Si bien las fábricas van desapareciendo por la terciarización de la economía o por su traslado a países en desarrollo, los ingenios colonizan la vida cotidiana; todas las actividades humanas son marcadas con el estigma de la seguridad y del trabajo, y el mundo entero se convierte en fábrica, o lo que viene a ser lo mismo, en lugar de confinamiento. Agitados por un deseo de protección miles de ciudadanos solicitan el derecho a enrejarse. Los límites entre la arquitectura y el mantenimiento del orden se van borrando. El devenir fábrica del mundo conlleva literalmente la transformación del mundo en cárcel. A nadie pasa desapercibido el monstruoso incremento de las medidas de control de la población en los últimos quince años: la creación de la Europol, el espacio judicial europeo y la Euro-Orden; la extensión de la videovigilancia en las ciudades; la puesta en marcha de diversos sistemas de escucha, grabación e interceptación de mensajes en Internet, teléfonos, buscas o faxes, tales como Insight, Echelon, Enfopol 98, o Carnivore; la invención de sistemas algorítmicos para el espionaje de masas o la de sistemas de marcaje y seguimiento de individuos (como el IUR); la identificación por escáneres de retina; la creación de bases de datos de huellas genéticas… Por doquier existen circuitos cerrados de TV, más del 40% de las empresas admiten espiar a sus empleados y a sus clientes, nos sobrevuelan satélites GPS y las fronteras de la sociedad industrial son cada vez más herméticas. La sociedad del control puede registrar cualquier acontecimiento de la vida pública y de la privada, estudiar hábitos, establecer perfiles sicológicos e inducir comportamientos. Los sectores más desfavorecidos o menos controlables de la población son criminalizados y utilizados como chivos expiatorios. El sistema penitenciario es cada vez más duro (en España existe el régimen FIES para presos; por otra parte, el código penal del 95, el de la democracia, que impedía la redención de penas por el trabajo, ha sido modificado obligando al cumplimiento integral de las penas). Las innovaciones en el derecho son claramente regresivas. Las leyes no hacen sino sancionar el estado de cosas, volver legal una situación que vulneraba derechos ya impracticables como la confidencialidad, la intimidad o la presunción de inocencia, frente a los que la mayoría de la población es ya indiferente. Leyes como la de videovigilancia, la de protección de datos personales, la de juicios rápidos, las antiterroristas, la de extranjería, las de seguridad ciudadana, la de defensa de la constitución, etc., son leyes de excepción y confieren a los regímenes políticos que las utilizan el carácter de auténticas dictaduras, encubiertas, sin dictadores visibles, donde el control de las gentes se efectúa a través de máquinas. Son dictaduras de nuevo tipo, que no necesitan el auxilio de partidos fascistas o de militares reaccionarios: son piezas de una dictadura más amplia, por encima del Estado. Su objetivo es el mantenimiento de las condiciones políticas, sociales y culturales que garantizan la soberanía del mercado mundial, la dictadura de la economía de mercado.
SER GOBERNABLE ES SER TRANSPARENTE
La entrada en escena de la energía nuclear ya planteó en su momento la necesidad de un poder total determinando la cuota de vigilancia necesaria y en general, los nuevos métodos de gobierno. Pero la exigencia de un control social absoluto entraba en contradicción con el postulado neoliberal de un Estado mínimo, contradicción aparente, puesto que el Estado adelgazaba en cuanto asistencia social para engordar en cuanto a protección de la economía global. El Estado devenía más bien la policía privada del capital en proceso de mundialización lo que se traducía en más cárceles y en más presos por cárcel. La razón de Estado desaparecía frente a lo que podríamos llamar la razón de Mercado, mucho más poderosa y exigente, cosa que comportaba un espacio jurídico, económico y policial unificado dando lugar a la instauración de un estado de excepción en todo el planeta. Según esta razón lo dominante es el fin, no el derecho, y el fin es la defensa y la protección del Mercado. El hombre tiene el derecho y el deber de consumir. El Mercado es un valor en sí mismo y el ejercicio del poder orientado a su preservación es meramente técnico, extraño a la jurisprudencia. No ha de respetar normas extraeconómicas, puesto que el poder judicial ya no existe separado del poder de las finanzas. Impondrá unilateralmente las suyas, sus propias reglas de juego. Al otro lado sólo están las masas, que son el material a configurar no sólo en el sentido de favorecer sus inclinaciones consumistas, sino configurar al pie de la letra; sin ir más lejos, la ley de la clonación humana, o la de reproducción asistida permiten la manipulación genética de óvulos y embriones y anuncian el advenimiento de un mundo feliz. Las masas no son de fiar: precisamente porque nunca son enteramente previsibles, son sospechosas. Las masas son irresponsables y peligrosas, proclives a la desviación; han de ser controladas; su intimidad ha de ser suprimida para que sigan siendo dominadas. Todos los poderes que aspiran a la totalidad se apoyan en el axioma de la maldad humana. Las masas para el poder pueden concretarse en los tipos particulares que minan la imagen de seguridad: el disconforme, el obrero huelguista, el inmigrante sin papeles, el manifestante violento, el consumidor de drogas, el pandillero, etc. En una palabra: los marginados y los que se marginan; los asociales y los disidentes, porque toda forma de disidencia es una forma de sabotaje y quien lo comete es “terrorista” y sujeto a persecución. La calificación es personal pues según la ley cualquier delito es terrorista si la comisión correspondiente dictamina que la intención de quien lo comete es hostil al Estado. Pero sería erróneo creer que el poder, el poder del Mercado, vista la tolerancia cero que emplea con “radicales” o “anarquistas”, teme a los enemigos que nombra. Sus enemigos le proporcionan la excusa. Por un lado, a quien realmente teme es a la desorganización que el mismo produce y que es la causa de que sus propias masas consumidoras protagonicen fabulosas revueltas de redistribución como las ocurridas en Los Ángeles y otras ciudades americanas en 1992 tras conocerse el apaleamiento de Rodney King. Por el otro, el control a través de máquinas, auxiliado por mecanismos legales de excepción y parcialmente privatizado, sigue la lógica de la megamáquina: es más económico y se supone que técnicamente más eficaz.
SER GOBERNADO ES SER ESCLAVIZADO
La sociedad de la vigilancia y el control nació cuando hubo que defender a los propietarios de las clases peligrosas. El ejercicio del poder sobre los individuos bajo la forma de vigilancia, control y corrección fue en efecto una invención de clase. La burguesía basó su dominio en un sistema punitivo compuesto en sentido estricto por la policía, el derecho penal y la cárcel, y en sentido amplio, añadiendo la familia, la escuela, los manicomios y las fábricas. Para vincular los hombres al trabajo y para proteger las nuevas formas de riqueza hubo que montar todo un sistema de vigilancia y coacción que ha imperado hasta los años ochenta, cuando las nuevas circunstancias históricas se han puesto a transformarlo. En todas partes se siguió la misma trayectoria pero con etapas diferentes, según el desarrollo y la composición de la propia burguesía. En España las bases del orden burgués fueron tímidamente avanzadas por los ministros borbónicos en el siglo XVIII, pero hasta bien entrado el siglo XIX la burguesía no creó sus instituciones ni conformó las leyes de acuerdo con sus intereses. Es característico de España, país con una burguesía predominantemente terrateniente, que el primer cuerpo policial que funcionó fuese la Guardia Civil. La defensa de la propiedad agraria y de las cosechas contra los bandoleros y las revueltas campesinas adelantó a la búsqueda de seguridad en las ciudades. Las fuerzas represivas tal como las conocemos ahora, divididas en tres cuerpos, la policía de paisano, la policía uniformada y la guardia civil, datan de 1852, aunque la primera Dirección General no fue creada hasta 1886, sin demasiados resultados. Esa misma estructura ha sido la de la Monarquía alfonsina, la de la República, la del franquismo y la del actual régimen. La policía dependió durante mucho tiempo de los gobernadores civiles y éstos, de las oligarquías locales. La reforma del Código Penal en sentido burgués fue hecha en 1870 y la primera cárcel “modelo”, la de Madrid, se construyó en 1884. La de Barcelona, destinada a reprimir el movimiento obrero, no se construyó hasta 1904. El movimiento anarquista provocó en 1884 la creación en Barcelona de la Brigada Político Social, funcionando a base de confidentes y agentes provocadores, y más tarde, en 1905, la de los Servicios Especiales. Esos servicios proliferaron durante la dictadura franquista y estaban dirigidos por militares. Durante el periodo de la transición estos servicios fueron unificados en uno, el CESID, pero siguieron en manos del ejército; hoy están siendo remodelados de nuevo, bautizados como Centro Nacional de Inteligencia, dotado de poderes extralegales en consonancia con los tiempos. Así pues, el sistema ha funcionado más o menos idéntico mientras ha durado la sociedad de clases, es decir, hasta la liquidación de las clases por el propio sistema productivo, hasta el imparable ascenso de la sociedad de masas, la sociedad del consumo obligatorio, mediatizada fundamentalmente por máquinas.
SER GOBERNABLE ES SER MANEJABLE
El crecimiento exponencial de las fuerzas productivas ha desplazado al obrero de la producción y lo sustituyó por máquinas, hasta tal punto que la relación entre hombre y máquina se ha invertido. De las máquinas, prótesis humana, se pasa al hombre, prótesis mecánica. Bajo esta perspectiva, por ejemplo, no es el hombre quien se compra un coche; es el coche quien adquiere un conductor. La técnica utiliza a los hombres, no al contrario. La máquina es la medida de todas las cosas. Las máquinas son libres, el mundo les pertenece. Las máquinas imponen la forma de vivir. Los hombres se relacionan entre sí a través de ellas. Las máquinas determinan al hombre y determinan su servidumbre, puesto que le dominan. Las máquinas, al interponerse entre los hombres, los vuelven manipulables y controlables. Tal es el deplorable estado de la condición humana bajo el destino de la técnica. Domina una visión mecánica del hombre. El hombre pasaría a definirse en negativo como lo no mecánico, o como lo no suficientemente mecánico; en todo caso, como lo accesorio de las máquinas. Desde un punto de vista técnico, es un objeto que “falla”, un peligro pues al que hay que controlar, en espera de que la ingeniería genética lo repare definitivamente.
SER GOBERNABLE ES SER ATEMORIZABLE
La máquina, desde el punto de vista humano, si todavía puede expresarse como tal, es un sujeto esclavizador y aniquilador. Las fuerzas productivas, básicamente mecánicas, liberan al extenderse gran cantidad de fuerzas destructivas. Las amenazas y los peligros llegan a ser el producto principal de la industrialización frenética. Las crisis entonces se vuelven cotidianas y la sociedad se instala en la catástrofe. La catástrofe viene a ser lo normal y la población se habitúa. El miedo la paraliza y la somete. Los miles de muertos que provocan por ejemplo los accidentes de tráfico (en España, más de siete mil por año), los paros cardiacos, las nuevas epidemias, los suicidios y el cáncer, aunque sean causados por el sistema de vida dominante no despiertan repulsa sino miedo. Desaparecida la solidaridad, el miedo es el único nexo que subsiste entre los gobernados. La lógica del miedo domina sobre las aspiraciones igualitarias, sobre los instintos de clase sublimados o reprimidos. Se clama histéricamente por la seguridad, y la seguridad se convierte en negocio (los primeros que la exigen suelen ser los comerciantes). Pues el miedo y la destrucción se han convertido en algo más que en auxiliares del gobierno: son factores económicos de primera magnitud; la sociedad industrial explota la catástrofe y se reproduce gracias a ella. Los medicamentos y productos dietéticos, el comercio de la seguridad privada o la protección medioambiental son fuentes de enormes beneficios. Conurbaciones como Los Ángeles inducen la creación de complejos penalindustriales que han llegado a ser cabecera del sector agroalimentario en California y promotores inmobiliarios de primer orden. La gestión de la catástrofe es la base de la economía, y por lo tanto, de la política.
SER GOBERNADO ES SER REPRIMIDO
La dominación tecnoeconómica, es decir, el complejo de poder que gobierna el mundo al que Mumford llamó “la Megamáquina”, se alimenta de la destrucción que produce y de los bárbaros que ella misma crea. La dominación extrae hoy su legitimidad del peligro que ella misma provoca. La lógica de la catástrofe impone prácticas de control social tanto más totalitarias cuanto que muchas instituciones disciplinarias e integradoras de base están arruinadas: los talleres, los siquiátricos, la familia o la escuela, antaño puntales del orden, ya no funcionan, ni tampoco las instituciones de sustitución como la asistencia social, la reclusión de menores o los centros de desintoxicación. El sistema de dominio ha renunciado a la disciplina y se contenta con la contención del caos. El edificio social se desmorona, pero una organización más compleja del mismo se levanta. La reconstrucción crea nuevos peligros, los cuales a su vez acarrean nuevos horrores y una mayor demanda de seguridad y de vigilancia. En esa particular dinámica de la destrucción crecen la megamáquina y el control. Pero al mismo tiempo, como si se tratase de una ley de Clausewitz, crece su vulnerabilidad, a duras penas conjurada con medidas excepcionales. Si la excepción es el poder de saltarse el derecho en caso de peligro, cuando el peligro es permanente, la excepción es la regla. Sin embargo no hay solución, cuanta más información dispone, más posibilidades tiene de bloquearse; cuantos más mecanismos controladores pone en marcha, mayores interferencias produce, cuantos más engranajes fabrica, peores consecuencias tienen sus averías. Una mínima causa puede provocar un enorme “apagón”. La combinación de pequeños desastres pueden colapsar países enteros como Argentina. La extrema anomia social puede despertar a lo que Jack London llamó “pueblo del abismo”.
SER LIBRE ES SER INGOBERNABLE
Un adversario de la dominación, debería estar al tanto de esas ocasiones y andar por la tecnología como enemigo. Aparte, organizar una supervivencia al margen del sistema, salir del juego, tratar de sustraerse a su influencia. Crear “zonas oscuras”, soslayar la represión cuando no se la puede detener, esos son problemas de la acción, que tiene una vertiente en parte técnica y en parte moral. Así que, dado el lamentable estado de los individuos –su infelicidad apática, su desorientación neurótica, su insolidaridad cobarde, su narcisimo agresivo– cualquier proyecto de resistencia no debería descuidar la cuestión de la dignidad humana. Para recobrarla lo primero que hay que hacer es perder el miedo y lo que va ligado al miedo: el fatalismo, la inconsciencia, el egoismo. Y no dejarse controlar. Un resistente es un incontrolado, un irreductible. Lo que en este mundo de esclavos, significa ser culpable.
“Ser gobernado es ser, en cada operación, en cada transacción, en cada movimiento, anotado, registrado, censado, tarifado, sellado, tasado, cotizado, patentado, despedido, autorizado, apostillado, amonestado, impedido, apartado, rectificado, corregido. Es, bajo pretexto de utilidad pública, y en nombre del interés general, ser obligado a contribuir, puesto a prueba, extorsionado, explotado, monopolizado, expoliado, presionado, mistificado, robado; y luego, a la menor resistencia, antre la menor palabra de queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, acosado, reprendido, aporreado, desarmado, amarrado, encerrado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado, y para colmo, engañado, burlado, ultrajado, deshonrado ¡Este es el gobierno, esta es su justicia y esta es su moral!”
Idea General de la Revolución en el Siglo XIX, Pierre-Joseph Proudhon
Miguel Amorós
Charlas debate en La Makabra, local ocupado, Barcelona, y en Xaloc, centro social, Valencia, el 15 y el 28 de noviembre de 2003.