Giorgio Agamben observa en sus obras una progresiva reducción de la bios a zoé (pura vida biológica, nuda vida). Sigue así la estela dejada por Hannah Arendt en ‘La condición humana’ donde con otros conceptos (animal laborans y homo faber) ha apuntado algo similar.
La medicina, y eso también aparece en algún libro de Agamben a cuenta de la Alemania nacionalsocialista, es una de las disciplinas más afectadas por ello. La reducción biológica está por doquier. Y la psiquiatría, como rama maldita de la medicina, es la más afectada por este reduccionismo, ya que se trata de una rama intermedia entre las ciencias naturales (pues de cuerpo biológico y cerebro hablamos) y las ciencias sociales (pues este cuerpo y cerebro se sitúan en un tiempo y espacio determinados y en relación con un mundo de cosas y otros semejantes). No en vano la psiquiatría está plagada de escuelas y formas de entender el psiquismo de lo más diverso.
A pesar de haber honrosas excepciones, hay una gran mayoría, o una corriente de opinión mayoritaria, que se deja arrastrar por la quimera de la búsqueda biológica del problema mental (y cuando digo mental no entro en determinismos biológicos, psicológicos, sociales u otros). Y como no, de su tratamiento al mismo nivel. No entraré a discutir los aspectos de las terapias psicológicas que también tienen lo suyo y precisaría de mucho tiempo. Pero aunque hubiese tal Santo Grial no nos aportaría gran cosa, más que un incremento en el catálogo de pastillas y menos comprensión y menos participación en nuestra propia vida.
La neurociencia, como encargada de investigar las bases neurobiológicas de la vida, se centra en fenómenos moleculares. Pero otra cosa es trasladar esa investigación sobre la vida a la vida en sentido amplio. Y es que esta es una de las principales críticas que se le hace a la investigación científica, la dificultad para salvar el hiato laboratorio-mundo. A pesar de que la neurociencia, en general realiza planteamientos cada vez más apropiados, más autocríticos y cuestionándose más los aprioris, los hallazgos que concluyen tienen un alcance limitado. Y además son utilizados como mecanismos de dominio. La difusión de sus conclusiones, por ejemplo, está mediada por el sistema de comunicación de masas, y los mass-media difunden una parte del todo. Toda difusión de información necesita de un resumen, de una previa digestión, y aquí se ganan o se pierden aspectos esenciales. En una sociedad como la nuestra no puede ser de otra manera. Por otro lado, a la hora de la aplicación clínica, las condiciones de aplicación determinan en gran medida el uso de los hallazgos científicos. Y es que, aunque se encuentren las bases neurobiológicas de la ansiedad la aplicación clínica en un contexto de ambulatorio, con su mediación estructural, política y económica acostumbran a limitar cualquier hallazgo, que no pase por una pastilla mágica. Otras alternativas implican tiempo, y el tiempo es dinero. Otros cuestionamientos, cambios estructurales del sistema.
Y es así como la política entra en juego, y se hace biopolítica. La gestión de la vida, la regulación de la población mediante la aplicación del poder político en todos los aspectos de la vida. Partiendo de la racionalización más extrema y reduciendo la vida a un residuo biológico, se organizan las formas adecuadas de vivir. De nuevo la medicina como ejemplo. Con tal de disminuir costes (que suele ser un leitmotiv de los políticos-gestores), se opera en el nivel de la prevención, que tiene que ver en gran medida con estigmatizar y fomentar distintos estilos de vida. Un uso de la medicina que permite configurar la vida que merece la pena ser vivida. Discursos que crean modos de subjetivación con los que identificarse. Esto es biopolítica. Sobretodo esto.
En los tiempos que nos tocan vivir se puede descontextualizar una conducta como la agresividad para analizarla a nivel molecular. Se puede crear un discurso en que la agresividad sea una conducta biológicamente patológica. Se puede describir describe la conducta, omitiendo todos o muchos de los condicionantes de esta, aplicar un tratamiento (por ejemplo litio o risperidona) y observar los resultados, así como las variaciones en los niveles de neurotransmisores, hormonas, cambios neuronales, etc. Si hay desaparición de la conducta, premio. Si se observan cambios en los neurotransmisores, ya podemos hipotetizar disfunciones cerebrales. Da igual que se mantengan los condicionantes que han influido en el desarrollo de la conducta si la respuesta es distinta. El sujeto importa un carajo. Ya no realiza la conducta. Nada nuevo desde ‘La naranja mecánica’ de Kubrick.
Si esto es progreso y ciencia, no nos interesa. Sólo interesa a quien detenta el Dominio. No queremos el tratamiento de las conductas ni de los síntomas sin la comprensión de los individuos que los tienen y de las sociedades que los provocan. No queremos olvidarnos de los sujetos. La política, cultura, economía, también están dentro nuestro, las tenemos interiorizadas. Y también necesitan terapia de choque.