El mundo en el que vivimos se encuentra en una etapa de rápida transformación, pero casi no nos damos cuenta. Lo que ayer era una novedad hoy lo damos ya por sentado. Lo que ayer despertaba inquietud y era causa de revueltas hoy ya lo hemos aceptado, apartado de nuestros pensamientos o simplemente olvidado. Vivimos en un eterno presente, como si el mundo nunca hubiera existido y no pudiera cambiar nunca.
El plástico y el asfalto, las mercancías y la tecnología, la industria y los complejos urbanos, aunque existen solo desde hace pocas generaciones, son un fenómeno mundial en continuo crecimiento: imaginarse una existencia sin ellos se hace cada más difícil. De forma cotidiana aceptamos este mundo así como es, carente de vida pero funcional.
La idea del progreso, del coche como “forma de libertad”, de la aprobación a priori de toda innovación tecnológica, se revela como una conclusión errónea, al menos desde el momento en que nos paramos a observar el empobrecimiento general de las relaciones humanas, tanto cualitativa como cuantitativamente, en pos de una alienación que se expande. La unión entre nuestro ambiente y las personas con quienes lo compartimos, la historia que lo ha plasmado y al fin y al cabo nosotros mismos, se hace cada vez más débil. No solo los factores principales de esta transformación están más allá de nuestra comprensión, sino que la mayoría de las personas no parecen ni siquiera mostrar interés en la reflexión sobre sus causas y consecuencias. La organización técnica de la sociedad, la extrema especialización y división del trabajo vuelven cada vez más profunda la brecha entre la actividad que llevamos a cabo y nuestra capacidad de comprender sus efectos. ¿De qué consideraciones y necesidades nace este “progreso” y qué lo hace avanzar? Bajo la hipocresía de la “neutralidad de la ciencia”, los intereses de la dominación no se analizan nunca de forma crítica. No es difícil ver que las investigaciones científicas sirven en primer lugar para el aumento de la productividad, la racionalización y refuerzo de la explotación y, en consecuencia, el necesario aumento del control sobre la vida; es decir, para el mantenimiento del orden vigente en cada uno de sus aspectos. Fundamento y motor de nuestra época, tecnología y ciencia son medios –ciertamente los más potentes– al servicio del poder y, precisamente por esto, no han sido nunca neutrales.
A nosotros aquí, sin embargo, nos interesa hablar de un desarrollo que penetra de forma todavía más capilar en nuestras vidas. Un desarrollo que se está dando en una dimensión tan pequeña que no somos capaces de percibir con nuestros sentidos. Esto nos hace, por tanto, dependientes de los expertos, que en un momento dado nos informan a propósito de decisiones, tomadas lejos de nosotros, sobre experimentos y aplicaciones tecnológicas prácticas. Desde hace mucho tiempo, en las universidades y en los centros de investigación se desarrollan bio- y nanotecnologías que hacen posible la manipulación de la materia a nivel molecular y atómico. Aquí no se trata ya de simples experimentos circunscritos a unos espacios delimitados; ahora es nuestro propio planeta el que es usado como laboratorio. Los organismos genéticamente modificados, las nanopartículas y la radioactividad se introducen irrevocablemente en el mundo en el que todos vivimos. Innumerables productos alimenticios ya contienen sustancias manipuladas de este modo. Los defensores de estas tecnologías proclaman públicamente su uso “humanitario” –en la medicina, en la producción alimentaria y, en general, en la mejora de nuestra vida–. Los verdaderos intereses de los poderosos, sin embargo, son otros. Como la mayoría de los sistemas tecnológicos, también la nano- y la biotecnología se desarrollan en gran parte para investigaciones militares. Su potencial de intrusión en cada aspecto de la vida cotidiana, y por tanto de ampliar de forma considerable el control social, es evidente. Ya existen microchips de dimensiones tan reducidas que son invisibles a simple vista (RFID) y pueden ser colocados en cualquier producto con el objetivo de seguir sus desplazamientos. Semillas manipuladas hasta hacerlas estériles y que deben, por tanto, volver a comprarse año tras año, son ya de uso comercial. Minúsculos mecanismos utilizados en al ámbito de la vigilancia y chips de implantación con informaciones personales (como el “verichip” de la empresa ADS) se difundirán probablemente en el futuro…
No queremos hacer una lista de los horrores creados por esta sociedad. Si eso sirviera para movilizar a la gente, ya tendríamos miles de focos de agitación. No: ya Hobbes sabía que “de todas las pasiones, el miedo es aquella que menos lleva a las personas a trasgredir la ley”. A pesar de la opresora presencia del orden vigente, en primer lugar es necesario aprender a soñar de nuevo: soñar una vida fuera de las lógicas del rendimiento y del control, un mundo totalmente distinto donde no nos dejemos someter ni por las personas ni por las máquinas. Debemos aprender a hacer realidad nuestros sueños, con todas las luchas que esto implica… Dialogar con los poderosos que desarrollan y promueven estas tecnologías, implementan su uso y se benefician de ellas, es una pérdida de tiempo y de energía. En ese diálogo ellos ganarán siempre. En el fondo, este desarrollo no es llevado a cabo solamente por los espectros de algunos científicos y tecnócratas, sino por la lógica de todo un sistema que empuja en esa dirección. En su necesidad de expansión, el capitalismo devora todos los ámbitos de la existencia que todavía pueden introducirse en el mercado. Después de haberse hecho dueño del planeta desde hace mucho tiempo, ahora intenta ahondar en su propio poder
–hasta en los más mínimos detalles–. Cuanto más complejo es el sistema, más peligroso se vuelve el malestar. Eso crea la necesidad de un control lo más completo posible sobre la vida, el factor de imprevisibilidad por excelencia.
Esta lógica se encuentra en todas las tecnologías desarrolladas bajo el dominio del capitalismo. Mientras no seamos capaces de determinar –en el rechazo de toda forma de dominación y a partir de reflexiones sociales y éticas– cuáles son los avances técnicos que favorecen la libertad y cuáles los que someten y por tanto deben ser destruidos, es absurdo hablar de un uso “bueno” o “malo”. La eficacia tecnológica puede ser alcanzada solo gracias a la especialización que separa la discusión sobre sus consecuencias de las personas afectadas, relegándola así a un nivel puramente científico. Creemos que es necesario dar un paso atrás y reconocer estos avances por lo que realmente son: un ataque contra la capacidad de autodeterminación de nuestras vidas. A quien no está de acuerdo con la evolución de este mundo, no le queda ningún sitio en el que retirarse. Nuestro rechazo solo puede desembocar en una lucha dirigida a la destrucción de estas tecnologías, es decir al estremecimiento de todo el orden social que produce esta serie de monstruosidades.
anónimo