Amnistía Internacional y el Colegio de Trabajadores Sociales tenían previsto informar ayer en la charla “Si vuelvo, me mato” del maltrato a menores en centros de internamiento.
“En el centro pasé días atada a una silla, con mordaza; sin ella se me caía la baba. Tenía el cuello doblado y la cabeza caída. También estuve en la celda de aislamiento atada a la cama donde además me pinchaban y pasaba al menos tres días con los ojos vueltos”. El testimonio de Sara Casas sobre su estancia en el centro de protección terapéutico Dulce Nombre de María en Málaga, sirve para presentar la charla “Si vuelvo: ¡me mato!”, que el grupo local de Málaga de Amnistía Internacional (AI) y el Colegio Oficial de Diplomados de Trabajo Social y Asistentes Sociales (CODTS) tenía previsto ofrecer ayer en Málaga, y que se centra en el informe del mismo nombre que la ONG presentó el pasado diciembre de 2009.
EL objetivo de esta conferencia es explicar la situación en la que se encuentran algunos menores que ingresan en centros de protección terapéuticos, bajo la protección y el cuidado de la Administración española “y que pueden ser víctimas de abusos sexuales, malos tratos o tratamiento cruel y degradante, pueden ser encerrados en celdas de aislamiento, atados, amordazados, medicados sin la debida diligencia y en contra de su voluntad”, según explica el responsable de Menores de AI en Málaga, Nacho Laffarga, quien puntualiza que su propósito es también aportar ideas y proyectos que ayuden a evitar que se produzcan estas violaciones de derechos humanos.
La charla se apoya en el informe del mismo nombre -“Si vuelvo: ¡me mato!”- que Amnistía Internacional publicó el pasado mes de diciembre y en el que se documentaban numerosos casos de agresiones físicas y psicológicas a menores.
Dicho estudio pone de relieve que estos abusos contra menores quedan en la mayoría de los casos ocultos e impunes, ya que no se realizan investigaciones imparciales e independientes. Pese a ello, hay constancia de casos en los que los menores son trasladados de un centro a otro, aplicándoles medicación sin consentimiento. “Un día me despertaron en un centro diferente al que me habían acostado y con unos compañeros diferentes”, relató a Amnistía Internacional Sara Casas. Una situación similar vivió Aránzazu Celdrán con sus traslados a centros en Málaga y Barcelona, respectivamente.