En lo que parecía ser un plácido puente de vacaciones únicamente alterado por el mal tiempo, hemos asistido al dramático espectáculo del “caos aeroportuario”, y en consecuencia, la proclamación, por primera vez desde la muerte de Franco, del Estado de alarma y la militarización de los controladores. Estos, acobardados, vuelven al trabajo teniendo que soportar la vigilancia de la Guardia Civil.
Los controladores utilizados como cabeza de turco
Tres años después de su inicio, seguimos bajo lo que se reconoce como la peor crisis de la historia del capitalismo. La guerra de las monedas y, especialmente, la crisis de la deuda soberana que afecta a España de lleno, constituyen los nuevos jalones de esta degradación nunca vista.
La única medicina que tiene el Capitalismo es atacar las condiciones de vida de todos los trabajadores, declararles una guerra sin cuartel a todos y a todo. Símbolo de esa cruda realidad es que cada vez que los “famosos mercados” piden sangre, el Gobierno complaciente adopta nuevas medidas contra los trabajadores. Irlanda, Portugal, Gran Bretaña, son, entre otros muchos países, el teatro de tremendos planes de austeridad que, como dice el premier británico, Cameron- tan admirado por el impasible Rajoy- acarrean para la mayoría SANGRE, SUDOR Y LAGRIMAS.
Aquí en España, las medidas de febrero 2010 dieron paso al recorte del sueldo a los funcionarios en junio, el cual a su vez abrió la puerta a la Reforma Laboral, impuesta en septiembre. ¡Pero no hay tregua! El 1 de diciembre, Zapatero anunciaba nuevas andanadas: la eliminación del subsidio-limosna de 426 € a los parados y la privatización parcial de AENA que pone en cuestión 12 mil puestos de trabajo. La Reforma de las Pensiones era anticipada al próximo enero…
Esta es pues la cruda realidad: la guerra de una minoría de privilegiados y del Gobierno a su servicio contra la gran mayoría de la población. Pero durante unos días, por obra y gracia de una astuta provocación gubernamental y de una feroz campaña mediática, la realidad ha sido puesta patas arriba: era un colectivo, los controladores, quienes partían en guerra contra los ciudadanos tomándolos como rehenes en su pulso con el “Gobierno de la nación”. Nuestros cerebros se han visto ocupados por ese único monotema y todo lo demás quedaba sepultado en el olvido, incluso un hecho tan preocupante como que el Banco de España reconociera el pasado lunes que el 40% de los parados viven en hogares donde ninguno de los miembros trabaja.
Uno de los principios de la estrategia militar consiste en dividir y desmoralizar al adversario antes de la batalla. El Gobierno sabe muy bien que los continuos palos que propina a los trabajadores van a acabar provocando respuestas, por ello necesitaba previamente tomar a alguien como cabeza de turco para sembrar la división y someterlo a un escarmiento ejemplar que intimidara y erradicara toda tentativa de protesta en el resto.
Los controladores son para ello el colectivo ideal. Los Gobiernos de González y sobre todo el de Aznar, con el convenio de 1999, les habían puesto una jaula de oro corporativa, no tanto por generosidad sino, por el papel estratégico e imprescindible que desempeñan en el tráfico aéreo y, sobre todo, para devaluar el papel de los pilotos y del personal del vuelo que hoy han visto sensiblemente rebajados sus sueldos, traspasando a los controladores el seguimiento de vuelos, la separación de aviones, la guía de aterrizaje o despegue, que antes se hacían desde los propios aviones. El convenio de 1999 otorgaba al sindicato de controladores, el USCA, atribuciones muy amplias en la contratación y la organización del trabajo, reforzando de esta manera la mentalidad de privilegio y de poder corporativo.
A cambio de estos mimos los trabajadores realizan un trabajo súper especializado en el más total aislamiento, soportando una elevada presión que incluye entre otras la exigencia de responsabilidades penales, obligados a realizar continuas horas extra para cubrir los picos de vuelos y a frecuentes traslados de un aeropuerto a otro, todo lo cual ha hecho que ostenten el triste récord de ser la primera profesión en enfermedades mentales, depresión, ansiedad, estrés…
En el fragor de la batalla mediática, prensa, radio y TV, han ocultado cuidadosamente estos hechos para poner todo el énfasis en los sueldos multimillonarios, la jubilación a los 52 años etc. Pero sobre todo HAN SILENCIADO LO MAS IMPORTANTE: desde febrero 2010, este colectivo está siendo sometido a medidas brutales que sirven de banco de pruebas para luego aplicarlas a los demás trabajadores. En esa fecha se les aumentaba la jornada laboral en un 33% y los sueldos eran recortados en un 30%.
El 3 de diciembre, UN DIA ANTES DEL PUENTE, el Gobierno con un repentino decreto ley encendía la mecha: las bajas laborales y los días de permiso tenían que ser recuperadas con horas de trabajo adicionales a añadir a las 1670 pactadas. Era una trampa que colocaba a los trabajadores en el disparadero: o callarse o protestar en un momento especialmente sensible para el público.
En realidad, no han sido los controladores quienes han echado un pulso al gobierno sino que ha sido éste quien les ha sometido a una maniobra cuidadosamente orquestada y preparada. No han sido los controladores quienes han protagonizado conscientemente una “huelga salvaje” como han exagerado los media, sino que se han visto impelidos a una huelga pasiva de brazos caídos completamente individualizada. Aunque las cosas han sido presentadas como un enfrentamiento de los controladores con los numerosos viajeros atrapados en los aeropuertos, ambos han sido víctimas de una maniobra de gran calado dirigida contra el conjunto de la clase obrera.
Tanto el Ministro Blanco el viernes, como el Vicepresidente Rubalcaba el Sábado han declarado que «sabían lo que se estaba preparando»; es más, el primero ha dicho que «el PP estaba informado». El vicepresidente dio la callada por respuesta cuando los periodistas le preguntaron en la rueda de prensa del sábado ¿por qué el decreto ley que empujaba a los controladores a la protesta se hizo precisamente el día antes del puente? .
Tras el decreto, las medidas se han sucedido con una precisión de reloj suizo. A las 20,30 h del mismo viernes, El Sr. Blanco anuncia que “utilizarán toda la fuerza de la ley para acabar con esta situación”. Una hora después, el rey firma en la cumbre iberoamericana un nuevo decreto de control militar del tráfico aéreo. Y todavía una hora más tarde, el Presidente del gobierno, Sr. Zapatero, que, inexplicablemente para todos los medios, no había asistido a esa cumbre, firma un nuevo decreto de militarización de los controladores. Para las 9h de la mañana siguiente, se convoca un consejo de ministros que declara el estado de alarma. ¡Tres decretos ley y una declaración de estado de alarma en menos de 24h! ¡Cuesta creer que todo ello ha sido una reacción en caliente al pulso de los controladores!
Los resultados están a la vista: la militarización de un colectivo de trabajadores y la declaración del Estado de Alarma. Una medida a la que era muy aficionado el dictador Franco ha sido retomada no por la derechona de Aznar sino por el “socialista” Zapatero.
EL PRECEDENTE YA HA SIDO ESTABLECIDO. A partir de ahora, luchas obreras significativas serán chantajeadas con la amenaza de militarización y de declaración del Estado de Alarma. Con el mayor descaro, el Señor Rubalcaba, ha declarado que es perfectamente constitucional trabajar con el aliento de un guardia civil en el cogote o bajo la vigilancia del ejército.
La ideología reaccionaria del chivo expiatorio
La maniobra orquestada a cuenta de los controladores no supone solo un ataque político y económico, encierra igualmente un golpe moral de profundas consecuencias.
Con total unanimidad, desde la extrema derecha neoliberal de Inter Economía hasta la “izquierda moderada” de El País, emisoras de radio, cadenas de TV y periódicos, partidos y grandes sindicatos, han rivalizado en la escalada de insultos y medias verdades arrojados a unos controladores puestos en la picota. Han espoleado la mentalidad de caza de brujas en los ciudadanos y un tertuliano ha llegado a decir: «sí usted tiene un vecino controlador llame a su puerta para afearle su indigna conducta».
Durante la edad media, los señores feudales organizaban ceremonias terribles donde individuos o grupos sociales eran sometidos al escarnio público. Era un escarmiento ejemplar utilizado con carácter disuasorio y, al mismo tiempo, esos infelices servían como chivo expiatorio para que el pueblo, convertido en populacho, descargara sobre ellos su frustración y sufrimientos.
Estas bárbaras prácticas volvieron con la primera guerra mundial y sobre todo ante las tentativas de revolución proletaria internacional. Los bolcheviques fueron sometidos a salvajes campañas de persecución y linchamiento público antes de la revolución de octubre 1917 acusados falsamente de “espías alemanes”. En 1919 la socialdemocracia alemana, para detener la revolución, asesinó a Rosa Luxemburgo sometida previamente a una increíble campaña de calumnias. Los nazis hicieron de los judíos y de los obreros combativos, los chivos expiatorios modernos. Lo mismo hizo Stalin con la vieja guardia bolchevique y especialmente con Trotski.
Sería un error subestimar y banalizar la campaña contra los controladores. El daño moral causado, la humillación propinada, provocan sufrimientos incluso mayores que una paliza o una tortura. ¿Con qué cara van a acudir los controladores a la tienda de la esquina o van a compartir ascensor con el vecino del inmueble? ¿Qué despropósitos van a escuchar sus hijos de sus compañeros de colegio?
Hoy son los controladores, mañana puede ser cualquier grupo de trabajadores, ¡todos estamos amenazados!
¿Podemos pensar que todo va a limitarse a los controladores?
¡Rotundamente no! Recordemos como en febrero fueron utilizados como conejillos de Indias para imponer los recortes salariales y que esto preparó el terreno a la rebaja salarial en junio de los funcionarios. La recuperación de las bajas laborales que hoy se impone a los controladores dará paso, más pronto que tarde, a la aplicación de esa medida a otros colectivos como por ejemplo en la Sanidad donde se viven situaciones igualmente límite.
¿Podemos crear que otros colectivos de trabajadores están al abrigo de nuevas campañas de difamación?
De nuevo y con la misma rotundidad pensamos que no. Las leyendas urbanas que circulan sobre los parados (que “son unos vagos que no quieren trabajar”, que “son unos pillos que cobran subsidio y trabajan en negro”) ¿podemos descartar que no aporten la munición para someterlos a una campaña mediática? Los tópicos sobre los funcionarios (tendrían el puesto de trabajo asegurado de por vida, se escaquean yéndose a comprar al Corte Inglés…) ¿no constituirán en el momento adecuado las flechas con los que asaetarlos? ¿Podemos echar en saco roto la violenta campaña que, la Señora Aguirre y el Señor Rubalcaba, tan distantes aparentemente, lanzaron contra los trabajadores en huelga del Metro de Madrid?
Divide y vencerás decían los romanos. Hoy han ido a por los controladores, mañana irán a por los parados, a por los funcionarios, a por los jubilados. EN REALIDAD ESTAN YENDO A POR TODOS LOS TRABAJADORES. ¿Qué son si no la Reforma Laboral, la Reforma de las Pensiones, la eliminación de los 426 €, la productividad a los funcionarios y el larguísimo etcétera de “reformas” que tienen en la recámara?
Nuestra única fuerza posible es la SOLIDARIDAD. Abandonar a los controladores es abandonarnos nosotros mismos, es dejar que nos aplasten y humillen paquete por paquete.
¿Cómo puede ser fuerte una lucha?
Los controladores han sido víctimas de un espejismo que ha facilitado las cosas al Gobierno. Parecería que su capacidad para paralizar todo el tráfico aéreo, les permitiría con una simple huelga de brazos caídos poner aquel de rodillas. Pero ha sido justamente lo contrario: han sido los controladores quienes han sido puestos de rodillas. ¿Por qué?
En primer lugar porque los trabajadores tenían el enemigo en casa. Se trata de “su” sindicato, el USCA, que los encadenaba a un insensato y suicida corporativismo a la vez que negociaba bajo mano con el gobierno. La fotografía de sus directivos tomando tranquilamente unas cervezas en lo más acerbo del conflicto muestra mejor que mil explicaciones cual es el campo que defienden.
En segundo lugar, porque la mera presión sobre los transportes o la producción apenas hace daño a los capitalistas y al Gobierno. La crisis y la descomposición social reinantes, hacen que la propia economía y sociedad capitalistas funcionen de manera cada vez más caótica y desordenada. En muchas ocasiones quedarse en la mera paralización del trabajo ofrece a los empresarios una oportunidad de oro para reducir los enormes stocks acumulados. Un acto de presión de un grupo aislado de trabajadores no solo es ineficaz porque añade más leña al fuego de desorden “normal” sino porque permite a Gobiernos, medios de comunicación y capitalistas, hacerlos aparecer como los culpables del desorden existente.
Una lucha eficaz no puede discurrir por esos cauces. Como mínimo y como punto de partida, la lucha necesita dos condiciones. La primera es que sea organizada, controlada, seguida y llevada, por los trabajadores mismos, a través de Asambleas Generales Abiertas a los demás trabajadores. Sin la participación, la iniciativa, el criterio propio, el compromiso y el entusiasmo de los trabajadores, la lucha está condenada al fracaso. Una lucha que es confiada a las “manos expertas” del sindicalismo es un combate perdido.
La segunda es ganar la solidaridad, el apoyo, la participación activa, de los demás trabajadores. Lo que de verdad pone de rodillas al poder establecido es una lucha que se extiende, que suscita la simpatía de la mayoría. Cuando los trabajadores se unen, comparten los debates, los anhelos, las voluntades comunes, cuando las barreras del sector, la empresa, la corporación, son derribadas y aparece una clase obrera unida, embrión a su vez de la unión general de toda la humanidad, entonces la relación de fuerzas frente al Capital y su Estado cambia radicalmente y estos se muestran como lo que son en realidad: una minoría de privilegiados que viven a nuestra costa. En cambio, cuando un grupo de trabajadores aislados pretende arrinconar al gobierno con la mera presión económica, el Estado y los media a su servicio pueden fácilmente arrinconarlos y derrotarlos al presentarlos como una minoría que intenta secuestrar a la mayoría. Es el propio Estado quién se fortalece apareciendo como el garante de los “derechos de todos”.
CCI 5-12-10