero de el e invadió la habitación. Muraki, por su parte, se proponía hacer fuego, mas no tuvo tiempo para ello. Kuratschi y Sintani se habían dirigido con bombas a Asaka, para librar de la prisión al compañero Tezu y a otros. Mas la policía, habiendo oído rumores del complot, logro detenerles antes de que tuviesen tiempo de poner su plan en ejecución.
LA COMEDIA DEL PROCESO
El proceso se desarrollo rápidamente en pocos días, del 21 al 23 de julio y el 15 de agosto. Muraki había ya fallecido. La causa de su muerte en verdad, era la tuberculosis, mas las pésimas condiciones de la prisión habían acelerado el proceso de su enfermedad. Era un hombre que había luchado enérgicamente por la anarquía a pesar de su grave enfermedad. Al tercer día del proceso el acusador público propuso la pena de muerte para Furuta, Uada y Kuratschi, y 10 años de prisión para Sintani. Durante el proceso Furuta había exclamado: “¡Este proceso es una comedia!” Y tenía razón. Yo también estoy convencido de que fue una comedia. El gran mal es que a comprenderlo estén siempre solamente aquellos que lo sufren.
LA SENTENCIA
Como los mártires de Chicago, fueron condenados los compañeros de Oriente después de la ridícula comedia de algunos días de proceso. El gobierno actual del Japón es omnipotente: asesina a nuestros militantes uno tras otro. ¿La justicia? Un escarnio. ¿El humanitarismo? No existe. Se da curso a la ley, y la ley es manipulada por los gobiernos: es el instrumento con que asesinan a los soldados de la libertad. El 10 de septiembre fue pronunciada la sentencia: Furuta, que fabricó las bombas y mató a un banquero en Osaka, condenado a muerte. Uada, que atentó contra el general Fukuda, fue condenado a prisión perpetua. Kuratschi, que se había llevado dinamita de las minas, entregándosela a Furuta, 12 años de prisión.
Sintani, que había intervenido en la manipulación de explosivos, fue penado en cinco años de prisión. El dia de la sentencia, so pretexto de que el presidente había recibido amenazas anónimas, varios compañeros fueron detenidos.
DESEO MORIR
Pronunciada la sentencia, Furuta y Uada declararon desistir de la apelación. Uada dijo: “Deseo morir; no quiero inspirar compasión, ni solicitar reducción de pena. Solo me duele inmensamente no compartir la suerte de Furuta.” Pensaba, ciertamente, en las palabras del mártir de Chicago, Neebe, a sus jueces: “Morir de un golpe es mejor que morir poco a poco”. El día 4 de agosto Uada escribió su testamento, en el que decía: “Si soy condenado a muerte y ajusticiado, abonad con mis cenizas las macetas de flores, y como ceremonia fúnebre organizad una excursión”. También Furuta escribió a los compañeros el 14 de septiembre: “E1 abogado Fusetasughi me comunicaba que no os disgusta nuestra actitud, porque estáis de acuerdo en no apelar. Esto nos ha dado mucho placer y de ello os estamos infinitamente agradecidos”. El 20 de septiembre Uada fue transferido a la prisión de Akida, a cumplir prisión perpetua. Los compañeros Furukana e Ikeda fueron condenados a seis meses de arresto por haber pronunciado amenazas contra el presidente del tribunal y el general Fukuda. En verdad el compañero Furuta estuvo sereno hasta el último momento. Su tranquila sonrisa reconfortaba a cuantos iban a visitarlo. Murió el 15 de octubre sobre el patíbulo de Itschigaya. A la noche, su hermano y algunos compañeros fueron a retirar su cadáver. Uno de ellos escribió: “Anochece cuando entramos en el recinto de la prisión. El guardián nos precede con una linterna y nosotros lo seguimos a lo largo del viejo muro. En la sala de visita advertimos a nuestro Furuta, sonriente, pero su cuerpo está frío. En torno al cuello había dejado su huella la cuerda. Poco después introducimos el catafalco. Mientras disponíamos en él el cuerpo rígido, pendía la cabeza. Furuta parecía dormir. Siguiendo el deseo de su padre, lo transportamos al lugar que más había amado en su vida: el suburbio de Lasugaya (Tokio), en casa del abogado Fusetasughi”. “A las diez se reunieron algunos compañeros en torno al féretro y leyeron su ultima carta: “¡Queridos compañeros!: Muero. Os auguro salud y energía. 15 de octubre, hora 8,25. Deidschiro Furuta”. Escribió estas palabras cinco minutos antes de morir. Subió al patíbulo acariciando la fotografía de su perro y su gato, y teniendo en la mano una hoja de árbol, enviada por su hermana mayor. Hasta en el féretro su corazón pertenece a los seres y las cosas que más amaba.
MUERTE SERENA
Furuta esperó la muerte en la prisión de Itschigaya. “Todo acabó. La conciencia no me pesa. Estoy sereno” dijo él como ya había dicho Fgatechi, el famoso novelista socialista japonés, intimo de Furuta: “En estas condiciones, a despecho del dolor y de la ira, puedo esperar, sosegado y sereno, el veneno de la muerte”. Así moría un anarquista.
LA MUERTE DE TETSCHU
El 6 de marzo de 1926 termino el procesó contra el grupo “Guillotina”, de Osaka. Tetschu Nagahama fue condenado a muerte. Momischi y Kanaka a prisión perpetúa. Utschida y otros tres compañeros a 15 años; Zamako a 8; Ito y Ueno a 3 años. La ejecución del poeta Nahagama en la horca, tuvo lugar clandestinamente el 15 de abril en la
prisión de Osaka. Pero sus obras: “Pan negro”, y el magnífico poema: “Luto por mi último compañero Furuta”, que me conmovió hasta las lágrimas, y otros poemas más, no se pueden a la par que el libro de Uada: “De la prisión”, ajusticiar.
EL ASUNTO BOKU
Ya antes del martirio de Tetschu, habían sido condenados a muerte, en Tokio el compañero Boku Retzu y la compañera Fumi Kanko. El llamado “asunto Boku” consistió en lo siguiente: Desde tiempo antes habían sido detenidos algunos valerosos anarquistas coreanos: Boku Retzu, Kiu Schau-kan y otros, con ellos la compañera japonesa Fumi Kaneko bajo la acusación de haber conspirado contra la vida del emperador. El asunto puede llamarse “intriga de los coreanos”. Las órdenes partieron del gobierno que buscaba un pretexto para hacer degollar del modo más horrible, a algunos millares de coreanos, chinos y revolucionarios, por la multitud enfurecida, la soldadesca, y la policía. La propaganda y la instigación al genocidio fueron obra de altos personajes del gobierno y del ejército, durante la ultima catástrofe: “Prestad atención decían los coreanos, los revolucionarios y los chinos nos atacan. ¡Hombres: armaos! ¡Mujeres, niños: huid!” El 25 de marzo de 1926, Boku y su compañera Kaneko fueron condenados a muerte por “la intención de asesinar al Príncipe”. La acusación era, indudablemente, falsa. Ante el tribunal ambos se comportaron con mucha firmeza y serenidad. Al pedirle su nombre, Boku respondió: “¡No tengo nombre!” En cuanto al lugar de nacimiento, dijo: “¡El mundo!” Y referente a su descendencia, adujo: “¡Del proletariado!” Sabían que la sentencia comportaba la muerte; y cuando se le daba lectura, se levantaron sonrientes, se abrazaron y besaron. “¡Viva la Anarquía!” gritó Kaneko. El público estaba profundamente conmovido. De muchos ojos se desprendían lágrimas. No osaron ejecutarlos y su pena fue conmutada por la prisión perpetua, cuya noticia recibieron cual si hubiera sido un insulto. El 23 de julio, al despuntar el sol, Fumi Kaneko se suicidó en su celda, dejando escritos sus “Pensamientos de la cárcel”. El compañero Kiu Schau-kan fue condenado a tres años de cárcel. Aquí termina mi narración. Se me han secado las lágrimas. El dolor y la ira tienen raíces profundas en mi corazón, y aunque yo sea joven y poco experto en la lucha, la conciencia me dice de tener confianza en un porvenir mejor. Oreo firmemente que mientras haya hombres que sepan morir por el alto ideal de la Anarquía, la Anarquía será la esperanza viva de la Humanidad. Decían justamente los compañeros japoneses: “Muchas compañeras y compañeros han caído en la lucha: ¡Nosotros avanzamos sobre sus cadáveres, hasta la victoria! ¡Adelante!”
Fuente original: Portal Libertario OACA | www.portaloaca.com