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[Ateneu llibertari l’Escletxa | Alacant] Presentació del llibre “Salida de emergencia”

SALIDA DE EMERGENCIA reúne las últimas aportaciones de Miguel Amorós a los debates en curso sobre la Cuestión Social. En sus páginas, el lector
encontrará los nuevos argumentos que Amorós suma a la crítica del
urbanismo o a la crítica del desarrollismo, así como sus aportaciones
contra las falsas contestaciones. Y con todo ello ayuda a clarificar
algunos aspectos de la tergiversada historia social. Como broche final,
este libro contiene un interesante epílogo en el que Fernando Alcatraz
hace balance de la ineludible aportación crítica de Amorós en los últimos
años.

No son éstas discusiones de las que se hagan eco los medios de
comunicación, sino aportaciones serias a los debates que, como verdades
clandestinas, van abriéndose paso en el seno de la creciente oposición a
la dictadura de la economía. Disidencias que una vez más nos confirman que
ni partidos ni sindicatos ni asambleas convivencialistas nos salvarán.

[…] Las esperanzas de los sectores aferrados a la conservación del
capitalismo de Estado en un decrecimiento paulatino, pacífico y voluntario
serán prontamente desmentidas por la brutalidad de las medidas de
adaptación a escenarios de escasez y penuria y la dinámica social violenta
que van a originar. Históricamente, las clases medias en descomposición
han exigido siempre gobiernos autoritarios. Pero si bien el colapso
catastrófico no va a producirse en fecha fija, inminente, tampoco va a ser
inevitable la entronización de un régimen ecofascista con o sin ayuda de
las masas desclasadas; sin embargo, la probabilidad más o menos cercana de
ambos fenómenos puede servir para llevar la acción por derroteros
consecuentes, lográndose así en las sucesivas confrontaciones una salida
favorable al bando de los partidarios de un cambio social radical y
libertario. Nada está decidido, por lo que todo es posible, incluso las
utopías y los sueños.

En los años setenta, Miguel Amorós contribuyó a la formación de varios
grupos anarquistas efímeros; durante la Transición mantuvo posiciones
asambleístas en pro de la autonomía obrera, y posteriormente formó parte
del equipo redactor de la revista Encyclopédie des Nuisances (1984-1992).
Ha traducido varios libros —La nuclearización del mundo de Jaime Semprun,
por ejemplo, para Pepitas de calabaza—, ha escrito incontables folletos y
artículos en la prensa libertaria y ha impartido infinidad de conferencias
en las que ha analizado los diferentes frentes de la Cuestión Social,
algunas de las cuales están recogidas en libros como Las armas de la
crítica, Registro de catástrofes, Desde abajo y desde afuera, A carne
viva, Perspectivas antidesarrollistas o Golpes y contragolpes.
Recientemente ha publicado los libros sobre la guerra civil española La
revolución traicionada y Maroto, el héroe.

En la actualidad prepara, para esta misma editorial, una nueva edición del
Manuscrito encontrado en Vitoria.

Sábado 29 de Septiembre a las 18:00h

El Jardí dels somnis , carretera El Altet-Torrellano (camino viveros
Mayja), Polígono 3, núm. 36 – mapa en eljardidelssomnis.org

— Ateneu llibertari l’Escletxa barri del Pla – Alacant http://escletxa.org

[Reíces nº2] revista de crítica, análisis y debate en torno a la destrucción del territorio

Este segundo número de Raíces es un pequeño cuaderno de bitácora que nos puede ayudar a comprender cómo se han producido algunos de los cambios de vida que están virando esta nave llamada tierra hacia horizontes que auguran vientos poco favorables al conjunto de la humanidad. Textos de análisis sobre la pérdida de la cultura campesina y la industrialización de la agricultura, sobre la pérdida de ecosistemas mediterráneos, o sobre la degradación de Portugal completan un nuevo número al que le acompañan las secciones habituales y nuev@s colaborador@


Índice de contenidos

-Editorial

-Cuadernos de bitácora: a modo de presentación

-Viejas Herramientas para nuevas agriculturas: una herencia despreciada
Marc Badal

-Semillas de Hambre
Mireia Llorente

-La dehesa: víctima del progreso
Gonzalo Palomo Guijarro

-El campesinado y sus cantes contestatarios
Félix Barroso Gutiérrez

– Portugal: una elegía
José Miguel Pérez Corrales

-Entrevista a Jean Baptiste Libouban: militante antitransgénicos

-El desorden urbano
Miguel Amorós

-George Orwell: una aproximación
Álvaro Castro

-En torno a “Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible”
Revista Nous autres

-Algunos apuntes sobre “Nosotros, los hijos de Eichman”
Redacción editorial

-Comentarios sobre “El manto de Medea”
Redacción editorial

-Correspondencia:
*Raíces: los límites de la crítica antidesarrollista aquí y ahora
Gonzalo Palomo
*Réplica de la redacción a la carta de Gonzalo Palomo
* A propósito de la entrevista a Félix Rodrigo en La era del desarraigo

-Recomendaciones literarias

Datos de edición

Año publicación: 2011
Autor: Raíces
Editorial: Raíces/Flor de otoño
Páginas: 113
Tamaño de la revistaz; 290 X 210
Página Web: pincha aquí

[Debat] Pensamientos intempestivos al acabar de sonar el tambor

Cuando los excesos de la dominación generan protestas cuya realidad queda certificada por los medios se produce una ilusión de conciencia, un despertar aparente que parece anunciar la reaparición de la cuestión social y el retorno del sujeto destinado a protagonizar un nuevo cambio histórico. Sin embargo, al comprobar el carácter trivial y frívolo de las reivindicaciones centrales y al oír las repeticiones chabacanas de las ideologías progresistas, se nos disipan las dudas respecto a lo que realmente ha vuelto a través de la protesta consentida, que no es otra cosa que el cadáver del sujeto. La cuestión social continúa sin plantearse en profundidad, mientras que todos los muertos guardados en los armarios de las ideologías salen de paseo. A pesar del contenido de verdad que tenga, una protesta que flote en aguas estancadas junto a los restos podridos de otras seudoalgaradas anteriores no es el lugar más propicio para la reformulación de un proyecto de cambio real. Aunque se dote de mecanismos horizontales de toma de decisiones, aunque se constituya en asamblea, quienes toman la palabra en ella son en su mayoría impostores o aprendices de impostores. La razón se siente impotente ante la avalancha de lugares comunes extraídos del vertedero de la Historia, constatándose que la dominación capitalista –el sistema—no ha retrocedido un ápice, y que más bien, manipulando a sus víctimas, ha creado una falsa oposición civil con la que disipar los fuegos de la rebelión. No podía ser de otro modo. La clase obrera fue derrotada irremisiblemente hace treinta años y en su lugar no quedaron más que despojos que el sindicalismo minoritario no consigue ni conseguirá jamás revivir, coexistiendo con un gueto juvenil de militantes y refractarios, reducido y parcialmente empantanado. Nada con lo que reemprender lo que Hegel llamaba “el rudo trabajo de la inteligencia” con la que ilustrar a las nuevas generaciones, que, cuando hayan de echar mano al concepto, se darán de bruces con el tópico.

En todas las nuevas protestas espectaculares dos rasgos comunes están siempre presentes: primero, una gran cantidad de amigos sospechosos, que desde los medios oficiales ponderan, reargumentan y justifican la protesta propiamente descafeinada, de la que podan con firmeza sus brotes radicales. Segundo, una voluntad obsesiva de no buscarse enemigos, ni en las fuerzas del orden, ni en los partidos, ni en el Estado, ni en la mismísima economía, puesto que todas las propuestas de máximos o de mínimos, por extrañas que suenen, caben dentro del sistema (otra cosa es que el sistema decida incorporarlas). De ahí el pacifismo enfermizo, su reverso lúdico-festivo, la ambigüedad ante las elecciones y la preferencia por medidas que impliquen más poder estatal o mayor desarrollo económico (más capitalismo), rasgos que determinan una ideología específica, el ciudadanismo, reflejo exacto de una manera de pensar en vacío que arraiga sin problemas en el terreno abonado de la contestación baladí. Al menos una cosa ha de quedar clara: la protesta ciudadanista no cuestiona el sistema, no persigue subvertir el orden establecido, ni quiere poner otro en su lugar. Lo que quiere es participar, así que no postula un modo de vivir (y de producir) radicalmente opuesto al modo vigente. Su programa, en caso de confeccionarse, no iría más allá de reformas destinadas a abrir vías a la colaboración institucionalizada y a repartir las consecuencias de la crisis económica con la clase dominante de forma más equilibrada. Es una simple llamada de civismo a la dominación. Nada de cambiar la condición de asalariado, votante, automovilista e hipotecado, sino preservarla –si eso es posible- con empleo estable, reformas electorales y salario suficiente. La condición proletaria subsiste, pero disimulada bajo una supuesta condición ciudadana. El combate por su abolición ya no es una disputa encarnizada entre clases por el control y gestión del espacio social como sucedía en tiempos pasados, sino el ejercicio tranquilo de un derecho político en el marco de un Estado asequible y neutral.

¿Existe realmente la “ciudadanía”? ¿es una nueva clase? Son preguntas que para responderse deberíamos tener presente una verdad incuestionable: que ni el proletariado industrial residual ni su heredero contemporáneo la masa asalariada son intrínsecamente revolucionarios, ni objetiva ni subjetivamente. La principal fuerza productiva es el conocimiento, no el trabajo manual; por otra parte, en el lado del sujeto, las luchas simplemente reivindicativas no destruyen al capitalismo, sino que lo modernizan gracias a la burocracia laboral que han generado. El aparato sindical y político disuelve la conciencia de clase y facilita la integración y la sumisión. Además, el crecimiento de la producción es fundamentalmente destructivo, por lo que el trabajador no puede inhibirse de las consecuencias de su propio trabajo y mucho menos desear autogestionarlo. La clase obrera ha concluido su rol histórico, ligado a una etapa de desarrollo capitalista ya finiquitada, y sus sucedáneos actuales no pueden tener otro sin condenar la función que desempeñan en el sistema y afirmar la necesidad de segregarse, pero sin conciencia y sin moral eso no es posible. El fin del proletariado como clase deja el terreno de la lucha social abandonado, sin sujeto, a merced de las clases intermedias que el propio sistema fragmenta, dispersa y excluye igual que hace con las clases laboriosas, en cuyo seno no florece de nuevo la vieja teoría revolucionaria del proletariado, sino la moderna ideología ciudadanista, esgrimida como arma antirradical y herramienta de cooptación por cuantos partidillos, grupúsculos, redes y candidaturas pululan en las protestas de la posmodernidad, infiltrándolas, banalizándolas y corrompiéndolas. Igual que pasó cuando había lucha de clases, el izquierdismo contribuye a la modernización sindical y política del capitalismo, sólo que entonces lo hacía en nombre del proletariado y hoy lo hace en el de una entelequia, la “ciudadanía”. El recurso a la ciudadanía, es decir, a todos los habitantes sometidos al Estado, es puramente retórico, como antaño el recurso al “pueblo.” La ciudadanía no existe, es un ente irreal que habita en la mentalidad progresista y sirve de sujeto postizo, de referente para todo. No obstante su inexistencia, se la encuentra en cualquier parte: del discurso del poder ha pasado al lenguaje militante de calle. Resulta de gran utilidad a quienes, como los izquierdistas, tratan de hacerse visibles e influyentes con las protestas generacionales infectándolas de ideología populista, de sectarismo manipulador y de sufrido obrerismo, a fin de que los radicales en formación presentes hagan como ellos o se asqueen y aparten. No lo suele conseguir a la primera, por lo que el mismo sistema le proporciona impulso a través de sus ingentes medios virtuales, realizando oscuras convocatorias y desencadenando procesos autocontenidos, que, proporcionando a los participantes unos días o unas semanas de gloria tolerada en la plaza, les provoquen la sensación de ser por un tiempo los amos del cotarro, como en Tahrir o en la Sorbona del 68. la operación puede escapársele de las manos, pero qué puede temer el sistema de las conductas derivadas de “la educación para la ciudadanía” promocionada en las protestas, que como una nueva moda se propagan entre la juventud de clase media que las constituye. ¿Cómo sobrecogerse por el hedonismo botellonero, la fanática no violencia, la animosa gestualidad, el consenso mutilador, la alegre cacerolada, la comunicación por Twitter..?. Dichos comportamientos son presentados como innovadoras prácticas de la libertad, por más que ese tipo de libertad abunde en las sociedades de esclavos y sirva de poco en los asaltos a los palacios de invierno. Pero ¿quién quiere, y, peor aún, quién puede asaltar hoy un centro de poder? Lo único que piden las protestas es diálogo y participación.

Estamos inmersos en un proceso duro de adaptación a la crisis llevado a cabo por el Estado según las directrices que marcan “los mercados”, un ajuste violento que deja víctimas por doquier: los trabajadores, los pensionistas, los funcionarios, los empleados públicos, los inmigrantes y … la juventud desclasada. Si la mayoría apenas tiene presente, con certeza los jóvenes –casi la mitad en el paro- tienen el futuro hipotecado, por eso protestan, pero no contra el sistema que les ha marginado, sino contra quienes consideran responsables, los políticos que gobiernan, los sindicalistas que callan y los banqueros que especulan. Las protestas marcan el inicio de una época confusa donde un tercio de la sociedad civil va a movilizarse de una u otra forma al margen de las instituciones, aunque no en su contra. No se siente bien representada en una democracia que “no lo es”, puesto que su gente no participa, por eso quiere reformarla. No quiere destruir el poder separado, sino separar los poderes constituidos. Para la clase media precarizada que se apropia del concepto burgués de democracia, Montesquieu no ha muerto, pero convendría recordar que Franco tampoco, que la democracia que “tanto costó conseguir” y que ella reivindica proviene de la reconversión pactada del aparato político-represivo de la dictadura, consolidada desde las cañerías y cloacas del Estado.

Las protestas transcurren en un medio considerado casi natural por quienes participan en ellas: el medio urbano. Sin embargo, se trata de un espacio creado y organizado por el capital, el más indicado para conformar y desarrollar su mundo. Las metrópolis y conurbaciones son los elementos fundamentales del espacio de la mercancía, un escenario neutralizado y monitorizado que funciona como fábrica, en donde la comunicación directa, y por lo tanto, la conciencia y la rebeldía, son casi imposibles. Cualquier revuelta verdadera ha de luchar por liberar el espacio de los signos del poder y abrirlo al encuentro en pro de la descolonización de la vida cotidiana; ha de ser una revuelta contra la sociedad urbana. La cuestión social es esencialmente cuestión urbana, por lo que el rechazo del capitalismo implica el de la conurbación, su recipiente idóneo. El punto de inflexión en el adiestramiento consumista y político puede producirse en esos dormitorios monitorizados llamados barrios, si las asambleas que consigan formarse durante las crisis devienen contrainstituciones desde donde pueda criticarse el modelo urbano metropolitano y confeccionarse un modelo alternativo en armonía con el territorio. En las asambleas de barrio representativas puede emerger un sujeto autónomo, una nueva clase que se resista a la problemática ciudadanista que llega de las plazas planteando y desplegando la cuestión urbana (autonomía del barrio, problemas logísticos, contacto real con el campo, ocupación de espacios públicos, recuperación del saber artesano, anticonsumo, lucha contra planes urbanísticos e infraestructuras, etc.). Nada de eso se colige de las protestas, que parecen encontrarse a gusto respirando el aire contaminado del ambiente urbanita, una porción del cual han convertido en ágora ciudadana, lugar en el que tienen carta blanca las vacuidades ciudadanistas. Sucede así porque la mentalidad de la clase media manda en la movilización y sus representantes llevan la iniciativa. Por eso la crisis social no se manifiesta sino como crisis política, crisis del sistema político, momento político de las recetas ciudadanistas.

El ciudadanismo es la ideología mejor adaptada a las conurbaciones, puesto que realmente no necesita de un espacio público para reproducirse, sino de algo que se le asemeje, una especie de espacio formal y simbólico en el que representar un debate aparente. Para que uno real pueda darse ha de existir un público real, una comunidad de lucha, pero una comunidad de ese estilo –un sujeto colectivo- es todo lo contrario de una asamblea ciudadana, agregado volátil de individualidades mutiladas que imita los gestos de la discusión directa sin concluir por lo tanto en la dirección requerida, pues cuidadosamente evita el riesgo rehuyendo el combate. Sus batallas son puro ruido y su heroicidad, nada más que pose. Una comunidad de lucha –una fuerza social histórica- solamente puede formarse a partir de una voluntad consciente de separación, de un esfuerzo desertor hijo de la oposición total al sistema capitalista, o lo que es lo mismo, del cuestionamiento profundo del modo de vida industrial, o sea, de la ruptura con sociedad urbana. Paro juvenil o recorte presupuestario, el punto de partida es lo de menos pues si los ánimos se caldean todos conducen al mismo sitio; lo principal reside en el logro de autonomía suficiente para desviarse de los cauces establecidos yendo al fondo de la cuestión –la libertad- sin mediadores “responsables” ni tutores vigilantes. Y eso no se consigue más que marcando distancias claras con el bando de la dominación y disponiéndose a una larga y ardua lucha contra ella.

Miquel Amorós

14-06-2011

[València] En torno al 15M: Entrevista telefónica a Miquel Amorós

Eleuterio Gabón. Siguiendo con la actualidad que de alguna u otra manera sigue marcada por las movilizaciones en torno al 15M, después de haber recogido entrevistas y charlas y participado en asambleas de barrio, dedicamos el programa del pasado viernes nuevamente al tema. Entrevistamos telefónicamente a Miquel Amorós destacado militante y escritor anarquista y juntamos frente a los micros a participantes en la asamblea de la plaza 15 de mayo y a los compañeros griegos, ya colaboradores clásicos, para que nos cuenten lo ocurrido en su país.

Al comenzar la entrevista, Amorós advierte que le preocupa más descifrar la verdad que el activismo. Considera que el movimiento está formado por la clase media y lo caracteriza de ciudadanista. Con ciudadanismo me refiero a la clase media asalariada que quiere reformar el sistema pero no cambiarlo. Pretenden obligar a los partidos políticos a promover reformas sociales desde el Estado. Movimientos de este tipo comienzan a surgir en los 90, son pacíficos y no quieren enfrentarse a la policía.

Amorós explica que la mayor parte de la clase media al igual que la trabajadora ha sido sacrificada con la globalización. No hay ningún estudiante ni posgraduado que tenga futuro en los próximos 20 años, van a ser proletarizados. Sin embargo siguen manteniendo sus esperanzas y sus prejuicios. También se muestra crítico con la asamblea de la plaza. No hay debate real, sino buen rollismo y buenismo para no dividir; no se toman decisiones o se toman sin que luego se tengan en cuenta.
Una de las razones por las que no contempla el movimiento como realmente fuerte es por la ausencia de trabajadores, empleados, parados, funcionarios y otros sectores realmente afectados por la crisis.

También habla del papel de los movimientos libertarios en el asunto. Se han visto desconcertados. Han jugado el papel de la “izquierda” dentro del movimiento. Dentro de estos ambientes cuenta más el apuntarse que la verdad, no tienen capacidad de convocatoria y se han apuntado porque la gente va al mogollón.

Para recoger diferentes puntos de vista, hablamos también con los compañeros que han participado estos días en las asambleas del movimiento. Nuestro compañero destaca que aunque el análisis de Amorós es muy acertado, se pueden destacar aspectos positivos. Se trata de un movimiento que trata de caracterizarse, aunque con muchos problemas, por la horizontalidad y el asamblearismo. Hay cantidad de gente que se está familiarizando con estos mecanismos y que se está replanteando cosas.
Habla también del funcionamiento en la asamblea y la compara con las de Barcelona y Madrid. Allí sí ha habido tomas de decisión y debate aún habiendo pasado por procesos complicados y conflictos que tenían que pasar. Aquí en a Valencia existen problemas de coordinación entre las comisiones y los barrios con la asamblea, que se dedicado en muchas ocasiones, simplemente a informar de cosas decididas de antemano.

Es en los barrios donde el compañero considera que puede darse pasos hacia delante; destaca que allí, la participación de los trabajadores y parados es incipiente.

Hablamos ahora con los compas de Grecia, donde en Atenas el parlamento tiene la acampada en sus puertas con una enorme pancarta en castellano donde puede leerse: “Qué hora es? Es hora de que se vayan”
Nos cuentan que la huella de la revuelta en 2008 ha creado un contexto favorable a que se den este tipo de movilizaciones. Por ejemplo en los barrios ya funcionan muchas asambleas. Por otro lado explican que los acampados allí tienen el mismo perfil que los de aquí, gente de clase media, estudiantes, mucha gente que se ha animado a salir a la calle por el pacifismo de las protestas. Y es que en Grecia la policía va a saco.

El pasado día 11 de mayo se convocó una Huelga General con manifestaciones multitudinarias que acabaron con cientos de heridos y 97 hospitalizados, tres de ellos muy graves. Golpean con los mangos de las porras y hacen heridas muy serias, los mismos enfermeros han denunciado la brutalidad policial al ver el estado en el que llegan los heridos. Hasta el ministro del orden reconoció públicamente que no puede controlar a la policía.

No quieren dejar pasar la oportunidad para denunciar el auge de los movimientos fascistas, que hace poco se cobró la vida de un joven de Bangladesh de 21 años.

Escucha la entrevista desde aqui

[Ateneo Libertario “Octubre del 36” | Segorbe] Jornada por la defensa del territorio

sábado 18 de junio

14h Comida popular
17h Presentación del documental y charla “La MAT ¿A dónde nos lleva el progreso?

Sábado 25

14:00- Comida popular, (dos platos y postre).

17:00- Presentación del libro Perspectivas antidesarrollistas a cargo de Miquel Amorós.
“La crítica antidesarrolista, es la crítica que intenta partiendo de las luchas concretas (luchas en defensa del Territorio, contra el AVE, o contra la MAT) enlazar con la historia revolucionaria (con sus aspectos no vencidos) para empezar a tejer un movimiento subversivo. (…) Es la reflexión de una experiencia de lucha y de una práctica cotidiana (…) En una palabra: es hija de la acción, este es su medio y no puede sobrevivir fuera de él.”

Sábado 2 de julio.

13:00 Presentación del grupo de trabajo “En defensa del Territorio del Alto Palancia”.

Tanto el AVE, la propuesta de almacenamiento geológico de CO2, así como el resto de planes planteados para un futuro próximo en nuestra comarca, representan el ataque del desarrollismo hacia el Territorio concebido no solo como algo puramente paisajístico, sino como la interrelación de nuestra vida con su naturaleza, su agricultura, su saber, su historia…y en definitiva, el resto de actividades humanas, expresadas mediante un todo articulado en su conjunto.

14:00- Comida popular, (dos platos y postre).

17:00 Charla “Transgénicos y revolución verde (agroecología VS agroindustria)” a cargo de un miembro del Colectivo Mas del Potro (Alcoy).

La revolución verde, presentada por los Estados del mundo entero en los años 60 como la garantía para acabar con el hambre en el mundo ofrecía, además de un cuestionable y oscuro crecimiento de la productividad agrícola de algunos productos (nuevas variedades foráneas, fertilizantes, pesticidas…), la aniquilación de la agricultura tradicional y el desplazamiento de otras prácticas más equilibradas con el medio, no solo en los productos mismos, sino también por lo que respecta al conjunto de saberes trasmitidos a nivel generacional en el seno de las comunidades, abriendo con ello paso a la aceptación de los transgénicos.

*Los beneficios obtenidos en las comidas irán destinados al sufragio de los gastos de las jornadas y al proyecto de huerta que llevamos a cabo.

[Ateneu Llibertari l’Escletxa | Alacant] Presentació del llibre “perspectivas antidesarrollistas”

El proper dissabte 14 de Maig a les 19:00 tindrem a l’Ateneu la presentació del llibre “Perspectivas antidesarrollistas” a càrrec del seu autor Miquel Amorós. Després de la presentació haurà sopar vegà. En aquest llibre, s’agrupen texts produïts per Miquel Amorós entre maig de 2009 i Desembre 2010, juntament amb alguns anteriors, resultat tots ells del treball d’agitació al que des de fa anys porta dedicant-se. “La crítica antidesarrollista no llega como una novedad empaquetada y a disposición de quien quiera usarla. Resume y abarca todos los elementos críticos anteriores, pero no es un fenómeno intelectual, una teoría especulativa fruto de mentes privilegiadas dispuestas a largas jornadas de estudio y meditación. Es una reflexión de una experiencia de lucha y de una práctica cotidiana. Está presente un poco en todas partes, de una forma u otra, como intuición o como hábito, como mentalidad o como convicción. Nace de la práctica y vuelve siempre a ella. No se queda en libros, artículos, círculos, de enterados o torres de marfil; es fruto tanto del debate, como de la pelea. En una palabra: es hija de la acción, este es su medio y no puede sobrevivir fuera de él”. Organitza: Ateneu llibertari l’Escletxa i Distribuidora Maldecap

-- Ateneu llibertari l'Escletxa barri del Pla - Alacant http://escletxa.org

[Novedad editorial] Ediciones Entremuros PERSPECTIVAS ANTIDESARROLLISTAS (M. Amorós)

Este proyecto surge de la gente que llevaba la distribuidora anticomercial RABIA CONTRA EL SISTEMA de Segorbe. Se puede decir que es una nueva etapa con unas nuevas prioridades. Ahora vamos a ceñir nuestro trabajo en la edición y coedición de libros. También tenemos una pequeña librería que se encuentra en el Ateneo Libertario “Octubre del 36” de Segorbe.(c/desamparados nº1).

En poco tiempo sacaremos un pequeño catalogo con las ediciones disponibles y donde explicaremos un poquito más nuestro proyecto.

Miquel Amorós “elementos de antidesarrollismo”

Por ahora como nueva coedición tenemos el libro PERSPECTIVAS ANTIDESARROLLISTAS de Miguel Amorós.

El precio del libro es a 7 euros. Para distris se hará el 30% de descuento.

La crítica antidesarrollista no llega como una novedad empaquetada y a disposición de quien quiera usarla. Resume y abarca todos los elementos críticos anteriores, pero no es un fenómeno intelectual, una teoría especulativa fruto de mentes privilegiadas dispuestas a largas jornadas de estudio y meditación. Es una reflexión de una experiencia de lucha y de una práctica cotidiana. Está presente un poco en todas partes, de una forma u otra, como intuición o como hábito, como mentalidad o como convicción. Nace de la práctica y vuelve siempre a ella. No se queda en

libros, artículos, círculos, de enterados o torres de marfil; es fruto tanto del debate, como de la pelea. En una palabra: es hija de la acción, este es su medio y no puede sobrevivir fuera de él.

Miquel Amorós “elementos de antidesarrollismo”

[Textos] Anarquismo teórico e ideología anarquista

“Si la reflexión, el sentimiento o cualquier otro aspecto que adopte la conciencia subjetiva, juzga como algo vano lo existente, va más lejos que él y trata de conocerlo así, entonces se reencuentra en el vacío, y, puesto que sólo en el presente hay realidad, la conciencia resulta únicamente vanidad.”

Hegel, Filosofía del Derecho

Las derrotas son propicias a los inventarios con sus inevitables conclusiones; el pájaro de Minerva emprende el vuelo a la medianoche, pero no es menos cierto que a causa de sus heridas no siempre se eleva lo suficiente para posarse avizor en las ramas más altas, y a menudo queda a ras de suelo, debatiéndose entre las malas hierbas. Las condiciones de los derrotados, la desmoralización profunda de la derrota, las esperanzas imposibles fomentadas por un instinto de supervivencia exasperado, contaminan la reflexion e impiden que tome la necesaria distancia con los hechos que juzga para concluir objetivamente y sugerir una nueva conducta histórica.Algo así pasó con el anarquismo español después de 1939. En el exilio y en la cárcel de los años cuarenta se debatía ante la misma encrucijada que medio siglo antes se había presentado a la socialdemocracia: reforma o revolución. Una parte –y no la menor—opinaba que el anarquismo había procedido desde siempre de forma negativa, y que había llegado el momento de preocuparse por creaciones positivas y a corto plazo, aunque fueran de poca monta, lo que de algún modo significaba un radical cambio de rumbo. La acción debía de orientarse no hacia el choque frontal contra la dominación sino hacia la colaboración política y económica con sus instituciones, tal como se había hecho durante la guerra civil revolucionaria y se continuaba haciendo en el exilio seis años después. La acción no tenía que arrebatar su espacio a la burguesía sino penetrar y desenvolverse en su territorio. Según la alternativa reformista, el anarquismo era aceptable como idea pero no como método, bueno como “filosofía de vida”, no como praxis basada en la “aprehensión de lo presente y de lo real”: un ideal abstracto separado de la prosaica actividad cotidiana y acompañándola sólo en tanto que quimera decorativa. Como si los ideales fuesen “demasiado excelentes para gozar de realidad o también demasiado impotentes para proporcionársela” y debieran limitarse “a deber ser sólo y a no serlo efectivamente” (Hegel). Pero el problema para los revisionistas no era habérselas con “la idea”, sino habérselas con la realidad. Y si en el contexto difícil de la posguerra el anarquismo revolucionario tenía muy pocas posibilidades de ejercitarse cuando en el país sólo se pensaba en sobrevivir, tampoco el revisionismo tenía demasiado espacio, por lo que no se materializó más que en inútiles compromisos con las instituciones inoperantes del exilio o con el pretendiente al trono, en programas políticos que perseguían, bien la constitución burguesa de 1931, bien la monarquía parlamentaria, y en diversos proyectos de partido, aunque hubo quienes llevaron su lógica hasta el fin, colaborando con el régimen de Franco.

En el bando contrario, se afirmaba que la colaboración institucional había sido obra de circunstancias excepcionales y había resultado un completo fracaso, contribuyendo al desastre final. Tanto mejor hubiera valido el apoliticismo aun al precio de quedar aíslado, puesto que perdidos por perdidos, se hubiera caído con honor, en defensa de sus ideas, no en defensa del Estado. Se imponía una restauración de los “principios, tácticas y finalidades” del movimiento libertario para luchar por la vuelta a “las conquistas del 19 de julio”. La fracción “purista”, tan comprometida como la otra en la política republicana, evitaba entrar en detalles sobre las verdaderas motivaciones de ese giro de ciento ochenta grados en su conducta orgánica, ni precisar cómo volverían aquellas conquistas, o cómo se restaurarían aquellos principios. Ni una palabra sobre cómo funcionarían los sindicatos únicos en la clandestinidad de un régimen totalitario, ni sobre cómo se llevarían a cabo la acción directa, la lucha antiestatal y la insurrección revolucionaria contra el franquismo. Ni la neoortodoxia se sentía dispuesta a repasar críticamente su trayectoria política y militar durante la guerra civil, ni a descender a la atroz realidad de la dictadura. Para los “puros” la acción no parecía constituir un problema, puesto que no era cuestión de salvar la vida a nadie ni de conquistar realmente nada, sino de escudarse en los principios, arsenal bien repleto de donde extaer todas las justificaciones posibles. Si los principios quedaban anonadados por la realidad, tanto peor para la realidad. Por ese camino el anarquismo solamente se concretaba en retórica, inhibición e inmovilismo, y a lo sumo, en alguna aventura insensata. Si en el revisionismo la acción se volvía más y más repelente, en el purismo se evaporaba. En uno la idea se transformaba en paisaje de la política burguesa; en el otro, ascendía al cielo de las causas perdidas. Para unos, el anarquismo formaba parte de una especie de moral privada con que afrontar de una forma u otra la ramplonería de la cotidianidad política; para los otros, constituía una fe con la que consolarse de los males de la tierra, un credo a defender de sus judas con patriotismo de campanario. En ambos casos, una ideología.

El anarquismo dejaba entonces de ser la expresión intelectual del sector más avanzado del movimiento obrero en la península, un producto de la lucha de clases y una teoría de esa lucha. Y no lo era porque su contenido no era ya la realidad –en aquel momento, la realidad de la derrota, del retroceso y de la aniquilación del movimiento obrero. Ya no necesitaba comprender la realidad en su amarga involución manifiesta, para encontrar la manera de actuar en ella y así transformarla conforme a sus fines aplicando sus métodos específicos. El anarquismo desaparecía como fuerza material para volverse etiqueta, catecismo, gueto. Un ente mitad iglesia, mitad partido. Dejaba de ser pues una idea fundida con una práctica que no la contradecía sino que la desarrollaba, una crítica social enraizada en las condiciones materiales de existencia del proletariado, para devenir algo trivial, accidental, contingente, y por consiguiente, propiamente irreal. Una utopía, un sueño, una ilusión, algo que no podía servir a los intereses generales de clase.

La diferencia primera entre el anarquismo teórico –entre la reflexión desde el anarquismo– y la ideología anarquista, reside en la separación entre idea y práctica, fines y medios, conciencia y acción. La ideología es a la vez el poder separado de las ideas y las ideas del poder separado. En el caso español, las ideas eran “los principios” o “las circunstancias” según se mirase, y el poder separado era la Organización y sus Plenos, la rutina burocrática con mayúsculas. La segunda, yace en la confusión de la parte con el todo, del momento con el proceso, de las cuestiones tácticas con las líneas estratégicas, como demostrarían por ejemplo las ideologías municipalista, primitivista o insurreccionalista. El concepto de ideología deriva del concepto de religión, materia cuya crítica los jóvenes hegelianos hicieron “la condición primera de cualquier crítica”. La religión, como la ideología en general, es la conciencia invertida del mundo. El mundo de la ideología es un mundo visto del revés, al que hay que volver cabeza arriba para comprenderlo. La realidad, la verdad de este mundo, hay que encontrarla en la vida material concreta, en la acción humana transformadora; en concreto, en el trabajo, no fuera de él. Marx, en su juventud, llamó ideología a todo lo que no fueran fuerzas productivas, a todo lo que transcurría al margen de la economía y no reconocía un origen económico. La ideología estaba formada por fantasías con las que los seres humanos, en una sociedad insuficientemente desarrollada, explicaban sus fuerzas esenciales, su potencialidad. Nacía de la insatisfacción de una praxis limitada, debida a que el progreso tecnoeconómico todavía no había alcanzado la totalidad de los aspectos de la vida. De acuerdo con el punto de vista marxista, la ideología tendería a desaparecer con un desarrollo pleno de las fuerzas productivas, es decir, con el desarrollo de la fuerza principal, el proletariado, cuyas condiciones objetivas de vida impondrían un realismo liquidador de las fantasmagorías que alejaban a los obreros de su vida auténtica. La disolución de los prejuicios ideológicos eran para el obrero una exigencia de su realidad inmediata. Prolongando este razonamiento, algunos discípulos de Marx (Plejanov, Rosa Luxemburg, Maurín) caracterizaron al anarquismo de ideología típica de un proletariado insuficientemente desarrollado. Resulta harto fácil ver la ingenuidad que recorre tal razonamiento, pues es mas verdad que la generalización de la condición proletaria lleva emparejado un desarrollo supremo de la ideología. El mundo de la mercancía y de la técnica autónoma es el mundo completamente al revés. La experiencia del movimiento obrero bastaría para demostrar la pervivencia de la ideología, la impostura de representaciones falsas que los burócratas elevaban con facilidad por encima de la vida proletarizada. La crítica de la ideología pudo completarse gracias al psicoanálisis, que logró relacionarla con diversas formas de degradación de la personalidad como la neurosis caracterial, la esquizofrenia y la falsa conciencia en general, explicando fenómenos ideológicos como el racismo, el autoritarismo o el militantismo. En momentos y periodos determinados, cuando eran muestras vivas de un pensamiento emancipador, una reflexión por decirlo en palabras de Proudhon que salía de la acción y volvía a la acción, en resumen, cuando eran revolucionarios, el marxismo y el anarquismo proporcionaron al proletariado un conocimiento suficiente de la sociedad y lo mantuvieron fuera de la política burguesa, permitiéndole hacer historia. Por otra parte, las creaciones revolucionarias de los trabajadores, los comités de fábrica, los sindicatos únicos o los consejos obreros, fueron lugares de encuentro entre las ideas abstractas y la práctica concreta, el espacio donde dichas teorías devenían realmente obreras y los obreros, teóricos. En otros momentos y otros periodos, cuando tanto el socialismo como el anarquismo se convirtieron en ideologías para servir a fines espurios, los propios de una burocracia parásita o de un comportamiento evasivo y sumiso, fueron responsables del oscurecimiento de su conciencia de clase y de los falsos derroteros de su conducta. Y así pues, hoy en dia la crítica de la ideología, la religión secularizada, continúa siendo la condición primera de toda crítica.

En el apogeo del capitalismo fordista, preguntarse por la validez de las enseñanzas de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Reclus o Malatesta tenía poco sentido. Ninguno pudo conocer hasta qué punto eran estrechas las relaciones que existían entre el desarrollo de las fuerzas productivas, la colonización de la vida cotidiana y la contrarrevolución. Los teóricos anarquistas habían de ser considerados simplemente como parte de la cohorte de precursores, fundadores y continuadores del pensamiento socialista revolucionario, igual que Marx, Engels, Rosa Luxemburg, Pannekoek, Reich, Benjamin o Fourier, por citar sólo a unos cuantos. Especialmente criticables en el viejo anarquismo serían la confianza excesiva en la espontaneidad insurreccional de las masas proletarias y campesinas, sus oscilaciones entre las tácticas ultralegalistas y la propaganda por el hecho o las expropiaciones, su incapacidad para las alianzas con otros sectores obreros, la permanente tentación política, la falta de estrategia clara, el confusionismo organizativo, etc. Cualquier tentativa de restablecer una doctrina anarquista –un sistema– con retazos de ideas descontextualizadas no sería más que una utopía reaccionaria. Sin embargo, determinados elementos del anarquismo conservan su eficacia subversiva y su negatividad, pudiendo aplicarse aun cuando las condiciones sociales hayan cambiado y las circunstancias sean otras. Tal la crítica del Estado y del parlamentarismo, de los partidos y de la ciencia, sin olvidar su amor a la libertad y sus aportaciones a la pedagogía, la medicina social y la sexología. Durante la Revolución española alcanzó sus mayores cotas de realización, pero la derrota transformó sus postulados teórico prácticos en ideología.

En los años sesenta ningún revolucionario sincero podía abstenerse de criticar la ideología anarquista y sus representantes. La reconstrucción de un pensamiento radical y una acción revolucionaria pasaba por una ruptura con ese mundo. A eso he llamado crítica anarquista del anarquismo real, aunque hubiera sido mejor llamarlo irreal, es decir, ideológico, puesto que sólo lo racional es propiamente real. Critica de entrada eminentemente negativa y que abarcaba la Revolución del 36. En efecto, los años sesenta conocieron el auge de un irrespetuoso anarquismo que inmediatamente entró en conflicto tanto con la izquierda tradicional como con los guardianes del templo de la anarquía. Dicha crítica debía afrontar problemas nuevos que emanaban de las condiciones de vida en un capitalismo tardío y que en vano esclarecería limitándose a los textos clásicos: las luchas anticoloniales, el maoismo, la revuelta húngara, la autogestión, la integración del arte, la cultura de masas, las armas nucleares, la polución y destrucción de los entornos naturales, el urbanismo concentracionario, el papel de las tecnologías y la automatización, el del automóvil, la sociedad de consumo, la represión sexual, la emancipación de la mujer, la cuestión de la violencia, etc. La inmensidad de la tarea crítica debutaría con los intentos de reconciliar a Marx con Bakunin, o sea, de utilizar el análisis marxista desde posiciones antiautoritarias, formulación demasiado simplista, fácil de acabar en una ideología marxista libertaria estilo Guérin o Rubel. Hacían falta una puesta al día en la subversión y una nueva crítica de la política, y por lo tanto, muchas otras lecturas, –en el campo de la sociología, la filosofía, la antropología, la historiografía, el arte, etc.– pero, por encima de todo, hacía falta aprender a vivir intensamente. Se trataba de reafirmar la lucha de clases, primero, denunciando la función policial de los sindicatos y partidos ante las nuevas formas de acción (absentismo, huelgas salvajes, sabotajes, sustracción de material) y de organización (comités, asambleas, piquetes, coordinadoras, consejos). Segundo, ampliando su radio de acción al terreno de la vida cotidiana (luchas de barrio, rechazo del trabajo, de la familia, de la religión y del servicio militar, expropiación de fotocopiadoras, comida o libros, contracultura, rock, maría, subjetividad, aventuras, squatters, comunas). La labor teórica de la Internacional Situacionista fue la primera (y la única) crítica global moderna de la sociedad de clases, pronto confirmada por una serie de revueltas, a saber, la de los provos holandeses, el zengakuren, la revuelta de los negros americanos, el mayo francés, la revolución abortada de los obreros y soldados en Portugal y el movimiento italiano del 77. No podemos decir que fuese completa, pues no era el resultado de todos los esfuerzos teóricos precedentes y por lo tanto no contenía los principios de todos ellos, puesto que ignoraba algunos temas fundamentales como la crítica de la razón instrumental o la cuestión ecológica, por no hablar de su crítica superficial del anarquismo, pero fue la más desarrollada y concreta. En todas partes se manifestaba el mismo espíritu antiautoritario, la misma exigencia profunda de libertad, el mismo proyecto de reconstrucción apasionada de la vida social que la I.S. captó mejor que nadie. Y un poco en todas partes el capitalismo hubo de emplearse a fondo y renovarse rápidamente de pies a cabeza, a menudo utilizando los argumentos y las armas del contrario.

En los países donde subsistían restos de tradición obrera anarquista, el anarquismo que brotaba como respuesta espontánea y en gran parte emotiva a las nuevas servidumbres impuestas por el capitalismo, se dio de bruces con los muros de la ideología y la ira de sus defensores. No era un conflicto generacional, era un reflejo de la nueva lucha de clases. En las condiciones dominantes modernas, el gueto ideológico y sus viejas costumbres habían pasado a formar parte del capitalismo en tanto que ruinas inofensivas: era algo que tenía que morir para que las nuevas generaciones revolucionarias viviesen. Lo que aproximaba el gueto anarquista a los valores dominantes era mayor que lo que le separaba de los nuevos rebeldes, por eso se distinguía tan poco del entorno político y encontraba en él tan fácil acomodo. Ha sido común señalar desvergonzadamente el papel jugado por los anarquistas “en defensa de las libertades” o en la consolidación de “la democracia”. La ironía de la historia mostraba a unos viejos libertarios satisfechos de estrechar filas al lado de la burguesía. En España, donde la mencionada tradición fue mayor que en ninguna otra parte y donde la represión de la dictadura había mantenido congeladas las contradicciones de la ideología, la bronca entre antiguos y modernos –y entre ortodoxos y revisionistas– adquirió visos de batalla campal.

El “relanzamiento” de la CNT tuvo lugar en 1976 fuera de las fábricas, es decir, al margen del movimiento obrero. No fue por consiguiente una emanación de la renaciente lucha de clases, sino el producto de una serie de reuniones entre grupos heterogéneos ajenos a las asambleas de huelguistas y con un denominador común: contruir una central sindical que disputase a Comisiones Obreras un espacio en la representación separada de la clase. La presencia de organizaciones como Solidaridad y la admisión de cincopuntistas y otras basuras verticales indicaba claramente que el tipo de sindicalismo perseguido no iba a diferenciarse mucho de las demás opciones. Coherentemente con esos planteamientos, los relanzadores no se preocuparon de las disyuntivas cruciales del movimiento asambleario de los trabajadores; más bien plantaron el chiringuito, o sea, una estructura burocrática suficiente (los Comités regionales, el nacional, el secretariado permanente, el carnet confederal, los plenos) y buscaron la alianza con la UGT y la USO para repartirse el pastel que CCOO trataba de guardar para sí: el control del mercado laboral. Las demandas de “libertad sindical” y desmantelamiento de la CNS, y el debate sobre su legalización, marcaron la primera etapa de la CNT reconstruida. Ésta no sólo ignoró las posibilidades revolucionarias presentes que se iban evaporando a falta de avances en la clarificación y la acción, sino que contribuyó a darle la puntilla al movimiento de las asambleas adhiriéndose de jure o de facto al llamamiento de la COS a la huelga general del 12 de noviembre, que marcó el punto final de las movilizaciones autónomas y el comienzo de la contraofensiva sindicalera a toda regla. Sin embargo, el fracaso de la autoorganización de los trabajadores –la transformación fustrada de las asambleas en consejos obreros– atrajo hacia la CNT a muchos luchadores que no aceptaban el sindicalismo burocrático y claudicante que se les venía encima, con la vana esperanza de hallar en ella unas estructuras horizontales de apoyo y un espíritu antiautoritario con que seguir combatiendo. La imagen de lo que la CNT había sido podía sobre su pobre realidad. También se acogieron a ella muchos jóvenes desinteresados en los conflictos laborales, que deseaban una CNT no sindical, sino “integral”, es decir, una organización “global” entregada a todas las cuestiones sociales y militando en todos los frentes abiertos contra el capitalismo. Finalmente, a lo largo de 1977, ingresaron toda una serie de grupúsculos obreristas “pro autonomía” nacidos al calor de las asambleas o en paralelo a las mismas, demasiado confusos e incapaces para tener casa propia, y por lo tanto, inclinados a incubar sus huevos en la ajena. Veían en el sindicalismo aún virgen de la CNT al “germen” de la “autonomía obrera”, una ideología criptoleninista de origen italiano; tan cierto es que los enemigos de la autonomía proletaria se disfrazan de ésta para mejor combatirla. Entre unas cosas y otras, el crecimiento de la CNT a partir de enero del 77 fue imparable, la asistencia a sus mitines y jornadas, multitudinaria, las publicaciones de carácter libertario, numerosas, y el triunfalismo de sus burócratas, exultante. En año y medio la afiliación había subido de unos pocos miles a 129000. Llegarían a sobrepasar los 250000 en 1978. La preocupación del partido del orden (la patronal, los demás sindicatos y el Estado) era seria, puesto que en vísperas de los acuerdos de la Moncloa, el Pleno Nacional de septiembre había proclamado la asamblea como único organismo soberano y decisivo. Según la ponencia sobre la cuestión, el sindicato debía limitarse al apoyo y solidaridad con las huelgas, no a la mediación. La CNT no debía interponerse entre la patronal y los obreros, sino diluirse en las asambleas. No obstante, los dirigentes del orden establecido se tranquilizarían rápidamente, ya que la victoria de los asamblearios fue pírrica pues acarreó el contraataque de las facciones sindicalistas y de las ortodoxas –las adscritas a las formas de la ideología durante la República–, intensificándose una lucha por el poder que, empezando en el secretariado, abarcó todos los niveles, desde los diversos comités a las juntas de los sindicatos.

Los Pactos de la Moncloa priorizaban un tipo de sindicalismo de “concertación” que excluía cualquier acción directa y proscribía toda generalización de las luchas, dos de los pocos puntos en los que casi todos los cenetistas estaban de acuerdo. Consecuentes con ello, los denunciaron y boicotearon las elecciones sindicales, aunque muchos afiliados se presentaron como “independientes” y salieron elegidos. De todas formas, la abstención fue considerable, pero a UGT y CCOO les bastó poco más de un 10% de los sufragios para ser representativos ante la patronal y el gobierno. La CNT se jugaba el tipo si no superaba mediante movilizaciones su marginación de los comités de empresa y de las negociaciones de los convenios. Pero a esas alturas –enero de 1978- el movimiento obrero asambleario se batía a la defensiva y las fórmulas mixtas de comités de representantes de asamblea-sindicalistas, o comités sindicales refrendados por asambleas, substituían a las formas anteriores de democracia directa. La CNT no podía contar con el empuje de los trabajadores, ya terminado, con el añadido de que, a pesar de la creciente afiliación, como central no había encabezado todavía ninguna huelga importante, no se había estrenado. Por otra parte, su poder de convocatoria ya no era el de las Jornadas Libertarias; a la manifestación contra los Pactos de la Moncloa en Barcelona acudieron sólo diez mil personas, a pesar de multiplicar por cuatro esa cifra el número de afiliados en aquella ciudad. Y ese mismo día (el 15 de enero de 1978 ), ocurrió la provocación policial del Scala. A las disputas en torno al asambleismo y la organización integral se añadieron nuevas confrontaciones, esta vez acerca de las elecciones sindicales, de las acciones violentas de minorías y de la presencia de grupos armados que comprometían a la Organización. Las luchas por el poder entre las diferentes tendencias y personajes arreciaron al punto de tener que trasladarse el secretariado permanente de Madrid a Barcelona (abril de 1978 ). Desde entonces será una constante que los secretarios aprovechen los cargos para formar su propia fracción y competir con las demás. Confirmando una constante dada en los periodos contrarrevolucionarios, los cargos más relevantes iban siendo ocupados por los personajes más impresentables. Mientras tanto, se desvanecían las huelgas asamblearias e iban menguando dentro de la organización los asambleistas y los “integrales”, adquiriendo en cambio nuevos bríos los partidarios de un sindicalismo moderado y de la participación electoral, en su mayoría antiguos “autónomos”, pasados al revisionismo antianarquista con armas y bagajes. Gracias al sistema de plenos en los que sólo participaban los cargos sin tener en cuenta las asambleas de militantes ni el número de afiliados representados, los ortodoxos, bautizados por sus enemigos como el “Exilio-FAI” o como “los históricos”, dominaron la Organización. Todavía la revista Ajoblanco tiraba en junio 150000 ejemplares, indicio de la existencia de una notoria sensibilidad libertaria, aunque fuera muy pasada por agua, pero la afiliación descendía en picado. La huelga de las gasolineras fue la primera y la última dirigida por la CNT, y con ella se hizo el harakiri. Ni acción directa, ni sindicalismo duro; intermediación gubernativa y triunfo patronal. Durante 1979 las desfederaciones, expulsiones y disoluciones de sindicatos se sucederían sin interrupción; las luchas de fracciones no conseguían ocultar que la apuesta giraba en torno a las elecciones y a la mediación burocrática declarada. Casos como el de la FIGA (el vanguardismo aventurero), el de Askatasuna (el nacionalpopulismo) o el de los “paralelos” (el oportunismo sindicalero), pusieron de relieve el grado de descomposición alcanzado, especialmente el de estos últimos. En un clima de reflujo no funciona más sindicalismo que el burocrático. Para los paralelos –y para electoralistas en general– se trataba de incorporarse a la dinámica sindical dominante y jugar el juego de UGT y CCOO so pena de marginarse y quedar fuera no sólo de los tratos con los empresarios y el gobierno, sino de las subvenciones y ayudas oficiales. Ese fue el quid de la cuestión que se dirimió en el autoproclamado quinto Congreso, celebrado en diciembre de 1979 por una escuálida CNT que no representaba a más de treinta mil afiliados. Triunfó la ideología arcaica y las minorías reformistas fueron encaminándose, las unas, hacia los sindicatos “mayoritarios”, y, las otras, hacia la reconstrucción de una segunda CNT obrerista del mismo pelaje. Y con el tiempo, salvando los pequeños círculos fieles a la ideología clásica que conservaron la propiedad de las siglas y ampararon bajo ellas una actividad muy limitada, la masa de militantes bien se retiró hacia lo privado, bien acabó en el redil de un sindicalismo burocrático, impotente y entreguista que supuestamente había jurado combatir.

Si las aventuras de la ideología fueron trágicas en el pasado, en el periodo de la “Transición” adquirieron visos de auténtica farsa. En esta ocasión el anarquismo y el anarcosindicalismo no reaparecieron como pensamiento y práctica del movimiento revolucionario de la clase obrera anterior al franquismo, sino como una mistificación primaria, un chou a menudo cómico cuya función por supuesto no era traer a colación las enseñanzas de antiguos combates, sino colaborar, paseando por el wild side, en la modernización capitalista. El contraste entre la práctica de la clase obrera hasta 1977 y una teoría revolucionaria casi ausente, o sea, una “expresión general y nada más del movimiento histórico real” apenas esbozada, favorecía el desarrollo de la ideología y de la burocracia. Ambas extraían su fuerza de la imagen de un pasado revolucionario con sus contradicciones tan bien disimuladas como las alienantes condiciones de existencia de las clases trabajadoras en el presente. En tanto que refuerzo de la mentira dominante fomentaron un sindicalismo parlanchín y una ridícula moda contestataria. Los restos del proletariado radical fueron vencidos por segunda vez allí donde creyeron poder rehacerse. La CNT cumplió ese poco glorioso segundo papel que le concedió la historia, pero no recibió la paga de los traidores. El ciclo de la burocracia obrera terminó con la derrota del proletariado asambleario y el copo de la representación espectacular por amarillistas profesionales. Los acuerdos marco y el Estatuto de los Trabajadores proscribieron la solidaridad y las asambleas, eliminando incluso la posibilidad de una acción semiautónoma disimulada tras los comités de empresa, forma de burocracia sindical primeriza e imperfecta. En lo sucesivo no cabría espacio más que para el sindicalismo neovertical de “cocos” y ugetistas. Las escasísimas transgresiones de las reglas que se sucedieron no modificaron el deplorable panorama de la resignación y la sumisión. Como consecuencia de tan tremenda debacle la ideología en todas sus variantes quedó de nuevo en entredicho; la memoria se puso en blanco y tanto la reflexión teórica como su praxis hubieron de atravesar un largo desierto –una especie de segundo exilio– para conectar de nuevo con la realidad y la historia.

Miguel Amorós

[Palencia] Xerrades

El proximo 28 de enero y el 11 de febrero tendran lugar dos charlas en Palencia.
estas charlas nos invitan a cuestionaros lo poco democrático que es el regimen democrático que vivimos.

Las charlas son:
Dia 28 de Enero “El parlamentarismo como sistema de dominación” a cargo de Felix Rodrigo Mora
Dia 11 de Febrero “La transición del franquismo a la democracia” a cargo de Miquel Amorós
Ambas serán en la biblioteca publica C/ Eduardo dato a las 19:00H

[Textos] Ser gobernado es ser constantemente vigilado

Si bien las fábricas van desapareciendo por la terciarización de la economía o por su traslado a países en desarrollo, los ingenios colonizan la vida cotidiana; todas las actividades humanas son marcadas con el estigma de la seguridad y del trabajo, y el mundo entero se convierte en fábrica, o lo que viene a ser lo mismo, en lugar de confinamiento. Agitados por un deseo de protección miles de ciudadanos solicitan el derecho a enrejarse. Los límites entre la arquitectura y el mantenimiento del orden se van borrando. El devenir fábrica del mundo conlleva literalmente la transformación del mundo en cárcel. A nadie pasa desapercibido el monstruoso incremento de las medidas de control de la población en los últimos quince años: la creación de la Europol, el espacio judicial europeo y la Euro-Orden; la extensión de la videovigilancia en las ciudades; la puesta en marcha de diversos sistemas de escucha, grabación e interceptación de mensajes en Internet, teléfonos, buscas o faxes, tales como Insight, Echelon, Enfopol 98, o Carnivore; la invención de sistemas algorítmicos para el espionaje de masas o la de sistemas de marcaje y seguimiento de individuos (como el IUR); la identificación por escáneres de retina; la creación de bases de datos de huellas genéticas… Por doquier existen circuitos cerrados de TV, más del 40% de las empresas admiten espiar a sus empleados y a sus clientes, nos sobrevuelan satélites GPS y las fronteras de la sociedad industrial son cada vez más herméticas. La sociedad del control puede registrar cualquier acontecimiento de la vida pública y de la privada, estudiar hábitos, establecer perfiles sicológicos e inducir comportamientos. Los sectores más desfavorecidos o menos controlables de la población son criminalizados y utilizados como chivos expiatorios. El sistema penitenciario es cada vez más duro (en España existe el régimen FIES para presos; por otra parte, el código penal del 95, el de la democracia, que impedía la redención de penas por el trabajo, ha sido modificado obligando al cumplimiento integral de las penas). Las innovaciones en el derecho son claramente regresivas. Las leyes no hacen sino sancionar el estado de cosas, volver legal una situación que vulneraba derechos ya impracticables como la confidencialidad, la intimidad o la presunción de inocencia, frente a los que la mayoría de la población es ya indiferente. Leyes como la de videovigilancia, la de protección de datos personales, la de juicios rápidos, las antiterroristas, la de extranjería, las de seguridad ciudadana, la de defensa de la constitución, etc., son leyes de excepción y confieren a los regímenes políticos que las utilizan el carácter de auténticas dictaduras, encubiertas, sin dictadores visibles, donde el control de las gentes se efectúa a través de máquinas. Son dictaduras de nuevo tipo, que no necesitan el auxilio de partidos fascistas o de militares reaccionarios: son piezas de una dictadura más amplia, por encima del Estado. Su objetivo es el mantenimiento de las condiciones políticas, sociales y culturales que garantizan la soberanía del mercado mundial, la dictadura de la economía de mercado.

SER GOBERNABLE ES SER TRANSPARENTE

La entrada en escena de la energía nuclear ya planteó en su momento la necesidad de un poder total determinando la cuota de vigilancia necesaria y en general, los nuevos métodos de gobierno. Pero la exigencia de un control social absoluto entraba en contradicción con el postulado neoliberal de un Estado mínimo, contradicción aparente, puesto que el Estado adelgazaba en cuanto asistencia social para engordar en cuanto a protección de la economía global. El Estado devenía más bien la policía privada del capital en proceso de mundialización lo que se traducía en más cárceles y en más presos por cárcel. La razón de Estado desaparecía frente a lo que podríamos llamar la razón de Mercado, mucho más poderosa y exigente, cosa que comportaba un espacio jurídico, económico y policial unificado dando lugar a la instauración de un estado de excepción en todo el planeta. Según esta razón lo dominante es el fin, no el derecho, y el fin es la defensa y la protección del Mercado. El hombre tiene el derecho y el deber de consumir. El Mercado es un valor en sí mismo y el ejercicio del poder orientado a su preservación es meramente técnico, extraño a la jurisprudencia. No ha de respetar normas extraeconómicas, puesto que el poder judicial ya no existe separado del poder de las finanzas. Impondrá unilateralmente las suyas, sus propias reglas de juego. Al otro lado sólo están las masas, que son el material a configurar no sólo en el sentido de favorecer sus inclinaciones consumistas, sino configurar al pie de la letra; sin ir más lejos, la ley de la clonación humana, o la de reproducción asistida permiten la manipulación genética de óvulos y embriones y anuncian el advenimiento de un mundo feliz. Las masas no son de fiar: precisamente porque nunca son enteramente previsibles, son sospechosas. Las masas son irresponsables y peligrosas, proclives a la desviación; han de ser controladas; su intimidad ha de ser suprimida para que sigan siendo dominadas. Todos los poderes que aspiran a la totalidad se apoyan en el axioma de la maldad humana. Las masas para el poder pueden concretarse en los tipos particulares que minan la imagen de seguridad: el disconforme, el obrero huelguista, el inmigrante sin papeles, el manifestante violento, el consumidor de drogas, el pandillero, etc. En una palabra: los marginados y los que se marginan; los asociales y los disidentes, porque toda forma de disidencia es una forma de sabotaje y quien lo comete es “terrorista” y sujeto a persecución. La calificación es personal pues según la ley cualquier delito es terrorista si la comisión correspondiente dictamina que la intención de quien lo comete es hostil al Estado. Pero sería erróneo creer que el poder, el poder del Mercado, vista la tolerancia cero que emplea con “radicales” o “anarquistas”, teme a los enemigos que nombra. Sus enemigos le proporcionan la excusa. Por un lado, a quien realmente teme es a la desorganización que el mismo produce y que es la causa de que sus propias masas consumidoras protagonicen fabulosas revueltas de redistribución como las ocurridas en Los Ángeles y otras ciudades americanas en 1992 tras conocerse el apaleamiento de Rodney King. Por el otro, el control a través de máquinas, auxiliado por mecanismos legales de excepción y parcialmente privatizado, sigue la lógica de la megamáquina: es más económico y se supone que técnicamente más eficaz.

SER GOBERNADO ES SER ESCLAVIZADO

La sociedad de la vigilancia y el control nació cuando hubo que defender a los propietarios de las clases peligrosas. El ejercicio del poder sobre los individuos bajo la forma de vigilancia, control y corrección fue en efecto una invención de clase. La burguesía basó su dominio en un sistema punitivo compuesto en sentido estricto por la policía, el derecho penal y la cárcel, y en sentido amplio, añadiendo la familia, la escuela, los manicomios y las fábricas. Para vincular los hombres al trabajo y para proteger las nuevas formas de riqueza hubo que montar todo un sistema de vigilancia y coacción que ha imperado hasta los años ochenta, cuando las nuevas circunstancias históricas se han puesto a transformarlo. En todas partes se siguió la misma trayectoria pero con etapas diferentes, según el desarrollo y la composición de la propia burguesía. En España las bases del orden burgués fueron tímidamente avanzadas por los ministros borbónicos en el siglo XVIII, pero hasta bien entrado el siglo XIX la burguesía no creó sus instituciones ni conformó las leyes de acuerdo con sus intereses. Es característico de España, país con una burguesía predominantemente terrateniente, que el primer cuerpo policial que funcionó fuese la Guardia Civil. La defensa de la propiedad agraria y de las cosechas contra los bandoleros y las revueltas campesinas adelantó a la búsqueda de seguridad en las ciudades. Las fuerzas represivas tal como las conocemos ahora, divididas en tres cuerpos, la policía de paisano, la policía uniformada y la guardia civil, datan de 1852, aunque la primera Dirección General no fue creada hasta 1886, sin demasiados resultados. Esa misma estructura ha sido la de la Monarquía alfonsina, la de la República, la del franquismo y la del actual régimen. La policía dependió durante mucho tiempo de los gobernadores civiles y éstos, de las oligarquías locales. La reforma del Código Penal en sentido burgués fue hecha en 1870 y la primera cárcel “modelo”, la de Madrid, se construyó en 1884. La de Barcelona, destinada a reprimir el movimiento obrero, no se construyó hasta 1904. El movimiento anarquista provocó en 1884 la creación en Barcelona de la Brigada Político Social, funcionando a base de confidentes y agentes provocadores, y más tarde, en 1905, la de los Servicios Especiales. Esos servicios proliferaron durante la dictadura franquista y estaban dirigidos por militares. Durante el periodo de la transición estos servicios fueron unificados en uno, el CESID, pero siguieron en manos del ejército; hoy están siendo remodelados de nuevo, bautizados como Centro Nacional de Inteligencia, dotado de poderes extralegales en consonancia con los tiempos. Así pues, el sistema ha funcionado más o menos idéntico mientras ha durado la sociedad de clases, es decir, hasta la liquidación de las clases por el propio sistema productivo, hasta el imparable ascenso de la sociedad de masas, la sociedad del consumo obligatorio, mediatizada fundamentalmente por máquinas.

SER GOBERNABLE ES SER MANEJABLE

El crecimiento exponencial de las fuerzas productivas ha desplazado al obrero de la producción y lo sustituyó por máquinas, hasta tal punto que la relación entre hombre y máquina se ha invertido. De las máquinas, prótesis humana, se pasa al hombre, prótesis mecánica. Bajo esta perspectiva, por ejemplo, no es el hombre quien se compra un coche; es el coche quien adquiere un conductor. La técnica utiliza a los hombres, no al contrario. La máquina es la medida de todas las cosas. Las máquinas son libres, el mundo les pertenece. Las máquinas imponen la forma de vivir. Los hombres se relacionan entre sí a través de ellas. Las máquinas determinan al hombre y determinan su servidumbre, puesto que le dominan. Las máquinas, al interponerse entre los hombres, los vuelven manipulables y controlables. Tal es el deplorable estado de la condición humana bajo el destino de la técnica. Domina una visión mecánica del hombre. El hombre pasaría a definirse en negativo como lo no mecánico, o como lo no suficientemente mecánico; en todo caso, como lo accesorio de las máquinas. Desde un punto de vista técnico, es un objeto que “falla”, un peligro pues al que hay que controlar, en espera de que la ingeniería genética lo repare definitivamente.

SER GOBERNABLE ES SER ATEMORIZABLE

La máquina, desde el punto de vista humano, si todavía puede expresarse como tal, es un sujeto esclavizador y aniquilador. Las fuerzas productivas, básicamente mecánicas, liberan al extenderse gran cantidad de fuerzas destructivas. Las amenazas y los peligros llegan a ser el producto principal de la industrialización frenética. Las crisis entonces se vuelven cotidianas y la sociedad se instala en la catástrofe. La catástrofe viene a ser lo normal y la población se habitúa. El miedo la paraliza y la somete. Los miles de muertos que provocan por ejemplo los accidentes de tráfico (en España, más de siete mil por año), los paros cardiacos, las nuevas epidemias, los suicidios y el cáncer, aunque sean causados por el sistema de vida dominante no despiertan repulsa sino miedo. Desaparecida la solidaridad, el miedo es el único nexo que subsiste entre los gobernados. La lógica del miedo domina sobre las aspiraciones igualitarias, sobre los instintos de clase sublimados o reprimidos. Se clama histéricamente por la seguridad, y la seguridad se convierte en negocio (los primeros que la exigen suelen ser los comerciantes). Pues el miedo y la destrucción se han convertido en algo más que en auxiliares del gobierno: son factores económicos de primera magnitud; la sociedad industrial explota la catástrofe y se reproduce gracias a ella. Los medicamentos y productos dietéticos, el comercio de la seguridad privada o la protección medioambiental son fuentes de enormes beneficios. Conurbaciones como Los Ángeles inducen la creación de complejos penalindustriales que han llegado a ser cabecera del sector agroalimentario en California y promotores inmobiliarios de primer orden. La gestión de la catástrofe es la base de la economía, y por lo tanto, de la política.

SER GOBERNADO ES SER REPRIMIDO

La dominación tecnoeconómica, es decir, el complejo de poder que gobierna el mundo al que Mumford llamó “la Megamáquina”, se alimenta de la destrucción que produce y de los bárbaros que ella misma crea. La dominación extrae hoy su legitimidad del peligro que ella misma provoca. La lógica de la catástrofe impone prácticas de control social tanto más totalitarias cuanto que muchas instituciones disciplinarias e integradoras de base están arruinadas: los talleres, los siquiátricos, la familia o la escuela, antaño puntales del orden, ya no funcionan, ni tampoco las instituciones de sustitución como la asistencia social, la reclusión de menores o los centros de desintoxicación. El sistema de dominio ha renunciado a la disciplina y se contenta con la contención del caos. El edificio social se desmorona, pero una organización más compleja del mismo se levanta. La reconstrucción crea nuevos peligros, los cuales a su vez acarrean nuevos horrores y una mayor demanda de seguridad y de vigilancia. En esa particular dinámica de la destrucción crecen la megamáquina y el control. Pero al mismo tiempo, como si se tratase de una ley de Clausewitz, crece su vulnerabilidad, a duras penas conjurada con medidas excepcionales. Si la excepción es el poder de saltarse el derecho en caso de peligro, cuando el peligro es permanente, la excepción es la regla. Sin embargo no hay solución, cuanta más información dispone, más posibilidades tiene de bloquearse; cuantos más mecanismos controladores pone en marcha, mayores interferencias produce, cuantos más engranajes fabrica, peores consecuencias tienen sus averías. Una mínima causa puede provocar un enorme “apagón”. La combinación de pequeños desastres pueden colapsar países enteros como Argentina. La extrema anomia social puede despertar a lo que Jack London llamó “pueblo del abismo”.

SER LIBRE ES SER INGOBERNABLE

Un adversario de la dominación, debería estar al tanto de esas ocasiones y andar por la tecnología como enemigo. Aparte, organizar una supervivencia al margen del sistema, salir del juego, tratar de sustraerse a su influencia. Crear “zonas oscuras”, soslayar la represión cuando no se la puede detener, esos son problemas de la acción, que tiene una vertiente en parte técnica y en parte moral. Así que, dado el lamentable estado de los individuos –su infelicidad apática, su desorientación neurótica, su insolidaridad cobarde, su narcisimo agresivo– cualquier proyecto de resistencia no debería descuidar la cuestión de la dignidad humana. Para recobrarla lo primero que hay que hacer es perder el miedo y lo que va ligado al miedo: el fatalismo, la inconsciencia, el egoismo. Y no dejarse controlar. Un resistente es un incontrolado, un irreductible. Lo que en este mundo de esclavos, significa ser culpable.

“Ser gobernado es ser, en cada operación, en cada transacción, en cada movimiento, anotado, registrado, censado, tarifado, sellado, tasado, cotizado, patentado, despedido, autorizado, apostillado, amonestado, impedido, apartado, rectificado, corregido. Es, bajo pretexto de utilidad pública, y en nombre del interés general, ser obligado a contribuir, puesto a prueba, extorsionado, explotado, monopolizado, expoliado, presionado, mistificado, robado; y luego, a la menor resistencia, antre la menor palabra de queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, acosado, reprendido, aporreado, desarmado, amarrado, encerrado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado, y para colmo, engañado, burlado, ultrajado, deshonrado ¡Este es el gobierno, esta es su justicia y esta es su moral!”

Idea General de la Revolución en el Siglo XIX, Pierre-Joseph Proudhon

Miguel Amorós

Charlas debate en La Makabra, local ocupado, Barcelona, y en Xaloc, centro social, Valencia, el 15 y el 28 de noviembre de 2003.

[Texto] Elementos fundamentales de la crítica antidesarrollista

El objetivo de esta disertación no es otro que el de exponer las líneas maestras por donde discurre la crítica real del capitalismo en sus últimas fases, a la cual hemos llamado antidesarrollista. La cuestión social quedó en sus inicios planteada partiendo de la explotación de los trabajadores en los talleres, fábricas y minas. La crítica social fue ante todo crítica de la sociedad de clases y del Estado, pero en una fase posterior del capitalismo, la cuestión social surgió de la colonización de la vida y la explotación del territorio. Entiéndase territorio no el paisaje o el “medio ambiente”, sino la unidad entre espacio e historia, lugar y habitante, geografía y cultura. La crítica social pasó a ser crítica de la sociedad de masas y de la idea de progreso. Lejos de rechazar la crítica anterior, correspondiente a un tipo de capitalismo periclitado, la ampliaba y prolongaba, englobando hechos nuevos como el consumismo, la polución, la autonomía de la tecnociencia y el totalitarismo de apariencia democrática. La crítica antidesarrollista no niega pues la lucha de clases, sino que la conserva y la supera; es más, la lucha de clases no puede existir en estos tiempos que corren sino como antidesarrollismo. En lo sucesivo, quien hable de lucha de clases sin referirse expresamente a la vida cotidiana y al territorio, tiene en la boca un cadáver.

Podemos seguir el decurso de la aparición histórica entre los años treinta y noventa del pasado siglo de los primeros elementos de antidesarrollismo, comenzando por la crítica de la burocracia. La burocracia es el resultado de la complejidad del proceso productivo, de la necesidad de control de la población y de la hipertrofia del Estado, del cual las organizaciones “obreras” son un apéndice. A un determinado nivel de desarrollo, aquél en el que se separan propiedad y gestión, donde los que ejecutan órdenes quedan totalmente subordinados a los que coordinan y deciden, los estratos superiores de la burocracia que operan en las distintas esferas de la vida social –la cultura, la política, la administración, la economía— son realmente la clase dominante. La sociedad capitalista burocratizada queda dividida entre gestores y ejecutantes, o mejor, entre dirigentes y dirigidos. Dicha división nos retrotrae a otra anterior, la existente entre el trabajo manual y trabajo intelectual, que es la base del desarrollo burocrático. El trabajo manual pierde su creatividad y su autonomía por culpa del sistema industrial, que, al facilitar la estandarización, parcelación y especialización, lo reduce a pura actividad mecánica controlada por una jerarquía burocrática. El beneficiario de la mecanización no es simplemente el capitalista; es la propia máquina por la organización del trabajo y de la vida social que implica. Quien sale perjudicado en primer lugar es el trabajador, pero es toda la población la que quedará sometida a las exigencias de la máquina. La fábrica, la máquina y la burocracia son los verdaderos pilares de la opresión capitalista. La crítica de la burocracia completa la crítica del Estado y del trabajo asalariado, y da lugar a la crítica de la tecnología.

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