A las 9.30 de la mañana un taxista responde a nuestra pregunta sobre Mohamed Ghanoushi con un razonamiento impecable:
– ¿Sabes por qué quiero que se vaya? Porque no quiere irse. Si no quiere irse es que oculta algo. Si oculta algo, no puede ser algo bueno. Y si oculta algo malo, tiene que irse.
Doce horas después sabremos que Mohamed Ghanoushi sigue en su puesto. El nuevo gobierno de transición, del que han salido todos los antiguos miembros del RCD, incluido Friaa, el odiado ministro del Interior, mantiene en cualquier caso al presidente y al primer ministro.
Pero todavía no lo sabemos. El día en que el pueblo tunecino cumple su segunda semana de vida no nos despierta el helicóptero militar sino el repiqueteo nutrido de la lluvia. Con el corazón encogido, pensamos en colchones y mantas empapados de agua y en cuerpos ateridos de frío. La Qasba, la casa del pueblo, de pronto se ha quedado sin techo.
– La revolución no es la capital -nos dice el periodista Fahem Boukadous. -La Qasba es sólo una de las muchas expresiones de protesta; un símbolo, sin duda, porque concita la atención de los medios, pero la revolución empezó en las regiones y allí sigue muy activa. Ayer se manifestaron 80.000 personas en Sfax y hoy la ciudad ha quedado paralizada por una huelga general. En Gafsa, en Sidi Bousid, en Tela hay concentraciones y protestas.
Fahem Boukadous está contento. Es un hombre feliz. Liberado el día 19 de enero, cinco días después de la huida del dictador, ha salido a la calle en un Túnez volteado por la revolución. Llevaba seis meses en prisión, pero no era la primera vez que sufría los rigores de la dictadura. En 1999, tras pasar por las cámaras de tortura del ministerio del Interior, fue condenado a tres años de cárcel, de los que cumplió 19 meses antes de ser indultado por una “gracia” presidencial. Persecución, clandestinidad, incansable combatividad, Fahem nació en Regueb, pertenece al Partido Comunista Obrero de Túnez, dirigido por Hama Hamami, y gran parte de su actividad política ha estado centrada en el periodismo militante. Fue el primero que, en 1998, denunció las actividades mafiosas de las cinco familias que dominaban el país. En 2003, instalado en Gafsa, se convirtió en corresponsal de Al-Badil y tres años más tarde en responsable de la emisión tunecina de Al-Hiwar-TV, un canal vía satélite. En 2008, cuando estallan las revueltas en la cuenca minera de Gafsa, ensayo general de la actual revolución, este medio precario, pero inalcanzable para el gobierno, se convierte en el centro radial de las imágenes de las protestas. Fahem Boukadous, desde esa posición privilegiada, catalizó el malestar de los jóvenes de la región, proporcionándoles un medio de expresión y convirtiéndose por tanto en una amenaza para la dictadura.
– Es lo que yo he llamado “medios populares” -dice. – Cientos de jóvenes, a los que parientes emigrados habían regalado una cámara, se convirtieron en periodistas. Yo sólo tenía que reunir esas imágenes y hacerlas circular.
Las revueltas de la cuenca minera, de las que sólo se ocupó Al-Hiwar-TV, pusieron a prueba un régimen dentro del cual había ya fisuras y forcejeos. En junio de 2008, tras meses de protestas, Ben Alí decidió extirpar de raíz el movimiento. Redeyev fue tomada por 4.000 policías que asaltaron y saquearon las casas, rompieron los muebles, pegaron a las mujeres. Hubo dos muertos. La ciudad, en un anticipo de lo que ocurriría dos años después en todo el país, fue parcialmente ocupada por el ejército.
– En Redeyev el movimiento estuvo dirigido por sindicalistas y militantes, pero en los otros pueblos de la cuenca minera fueron los propios jóvenes los que se organizaron y coordinaron las protestas.
En enero de 2010, en un juicio que duró cinco minutos, Fahem Boukadous fue condenado a 4 años. Tras negarse a pedir perdón al dictador y pasar por el hospital, de donde la policía trata de llevárselo dos veces, ingresa finalmente en prisión el 15 de julio de 2010. Allí escribe sin parar; prepara un libro sobre las revueltas de Gafsa. Entra en contacto con los presos comunes y trata de formarlos políticamente, lo que provoca la intervención del director del penal. Gracias a la solidaridad de uno de los médicos, recibe informaciones de la muerte de Mohamed Bouazizi y de las reacciones populares que desencadena, cuya velocísima expansión aún le maravilla.
Sobre la relación que existe entre las revuelta de 2008 y la revolución de 2011, Fahem Boukadus insiste en tres puntos:
El primero es la lección de resistencia de los habitantes de Redeyev y de toda la cuenca minera, que se acumula en la memoria colectiva del país.
El segundo es la participación en el movimiento de 2008 de los diplomados en paro, una de las fuerzas hoy protagonistas en el proceso revolucionario.
El tercero es la importancia de los “medios populares”. Al-Hiwar-TV y los CD caseros han sido sustituidos por Facebook, a través del cual se ha roto la mordaza de la censura.
– ¿Por qué el movimiento de Redeyev fue derrotado y el de Sidi Bousid, en cambio, se extendió de ciudad en ciudad hasta alcanzar la capital? Ese es precisamente el elemento de contingencia que ningún análisis histórico puede adelantar o explicar.
Fahem Boukadous no cree que haya habido ninguna intervención de EEUU para facilitar la caída del dictador. La revolución ha cogido con el pie cambiado a las grandes potencias y si naturalmente ahora maniobran en busca de “estabilidad”, está seguro de que no podrán detener el proceso de cambios.
– El régimen sigue ahí, no sólo dentro de la policía y el aparato del Estado sino también en los medios de comunicación y en Internet -dice. – Hay que aprovechar el momento para crear nuevos medios y nuevos formatos. También hay que establecer una coalición entre periodistas tunecinos y extranjeros porque necesitamos experiencia y formación.
Hay que ir a los pueblos, dice Fahem, y es verdad. No obsesionarse con la Qasba, y es verdad. Pero la Qasba tiene estos días un poder de absorción casi alucinógeno. No puede haber una plaza más hermosa en todo el mundo ni una situación más anómala. Tampoco una emoción extra-corporal más fluida ni imprevisible. Porque ocurre hoy que la lluvia, en lugar de dispersar a la gente, la ha multiplicado, como si fuesen de hierba y no de carne. Tan grande es la multitud que durante unas horas el ejército cierra los accesos y sólo podemos entrar con el conjuro del periodismo. Pocos minutos antes de nuestra llegada -nos cuenta Aisa, el hermano de Che Guevara- un alto funcionario del ministerio de Defensa, rodeado de soldados, se ha dirigido a los concentrados a través de un altavoz, asegurándoles que ya se habían tomado medidas para proporcionar trabajo a todo el mundo y rogándoles que abandonasen la plaza. La respuesta unánime ha sido un vocerío de “degage”, “degage”, “degage”. Lo que ocurre como excepción es un milagro; pero lo que ocurre una vez más contra todas las previsiones también lo es. Hay algo casi sobrenatural ya en esta obstinación que ignora el frío, las provocaciones, las agresiones, y que se mantiene tranquila, festiva, gritona, por quinto día consecutivo. Aisa teme una intervención del ejército para desalojarlos, pero lo cierto es que el ambiente ha cambiado de nuevo y la electricidad del día anterior se ha extinguido bajo el aguacero.
A Salem Hiyri, hombre de Nabeul de 60 años, tuvieron que hospitalizarlo tras las agresiones de los sicarios armados que sembraron el terror la noche anterior. Hoy está sereno y determinado:
– Tienen la policía, el dinero, el poder, pero nosotros tenemos la fuerza del pueblo y nuestra cultura superior.
El hecho de estar todos juntos reúne los razonamientos y singulariza las conductas.
Un grupito ha iniciado una huelga al mismo tiempo de hambre y de silencio.
Otro exhibe carteles de solidaridad con el pueblo egipcio, que imita al tunecino en El Cairo y en Ismaeliya, y eso hasta el punto de utilizar (como vemos luego en la televisión de un café) sus mismas consignas: “degage” y “as-shaab iuridu isqt al hukuma” (“el pueblo quiere derrocar al gobierno”).
Cuando la lluvia arrecia se tiende un enorme techo de plástico sobre las miles de cabezas, porque la plaza del pueblo es, como los coches de lujo, descapotable.
Tariq y Maki, dos estudiantes de informática que viven en Túnez capital, se sienten orgullosísimos cuando les decimos que el pueblo tunecino está mucho más desarrollado que el español o el italiano. Y se burlan con ingenio de la pretensión del gobierno de que los bárbaros civilizadores congregados en la plaza “vuelvan al trabajo”.
– ¡Pero si están en paro! Hay que agradecerles lo que hacen. Los otros trabajan y ellos se rebelan. Eso se llama división del trabajo.
Pero lo que más nos impresiona hoy es Hodé, una mujer pequeña, flaca, nerviosa, que no deja de hablar mimando con manitas elocuentes la historia de la batalla eterna contra la injusticia. Tiene 38 años, limpia casas y gana 150 dinares al mes (75 euros). Separada del marido, se ocupa ella sola de un hijo de 8 años al que ha dejado en casa de unas vecinas para poder pasar la noche en la Qasba. Se ha subido a un poyete para no estar por debajo de nosotros y se expresa con una precisión de cuchilla, con la pasión de una enamorada. Sus ojos relampaguean con la pureza fanática de los personajes de Dostoievsky. Cuenta una larga historia de humillaciones y no se siente humillada; de dolores y no pide compasión; de ignorancia y reclama su derecho a hablar y a que la escuchen. No cabe duda, al oírla, de que su hijo está bien protegido entre sus manos. Y, como tantos de los que se encuentran en esta plaza, no conoce ni una palabra de francés.
– Soy una ciudadana -¡una ciudadana!- lo mismo que tú. No he leído ni estudiado, pero tengo cerebro y ojos y sé contar lo que pienso y lo que veo. Quiero derecho, no dinero. Quiero mis derechos. No tengo miedo de nada ni de nadie; no me doblego ante ningún ser humano y los ministros son seres humanos como yo. Es a nosotros, y no a los ministros, a los que tenéis que escuchar los periodistas. Porque ellos sólo tienen palabras, que son falsas, mientras que nosotros tenemos el cerebro y los ojos. ¿Está claro?
Clarísimo. Los valientes tunecinos han demostrado estos días que su bandera es una llama y su himno una Marsellesa. Esta mujer demuestra que el despreciado dialecto tunecino es una lengua. Y ha llegado quizás la hora de devolverle su dignidad junto a la de sus hablantes.
Fahem Boukadous, que había anticipado los cambios en el gobierno anunciados por Ghanoushi esta noche, se equivocaba sin embargo al garantizar el rechazo de la UGGT al nuevo gabinete. No participa de él, pero le reconoce legitimidad. Sin duda esa decisión voltea nuevamente la situación. La potencia de la UGTT ha permitido en estos días mantener la presión sobre el gobierno mediante huelgas y concentraciones; ahora este acuerdo aisla las protestas populares y las vuelve vulnerables. Como escribía Fathi Chamkhi a media tarde: “si esta nueva versión del Gobierno de Unidad Nacional se acepta mañana, se podría decir que el tira y afloje que dura desde el 15 de enero entre el campo revolucionario y el de la contrarrevolución, ha sido momentáneamente ganado por este último”. Es exactamente lo que ha ocurrido.
Los tunecinos empujaron y empujaron y Ben Alí los llamó “terroristas”. Y empujaron y empujaron y Ben Alí prometió retirarse en 2014. Y empujaron y empujaron y Ben Alí prometió elecciones en seis meses y levantó la censura. Y empujaron y empujaron y Ben Alí huyó del país. Y empujaron y empujaron y tumbaron el primer gobierno de coalición. ¿Seguirán empujando los tunecinos ahora que saben que empujar y empujar no es inútil?
Tras el anuncio del nuevo gobierno por televisión, llamamos a nuestros amigos en la Qasba para conocer su reacción. Tras un instante de alegría y luego de desconcierto, nos dicen, se ha restablecido la normalidad; es decir, la obstinación. No hace falta que lo digan. A través del teléfono nos llegan los gritos: “degage”, “degage”, “degage”.
Mañana será el primer día del nuevo gobierno y el decimoquinto del pueblo tunecino.
Libertad de prensa
Obstinación
La plaza más hermosa del mundo
Niña y bandera
El pueblo descapotable
Sujetando el cielo
Si los gobiernos callan, las paredes hablan
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