Pasada la explosión de ilusiones fáciles y cómodas, específicamente posmodernas en su frivolidad e insustancialidad, que ha suscitado el evento, ahora ha llegado el momento de la reflexión, tarea mucho menos grata y sencilla, sobre todo para quienes llevan años aquejados de la letal enfermedad del activismo sin contenidos ni estrategia, cosmovisión específicamente izquierdista y socialdemócrata.
En primer lugar hay que decir que la huelga no fue, ni mucho menos, general, pero que, sobre todo, no fue revolucionaria. Más bien al contrario. Convocada por los sindicatos amarillos, hechura del Estado y de la burguesía, fue en primer lugar, por sus objetivos reales, un tipo peculiar de cierre patronal. En efecto la clase empresarial, así como el ente estatal y el partido en el gobierno, necesitaban, ante la pertinacia y gravedad de la crisis, realizar un lavado de cara de sus instrumentos para el control y manejo de las clases trabajadoras, a fin de dotar a éstos de una legitimidad que estaban en trance de perder.
Por tanto, la convocatoria de la así llamada Huelga General servía perfectamente a los fines políticos estratégicos y tácticos (en éstos destaca la regeneración del PSOE, vía UGT y ala izquierda de la socialdemocracia, tras 6 años de desgaste en el gobierno) del sistema de dominación en su totalidad, y contaba con la mano de obra de siempre, el obrerismo trasnochado y el izquierdismo posibilista y verborreico.
La cuestión, ciertamente, no está en apoyar o no la convocatoria, como suponen los “prácticos” de siempre, sino en los contenidos, en el enfoque, en el programa, con que ello podía hacerse, o no hacerse. Tales sujetos, en realidad, como ya hicieron en 2004, están ligados a la cosmovisión y la política socialdemócrata de manera irremediable, se pongan las etiquetas que se pongan. Por tanto, en cuanto hay una situación algo difícil para la clase empresarial y el Estado, ahí están para echar una mano, para contribuir a que la acumulación de capital continúe sin problemas a través de la retórica izquierdista, de la apología de “las luchas” y “las movilizaciones” promovidas desde arriba. Ahora hastían a todos narrando las batallitas del 29-S, sin hacerse la pregunta esencial, ¿a quién ha beneficiado la HG?
Tampoco puede aceptarse que un radicalismo de tres al cuarto sostenga que lo que diferencia al espíritu reformista del revolucionario sea mantener algunas ínfimas escaramuzas con las fuerzas represivas, y no los contenidos, los programas, la cosmovisión básica, las metas.
Muchos no logran comprender que desde el final del franquismo el capitalismo español ha hecho de la izquierda y el progresismo su fuerza política preferida, de manera que aquél y éste, no la derecha, no el PP, son los herederos principales, de la manera más rigurosa, del franquismo.
Para mantener legitimados, por tanto operativos, a sus aparatos para la dominación política y social en primera instancia, la patronal convoca periódicamente cierres patronales a los que denomina huelgas generales: la del 29-S fue la séptima del periodo de dictadura parlamentaria y partitocrática.Es curioso que muchos vivan la realidad actual con la ideología de hace un siglo, o más, como si la noción de Huelga General, con mayúsculas, fuera inmune al paso del tiempo y al cambio en las condiciones sociales, sin querer entrar en lo esencial: que una HG o es revolucionaria o es una parodia. Es el contenido que se la otorgue, el programa, lo que la hace revolucionaria o reaccionaria, no ella en sí, no la retórica expelida, no las formas de acción o lucha utilizadas.
Para salvarnos de la impostura y el teatro (quizá sería mejor hablar de circo) en que se ha convertido hoy la lucha de clases por causa de la falta de espíritu revolucionario de quienes se llaman “revolucionarios” hay que realizar una ruptura con la socialdemocracia, en lo ideológico, lo programático, lo político, lo emocional y lo vivencial, hay que situar en el centro a la noción de revolución, como realización integral de la libertad, el autogobierno, la convivencialidad, el colectivismo y la autogestión, en una sociedad nueva en lo más sustantivo, sin ente estatal ni clase empresarial.
Pero la pseudo-HG del 29-S fue, en los contenidos, una penosa reivindicación de los tres grandes males que ahora nos aniquilan como seres humanos, la sociedad de consumo, el aparato tecnológico y el Estado de bienestar.
Todo ello se hace en nombre de “las luchas” y exhortando a “las masas” a movilizarse por vivir “mejor” aquí y ahora, para consumir, contaminar y despilfarrar más, para ser triturados todavía más por las dádivas envenenadas del Estado de bienestar, para perder la condición de seres humanos, para hacerse ya definitivamente pura barbarie y subhumanidad ultra-sometida.
Quienes creen que las reivindicaciones económicas son el primer paso hacia una toma de conciencia proletaria tiene en su contra la experiencia: se lleva haciendo desde hace más de siglo y medio con resultados desastrosos. Tal estrategia no sólo no atrae a “las masas” al ideario revolucionario sino que transforma a sus apologetas en agentes del capital y del Estado, en reaccionarios de nuevo tipo, generación tras generación.
Nada se puede hacer, por ende, para eliminar el fanatismo logrero, tripero, gozador, fiestero, estatolátrico, frívolo, insociable, amoral, despilfarrador, descerebrado y posibilista de las mentes de la gran mayoría de lo que aún sobrevive del izquierdismo institucional y el anarquismo de Estado [1], atados por mil lazos al PSOE. Es inútil recordarle la frase de Soledad Gustavo, “las revoluciones no son hijas del estómago, son hijas del pensamiento” [2] que expresa una sabiduría ciclópea y magnífica, imprescindible. En realidad, con esa gente todo es inútil, pues repudian la revolución, veneran el orden establecido y no ven más allá de lo que es posible alcanzar ahora, ya, aquí.
Siguiendo la reflexión de Soledad Gustavo, una mujer magnífica porque se mantuvo ajena a las perversiones y atrocidades del feminismo de Estado y el feminismo burgués, debemos replantear nuestra acción política y compromiso social justamente en la dirección que ella marca: desarrollar el pensamiento para hacer posible la revolución [3] dejando en un modesto y secundario lugar las exigencias del estómago.
Por tanto, como práctica posterior a la tristísima HG del 29-S está el desarrollo del pensamiento, de la conciencia, en lucha contra la cosmovisión socialdemócrata, economicista y fruidora. Se trata de, superando el activismo, que hace de cada acontecimiento un remedo de campaña electoral, y considerando de una manera revolucionaria, a partir de la verdad, los principales problemas de nuestro tiempo, ofrecer una alternativa a ellos que esté netamente diferenciada de la institucional, izquierdista y progresista.
Para llevar un mundo nuevo en nuestros corazones lo primero y principal que tenemos que hacer, en buena lógica, es derrocar dentro de nosotros mismos el ideario y programa socialdemócratas, con el fin de auto-construirnos como sujetos aptos para la acción revolucionaria. ¿Nos atreveremos a hacerlo?, ¿nos decidiremos a romper con el narcisismo y egocentrismo de la posmodernidad para reconocernos responsables, y culpables?, ¿nos golpearemos la cabeza contra un muro, metafóricamente hablando, hasta conseguir auto-cambiarnos, hacernos seres humanos renovados?
Luego, tras esa necesaria conversión interior, después de romper con el activismo y la cosmovisión reformadora, estaremos en condiciones de realizar el esfuerzo exterior que permitirá, quizá, que la próxima HG sea no sólo general sino, sobre todo, revolucionaria.
Félix Rodrigo Mora
1.- Utilizo esta expresión a partir de la lectura de un texto excelente, “El efecto Chomsky o el anarquismo de Estado”, en “Trébol negro” nº 1, CNT-AIT Almería. Pero, con todo, la reflexión comunicativa sobre el anarquismo de Estado ha de continuar, sobre todo en torno a la cuestión del Estado de bienestar.
2.- Este asunto lo desarrollo con cierta extensión en el libro “Seis estudios”, editorial Brulot, de inminente publicación, en particular en el capítulo “La función de la conciencia en la revolución”.
3.- En la Introducción al libro “Antología de textos de Los Amigos de Ludd”, mis antiguos compañeros me censuran por aferrarme a la idea de revolución, que ellos consideran inapropiada. Desde luego, me declaro culpable de tal imputación, si. Pero, o estamos por la revolución o estamos por el poder constituido, no hay una tercera posibilidad, no hay término medio. Por tanto, la pregunta a mis queridos ex-colegas es, ¿dónde se sitúan ellos?