La revolución es imposible. El avance imparable de la lógica de la no-violencia hace imposible el conflicto radical con el estado y sus esbirros.
Manifestantes “pacíficxs” rodean a un compañero señalándole con el dedo y acusándole de ser infiltrado, violento, etc.. por lanzar un petardo. La masa inepta trata de llevar al compañero hasta la policia para provocar su detención.
Este hecho, sucedido ayer en las movilizaciones de Madrid del 26S, es una tónica que se viene repitiendo en todas las movilizaciones del ciudadanismo en el estado español. Su clímax tuvo lugar con la toma de plazas del 15M y ha continuado a lo largo de las convocatorias de este año hasta llegar a las del 25-26S. La legitimación de los represores que el día anterior han agredido, coaccionado y secuestrado a las personas que se manifestaban en la calle, pone en entredicho los objetivos de este “movimiento” paralelo al 15M, sobradamente conocido por sus objetivos espectaculares y mediáticos, que lejos de proponer una alternativa real o una ruptura con el régimen de opresión democrática demandan una reformulación de la política del estado del bienestar y un lavado de cara del capitalismo occidental opulento.
La desobediencia civil generalizada es un triunfo que como tal tiene que ser reconocido, pero ejercer la desobediencia civil como mero acto estético y/o espectacular, sin un trasfondo de voluntad de cambio social, se convierte en una legitimación del status quo actual. La hegemonía de la no-violencia y la criminalización de la acción directa son caldo de cultivo para la policia y los medios en su trabajo de recuperar para el sistema las protestas y convertirlas en un grotesco pasacalles que pide la transpariencia democrática tan pregonada por la cultura occidental, en lugar dar cancha a la expresión de rabia producida por la miseria cotidiana.
Encontramos que, si bien nos es imposible dejar de salir a la calle para protestar contra la miseria que nos rodea y que nos pone la soga al cuello, debemos identificar a nuestrxs compañerxs de lucha en cada rincón, y esta gente que protesta legitimando a quien le agrede, al estado que nos oprime y a una clase política que nos señala con el dedo y se mofa, son el enemigo.
Hartxs de la situación en las movilizaciones y de la represión y criminalización por parte de este tipo de personas “movimientistas”, debemos hacer piña y movernos en bloques propios, diferenciados de esta casta de masoquistas políticos con quienes nos es imposible llegar a objetivos comunes.
El incremento de la protesta y la desobediencia debería, irremediablemente, llegar a degenerar las movilizaciones pacíficas en revueltas radicales puesto que la continuidad de las protestas generaría un colapso del pacto social que devendría en la represión generalizada, lo que debería generar una extensión de la solidaridad y la extensión del conflicto social, más aún en la situación actual de tardo-capitalismo en descomposición. Pero asumir que esto tendrá lugar por sí mismo es de una inocencia pasmosa, dado el control absoluto de la opinión pública por los medios y el monopolio de la violencia que detenta el estado, apuntalado por el discurso de la no-violencia de los movimientos ciudadanistas, tales como el 15M y similares. La presión social contra la acción directa, acusando a compañerxs de infiltradxs, provocadorxs… ha provocado la disminución del conflicto hasta niveles asumibles por el estado como expresión legítima del pueblo, sin ningún tipo de repercusión general, lejos de una marginal estética de la protesta en los medios contrainformativos y videos en internet, y para la recuperación de las escasas escenas de violencia legítima contra los represores en los media como la causa de las agresiones policiales, que la gente asume como las culpables de la situación social y de la represión por “los funcionarios policiales”.
La no-violencia no lucha, pide. Pedir es autorizar a una persona o conjunto de personas a otorgar tus peticiones. Pedir es legitimar esta situación.
Por el fin de la democracia, por la anarquía.